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814. JOSÉ RIBELLES Y HELIP (Valencia, 1778 - Madrid, 1835)Retrato de dama con boa de plumasC. 1805

Óleo sobre lienzo. 74 x 61 cm.
 
Este pintor español, formado en la tradición neoclásica bajo la guía de su padre José Ribelles y en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia como discípulo de Vicente López, destacó por su versatilidad artística y su evolución estilística. En 1799 se trasladó a Madrid para completar su formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde en 1807 presentó una serie de seis retratos. Es nombrado Académico de Mérito en 1818 y Pintor de Cámara de Fernando VII en 1819.  
 
Aunque cultivó una amplia variedad de géneros y técnicas -desde frescos y óleos hasta litografías y decoraciones teatrales- su madurez artística brilló especialmente en el retrato, influido por la obra de Agustín Esteve y la impronta de Francisco Goya, con quien se relacionó estrechamente en Madrid. Obras como los retratos del actor José Caprara o del poeta Manuel José Quintana reflejan su dominio técnico y sensibilidad expresiva.
 
Además, fue un prolífico escenógrafo, dejando su huella en los decorados teatrales de espacios emblemáticos como los teatros de Caños del Peral y de la Cruz en Madrid. En el paisaje, destacó con piezas como El estanque grande del Retiro y su embarcadero, bajo la influencia clasicista del italiano Fernando Brambilla.
 
Son pocos los retratos conocidos que salieron de los pinceles de Ribelles. Su limitada incursión en este género podría explicarse por su dedicación a la obra gráfica y decorativa, así como por la fuerte competencia en la corte madrileña, donde predominaba el estilo preciosista de su maestro Vicente López. Este último había consolidado su reputación como retratista, marcando el gusto de la sociedad de su tiempo, ya alejada del estilo goyesco. No obstante, Ribelles destacó como retratista hábil y colorista. De hecho, se dice que el propio Goya, reconociendo su talento, le reprochó dedicarse a las decoraciones teatrales en lugar de emprender trabajos de mayor envergadura, para los que estaba especialmente dotado.
 
La obra que presentamos, el retrato de una dama con boa de plumas, pone de manifiesto las excepcionales habilidades de Ribelles no solo para capturar los rasgos físicos, sino también para transmitir la profundidad psicológica de sus modelos. Los cabellos de la dama caen en bucles sobre su frente, siguiendo la moda de principios del siglo XIX. Sobre un fondo neutro en tonos verdes, el pintor sitúa con maestría la figura de una mujer de elegancia indiscutible. Representada de medio cuerpo y ligeramente girada hacia la derecha, la dama dirige una mirada penetrante hacia el espectador, logrando una conexión íntima y cautivadora.
 
El fondo presenta una suave luminosidad que perfila a la figura, separándola delicadamente del espacio circundante. La técnica refinada, el toque fluido del pincel y la atmósfera ligera que envuelve a la modelo son un testimonio de la influencia de los maestros de la época, reflejando ecos del estilo más exquisito de Esteve y formulaciones características de Goya.
 
En la producción de Ribelles, este retrato y el dibujo del retrato de su esposa, Pilar Ulzurrum de Asanza y Peralta, son las únicas dos obras localizadas que representan figuras femeninas.

Starting price

10.000 €

SOLD BY

16.000 €
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814. JOSÉ RIBELLES Y HELIP (Valencia, 1778 - Madrid, 1835)Retrato de dama con boa de plumasC. 1805

Óleo sobre lienzo. 74 x 61 cm.
 
Este pintor español, formado en la tradición neoclásica bajo la guía de su padre José Ribelles y en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia como discípulo de Vicente López, destacó por su versatilidad artística y su evolución estilística. En 1799 se trasladó a Madrid para completar su formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde en 1807 presentó una serie de seis retratos. Es nombrado Académico de Mérito en 1818 y Pintor de Cámara de Fernando VII en 1819.  
 
Aunque cultivó una amplia variedad de géneros y técnicas -desde frescos y óleos hasta litografías y decoraciones teatrales- su madurez artística brilló especialmente en el retrato, influido por la obra de Agustín Esteve y la impronta de Francisco Goya, con quien se relacionó estrechamente en Madrid. Obras como los retratos del actor José Caprara o del poeta Manuel José Quintana reflejan su dominio técnico y sensibilidad expresiva.
 
Además, fue un prolífico escenógrafo, dejando su huella en los decorados teatrales de espacios emblemáticos como los teatros de Caños del Peral y de la Cruz en Madrid. En el paisaje, destacó con piezas como El estanque grande del Retiro y su embarcadero, bajo la influencia clasicista del italiano Fernando Brambilla.
 
