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12.000 €
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ATRIBUIDO A FRANCISCO BARRERA (c.1595-1658)
Bodegón con pavo, cuenco de reflejo metálico, pluma y cuchillo sobre un pedestal de piedra
h. 1646- 1647
Óleo sobre lienzo. 83,5 x 99,5 cm.
Durante la segunda década del siglo XVII, el género del bodegón en Madrid estuvo dominado por Van der Hamen. El auge de esta pintura se vio impulsado por la creciente afición al coleccionismo de cuadros, una tendencia en expansión. Para mediados de siglo, los bodegones se habían convertido en una fuente esencial de sustento para la mayoría de los pintores madrileños. Entre los artistas de este periodo que se dedicaron al género destacan Francisco Barrera, Antonio Ponce y Juan de Espinosa.
La obra atribuida a Francisco Barrera que aquí presentamos refleja su particular concepción de la naturaleza muerta, donde la sencillez y la cotidianidad cobran protagonismo. La disposición de los elementos rompe con la simetría rígida de los bodegones primitivos: la frontalidad horizontal de la repisa pétrea se equilibra con una composición dinámica, en la que el aparente desorden responde a un cálculo meticuloso.
En la escena nos muestra un pavo muerto, a medio desplumar, que cuelga a la izquierda del lienzo, mientras que a la derecha se disponen un cazo de metal con asas, una pluma y un cuchillo. Este último, sobresaliendo del borde, junto con la posición del ave, crea un efecto de profundidad característico en la producción de Barrera.
Siguiendo la tradición flamenca que perduró en la pintura cortesana española del siglo XVII, Barrera representa la caza como un motivo recurrente del bodegón, trascendiendo su simple función culinaria para aludir a la fugacidad de la vida. El pavo, aun conservando gran parte de su plumaje, mantiene un vestigio de la vitalidad perdida. Sin recurrir a una representación excesivamente cruda, el artista captura con maestría tanto las calidades visuales como la textura de las piezas de caza mediante una virtuosa aplicación del óleo.
Esta obra vuelve a demostrar el dominio técnico del pintor, quien utiliza juegos de luz y sutiles matices tonales para conferir un realismo casi tangible. En la representación del ave, superpone pequeñas pinceladas sobre una base cromática precisa, simulando la disposición natural de las plumas en capas sucesivas. En contraste, el cuenco de metal, con su superficie esmaltada y brillante, introduce un punto de ruptura visual dentro de la composición, diferenciándose por su reflejo pulido.
El color en esta pintura responde a la sobriedad característica de Barrera, con una paleta dominada por grises, pardos y ocres, acentuados por intensos contrastes de negros y blancos. Su dominio del claroscuro y su destreza en el manejo de estos tonos se evidencia en la ejecución del pavo, donde la densidad cromática y la riqueza matérica alcanzan una expresividad notable. En su taller, Barrera trabajaba con una gama en la que destacaban tres carmines rojos encendidos, azul y amarillo, con los que lograba vibrantes matices y una representación plástica de gran precisión.
El pavo real aparece de nuevo en su Bodegón de invierno (1638), conservado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, reafirmando su recurrencia dentro de la iconografía del pintor. Décadas más tarde, entre 1808 y 1812, Francisco de Goya representará de nuevo un pavo real.
A relacionar con el Bodegón de frutas con jarra y pan, el bodegón de caza con liebre y becada y el bodegón de embutidos, cabrito, pollos y menudillos, pintados por Francisco Barrera y conservados en la colección de Rosendo Naseiro (Ver: La Colección Rosendo Naseiro, Madrid, 2014, pp. 22-31).
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