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SEBASTIÁN GABRIEL DE BORBÓN Y BRAGANZA (1811 -1875)Vista Napolitana, posiblemente los Campos Flégreos1834.
Óleo sobre lienzo. 38 x 52 cm. Firmado y fechado: “Pine. S. de B. 1834”. Etiqueta al dorso, con el escudo de Elías de Borbón-Parma (1880 -1959) duque de Parma ( 1950 y 1959): Maison de S.A.R. MGR Elie de Burbon Price de Parme Etiqueta del marco: Mention honorable exposition de 1827 [...]magazine de bordures dorée[...] Procedencia: - Importante colección privada. Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza era uno de los mayores coleccionistas de arte de su tiempo. La pintura desde su juventud inspiró su pincel, adiestrado por Juan Antonio de Ribera (1779-1860) y Bernardo López Piquer ( 1799-1874). En 1832 contrajo matrimonio con la princesa de Nápoles María Amalia de las Dos Sicilias. Tras la muerte de Fenando VII en 1833 marcha al exilio, por su apoyo al infante Carlos. Se instala con su esposa en el palacio real de Nápoles, lo que cambiaría su vida, pues se aficionó al mundo del Arte, como pintor. En este periodo mantuvo contacto con la Academia de Roma, donde adquirió gran cantidad de conocimientos; de 1830 a 1831 concedió una beca a Luis Ferrant (1806-1868) y tuvo ocasión de conocer a José Madrazo (1781-1859) Se interesó especialmente por la pintura de paisaje, las vedutte italianas tan en boga a la sazón, y en particular por las vistas de los Campos Flégreos, una amplia caldera volcánica al noroeste de Nápoles, como posiblemente la presente. Al fondo de la composición, aparece Solfatara con sus fumarolas cercanas a Pozzuoli, y se aprecia un palacio de tres plantas con disposición en “U” entre pequeñas edificaciones dispersas; para marcar la escala y animar la composición, en primer plano dispuso a una campesina con el atuendo napolitano. Especialmente interesante, desde el punto de técnico, es la sensación general de neblina que domina el paisaje en la lejanía, consecuencia de los vapores de agua con ácidos sulfhídricos que se desprenden de las fisuras de ese tipo de terrenos volcánicos. A esa neblina se une la luz ya decadente y lánguida del atardecer, que baña todo lo que toca con sus tonos dorados. A pesar del buen estado de conservación del lienzo y de la capa pictórica, una limpieza superficial devolverá sin duda los delicados tonos generales de la composición.
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