Son pocos los retratos conocidos que salieron de los pinceles de Ribelles. Su limitada incursión en este género podría explicarse por su dedicación a la obra gráfica y decorativa, así como por la fuerte competencia en la corte madrileña, donde predominaba el estilo preciosista de su maestro Vicente López. Este último había consolidado su reputación como retratista, marcando el gusto de la sociedad de su tiempo, ya alejada del estilo goyesco. No obstante, Ribelles destacó como retratista hábil y colorista. De hecho, se dice que el propio Goya, reconociendo su talento, le reprochó dedicarse a las decoraciones teatrales en lugar de emprender trabajos de mayor envergadura, para los que estaba especialmente dotado.
 
La obra que presentamos, el retrato de una dama con boa de plumas, pone de manifiesto las excepcionales habilidades de Ribelles no solo para capturar los rasgos físicos, sino también para transmitir la profundidad psicológica de sus modelos. Los cabellos de la dama caen en bucles sobre su frente, siguiendo la moda de principios del siglo XIX. Sobre un fondo neutro en tonos verdes, el pintor sitúa con maestría la figura de una mujer de elegancia indiscutible. Representada de medio cuerpo y ligeramente girada hacia la derecha, la dama dirige una mirada penetrante hacia el espectador, logrando una conexión íntima y cautivadora.
 
El fondo presenta una suave luminosidad que perfila a la figura, separándola delicadamente del espacio circundante. La técnica refinada, el toque fluido del pincel y la atmósfera ligera que envuelve a la modelo son un testimonio de la influencia de los maestros de la época, reflejando ecos del estilo más exquisito de Esteve y formulaciones características de Goya.
 
En la producción de Ribelles, este retrato y el dibujo del retrato de su esposa, Pilar Ulzurrum de Asanza y Peralta, son las únicas dos obras localizadas que representan figuras femeninas.

Starting price: 10.000 €

SOLD BY: 16.000 €

SOLD
820. VICENTE GONZÁLEZ VELÁZQUEZ Y FERNÁNDEZ (Aranjuez, 1802- ?)Figuras de varias óperas

Tinta y aguada sobre papel. 25,5 x 19,5 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: "Victe Velázquez fecit".
 
PROCEDENCIA:
Colección Isidro González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA,
1831, Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez, número 19.
Berta Núñez, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64
 
Isidro González Velázquez, era hermano de Zacarías González Velázquez y tío por tanto de Vicente González Velázquez. En el inventario de bienes Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez de 1831 aparecen descritos: Diez y seis cuadritos de figuras de varias óperas pintadas por Vicente Velázquez, correspondientes con el número de inventario 19.
 
Berta Núñez, a su vez en su catálogo razonado de Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64 cita: Fue incluido entre los herederos de su tío Isidro, quien conserva "16 cuadritos con grupos de figuras de varias óperas pintadas por D. Vicente Velázquez, con marco en caoba y cristales (tasados) en 20 reales cada uno. Los descendientes del artista todavía conservan dos de ellos (26 x 36 cm), con la firma “Vicete. Velazquez. Fecit.
 
Por tanto, los dos dibujos (lotes …… y …….) que presentamos son una interesante aportación al catálogo razonado del pintor Vicente González Velázquez, que hasta ahora han permanecido en la colección particular de los descendientes del pintor. Con una técnica cuidada casi de miniatura, el pintor realizó varios estudios de figuras para diversas óperas.
 
Vicente González Velázquez y Fernández, era el quinto hijo de Zacarías González Velázquez y Juana Fernández, que debió nacer en Aranjuez hacia 1802. A la edad de 12 años, solicitó su admisión como discípulo de la Academia, el 15 de febrero de 1814. Su paso por la Sala de Yeso, le valió dos premios de 120 reales, en octubre de 1818 y mayo 1819. Decidió seguir la carrera de Arquitectura como su tío Isidro, quién disfrutando de una situación privilegiada siempre le ayudó. Fernando VII le concedió el 16 de diciembre de 1925, una pensión mensual de 320 reales para sus estudios. El 16 de diciembre de 1832, fue aprobado como arquitecto, presentando a la Academia cinco Planos de Iglesia Parroquial. Desde septiembre de 1816 fue Delineante de las Reales Obras y Ayudante de Arquitecto Mayor de Palacio, cargo que desempeño desde septiembre de 1829 hasta 8 marzo de 1835. El 12 de enero de 1838 fue nombrado Fontanero y Aparejador de las Obras del Real Sitio de Aranjuez. El 3 de febrero de 1840, fue encargado de las Obras del Real Sitio de San Ildefonso. Fue nombrado auxiliar del Arquitecto Mayor de Palacio y a finales de 1841, Custodio Teodoro Moreno lo recomendó para el arquitecto Aparejador y director de las Obras de Aranjuez, que no obtuvo. En 1844, trabajó como ayudante del Arquitecto Mayor Narciso Pascual y Colomer.
 
