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806. ESCUELA MEXICANA, SIGLO XVIII
El Señor de Santa Teresa
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PINTURA ANTIGUA

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ESCUELA MEXICANA, SIGLO XVIII
El Señor de Santa Teresa

Óleo sobre cobre. 41,8 x 31,3 cm.
Inscrito: “Verdadero Retrato de la Milagrosa Imagen del Santísimo Cristo Renovado de Santa Teresa. El excelentísimo Cardenal arzobispo de Toledo concede 100 días de Indulgencia y 80 el Excelentísimo Señor arzobispo de México a todas las personas que rezaren devotamente un Credo rogando al Señor por la exaltación de nuestra Santa Fe Católica, extirpación de las herejías”.
Inscrito en la base del Cristo: “sequitur me non ambulat in tenebris” (Juan 8) y “Renovamuii autem spiritu mentis vestrae” (Efesios 4).
 
La obra que aquí presentamos representa la escultura del Cristo de Santa Teresa, cuya historia se remonta a la llegada de Don Alonso de Villaseca, un acaudalado devoto originario de Toledo a Nueva España. En 1545, Villaseca llegó a México llevando consigo tres imágenes talladas de Cristo con el propósito de donarlas y fomentar el fervor religioso entre los indígenas recientemente convertidos al cristianismo. Estas imágenes fueron: el Señor de Santa Teresa, el Señor de Villaseca y el Señor de los Trabajos.  
 
El Señor de Santa Teresa, elaborado con “papelón y engrudo”, fue venerado en la iglesia de Zimapán, en la localidad de Cardonal, cercana a las minas de plomo de Ixmiquilpan. Para 1615, la imagen ya se encontraba deteriorada y ennegrecida, lo que llevó al obispo a ordenar su entierro junto con el primer adulto fallecido en la comunidad. Sin embargo, durante cinco años no murió ningún adulto, y en cambio, comenzaron a ocurrir sucesos inexplicables: repiques de campanas sin motivo aparente, lamentos en la iglesia y la aparición de figuras espectrales. Tras varias inspecciones en busca de ladrones, los fieles descubrieron que la imagen de Cristo había sudado y se había renovado milagrosamente, adoptando la forma con la que hoy se le conoce.  Debido a los numerosos milagros atribuidos a esta imagen, el obispo Juan Pérez de la Cerna ordenó trasladarla al adoratorio del Palacio Arzobispal. Posteriormente, pasó al convento de San José de las religiosas carmelitas descalzas y, finalmente, fue colocada en una capilla de la iglesia de Santa Teresa la Antigua, de donde tomó su nombre.  A partir de estos prodigios, la devoción hacia el Señor de Santa Teresa se multiplicó, inspirando numerosas representaciones artísticas tanto para el culto público como privado.
 
Otra representación de este Cristo, pintada por José de Ibarra  (Guadalajara, 1688-Ciudad de México, 1756), se encuentra en el Museo Nacional del Virreinato. También hay una versión de Francisco Antonio María Vallejo (1722-1785) en el Museo Nacional de Arte y otra de José de Páez (Ciudad de México, 1721- c. 1780) en el LACMA Museum.





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