La Fundación Lázaro Galdiano, conserva varios dibujos de proyectos arquitectónicos: cuatro Proyectos de una Nueva Puerta de Atocha, Fachada principal para el Coliseo de Oriente, tres Proyectos para la Iglesia y Hospital de Nuestra Señora del Buen Suceso. Se conoce también una miniatura, retrato de Manuela González Velázquez y Díaz de Jiménez cubierta con un mantón de manila, firmada y fechada: “Vicente Velázquez fecit año 1823 (Ver: Díaz-Jiménez y Molleda: El Arte en España. Tres cuadros desconocidos, que pintaron D. Zacarías y D. Vicente Velázquez, Erudición Ibero-Ultramarina, I, abril 1930, pp. 309-315, lám IX).

Starting price

1.800 €

SOLD BY

1.800 €
SOLD
820. VICENTE GONZÁLEZ VELÁZQUEZ Y FERNÁNDEZ (Aranjuez, 1802- ?)Figuras de varias óperas

Tinta y aguada sobre papel. 25,5 x 19,5 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: "Victe Velázquez fecit".
 
PROCEDENCIA:
Colección Isidro González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA,
1831, Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez, número 19.
Berta Núñez, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64
 
Isidro González Velázquez, era hermano de Zacarías González Velázquez y tío por tanto de Vicente González Velázquez. En el inventario de bienes Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez de 1831 aparecen descritos: Diez y seis cuadritos de figuras de varias óperas pintadas por Vicente Velázquez, correspondientes con el número de inventario 19.
 
Berta Núñez, a su vez en su catálogo razonado de Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64 cita: Fue incluido entre los herederos de su tío Isidro, quien conserva "16 cuadritos con grupos de figuras de varias óperas pintadas por D. Vicente Velázquez, con marco en caoba y cristales (tasados) en 20 reales cada uno. Los descendientes del artista todavía conservan dos de ellos (26 x 36 cm), con la firma “Vicete. Velazquez. Fecit.
 
Por tanto, los dos dibujos (lotes …… y …….) que presentamos son una interesante aportación al catálogo razonado del pintor Vicente González Velázquez, que hasta ahora han permanecido en la colección particular de los descendientes del pintor. Con una técnica cuidada casi de miniatura, el pintor realizó varios estudios de figuras para diversas óperas.
 
Vicente González Velázquez y Fernández, era el quinto hijo de Zacarías González Velázquez y Juana Fernández, que debió nacer en Aranjuez hacia 1802. A la edad de 12 años, solicitó su admisión como discípulo de la Academia, el 15 de febrero de 1814. Su paso por la Sala de Yeso, le valió dos premios de 120 reales, en octubre de 1818 y mayo 1819. Decidió seguir la carrera de Arquitectura como su tío Isidro, quién disfrutando de una situación privilegiada siempre le ayudó. Fernando VII le concedió el 16 de diciembre de 1925, una pensión mensual de 320 reales para sus estudios. El 16 de diciembre de 1832, fue aprobado como arquitecto, presentando a la Academia cinco Planos de Iglesia Parroquial. Desde septiembre de 1816 fue Delineante de las Reales Obras y Ayudante de Arquitecto Mayor de Palacio, cargo que desempeño desde septiembre de 1829 hasta 8 marzo de 1835. El 12 de enero de 1838 fue nombrado Fontanero y Aparejador de las Obras del Real Sitio de Aranjuez. El 3 de febrero de 1840, fue encargado de las Obras del Real Sitio de San Ildefonso. Fue nombrado auxiliar del Arquitecto Mayor de Palacio y a finales de 1841, Custodio Teodoro Moreno lo recomendó para el arquitecto Aparejador y director de las Obras de Aranjuez, que no obtuvo. En 1844, trabajó como ayudante del Arquitecto Mayor Narciso Pascual y Colomer.
 
La Fundación Lázaro Galdiano, conserva varios dibujos de proyectos arquitectónicos: cuatro Proyectos de una Nueva Puerta de Atocha, Fachada principal para el Coliseo de Oriente, tres Proyectos para la Iglesia y Hospital de Nuestra Señora del Buen Suceso. Se conoce también una miniatura, retrato de Manuela González Velázquez y Díaz de Jiménez cubierta con un mantón de manila, firmada y fechada: “Vicente Velázquez fecit año 1823 (Ver: Díaz-Jiménez y Molleda: El Arte en España. Tres cuadros desconocidos, que pintaron D. Zacarías y D. Vicente Velázquez, Erudición Ibero-Ultramarina, I, abril 1930, pp. 309-315, lám IX).

Starting price: 1.800 €

SOLD BY: 1.800 €

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821. VICENTE GONZÁLEZ VELÁZQUEZ Y FERNÁNDEZ (Aranjuez, 1802- ?)Figuras de varias óperas

Tinta y aguada sobre papel. 25,5 x 19,5 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: "Victe Velázquez fecit".
 
PROCEDENCIA:
Colección Isidro González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA,
1831, Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez, número 19.
Berta Núñez, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64
 
Isidro González Velázquez, era hermano de Zacarías González Velázquez y tío por tanto de Vicente González Velázquez. En el inventario de bienes Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez de 1831 aparecen descritos: Diez y seis cuadritos de figuras de varias óperas pintadas por Vicente Velázquez, correspondientes con el número de inventario 19.
 
Berta Núñez, a su vez en su catálogo razonado de Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64 cita: Fue incluido entre los herederos de su tío Isidro, quien conserva "16 cuadritos con grupos de figuras de varias óperas pintadas por D. Vicente Velázquez, con marco en caoba y cristales (tasados) en 20 reales cada uno. Los descendientes del artista todavía conservan dos de ellos (26 x 36 cm), con la firma “Vicete. Velazquez. Fecit.
 
Por tanto, los dos dibujos (lotes …… y …….) que presentamos son una interesante aportación al catálogo razonado del pintor Vicente González Velázquez, que hasta ahora han permanecido en la colección particular de los descendientes del pintor. Con una técnica cuidada casi de miniatura, el pintor realizó varios estudios de figuras para diversas óperas.
 
Vicente González Velázquez y Fernández, era el quinto hijo de Zacarías González Velázquez y Juana Fernández, que debió nacer en Aranjuez hacia 1802. A la edad de 12 años, solicitó su admisión como discípulo de la Academia, el 15 de febrero de 1814. Su paso por la Sala de Yeso, le valió dos premios de 120 reales, en octubre de 1818 y mayo 1819. Decidió seguir la carrera de Arquitectura como su tío Isidro, quién disfrutando de una situación privilegiada siempre le ayudó. Fernando VII le concedió el 16 de diciembre de 1925, una pensión mensual de 320 reales para sus estudios. El 16 de diciembre de 1832, fue aprobado como arquitecto, presentando a la Academia cinco Planos de Iglesia Parroquial. Desde septiembre de 1816 fue Delineante de las Reales Obras y Ayudante de Arquitecto Mayor de Palacio, cargo que desempeño desde septiembre de 1829 hasta 8 marzo de 1835. El 12 de enero de 1838 fue nombrado Fontanero y Aparejador de las Obras del Real Sitio de Aranjuez. El 3 de febrero de 1840, fue encargado de las Obras del Real Sitio de San Ildefonso. Fue nombrado auxiliar del Arquitecto Mayor de Palacio y a finales de 1841, Custodio Teodoro Moreno lo recomendó para el arquitecto Aparejador y director de las Obras de Aranjuez, que no obtuvo. En 1844, trabajó como ayudante del Arquitecto Mayor Narciso Pascual y Colomer.
 
La Fundación Lázaro Galdiano, conserva varios dibujos de proyectos arquitectónicos: cuatro Proyectos de una Nueva Puerta de Atocha, Fachada principal para el Coliseo de Oriente, tres Proyectos para la Iglesia y Hospital de Nuestra Señora del Buen Suceso. Se conoce también una miniatura, retrato de Manuela González Velázquez y Díaz de Jiménez cubierta con un mantón de manila, firmada y fechada: “Vicente Velázquez fecit año 1823 (Ver: Díaz-Jiménez y Molleda: El Arte en España. Tres cuadros desconocidos, que pintaron D. Zacarías y D. Vicente Velázquez, Erudición Ibero-Ultramarina, I, abril 1930, pp. 309-315, lám IX).

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1.800 €

SOLD BY

1.800 €
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821. VICENTE GONZÁLEZ VELÁZQUEZ Y FERNÁNDEZ (Aranjuez, 1802- ?)Figuras de varias óperas

Tinta y aguada sobre papel. 25,5 x 19,5 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: "Victe Velázquez fecit".
 
PROCEDENCIA:
Colección Isidro González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA,
1831, Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez, número 19.
Berta Núñez, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64
 
Isidro González Velázquez, era hermano de Zacarías González Velázquez y tío por tanto de Vicente González Velázquez. En el inventario de bienes Inventario de cuadros, diseños, estampas, dibujos, escultura, libros y otros objetos del Sr. D. Isidro Velázquez de 1831 aparecen descritos: Diez y seis cuadritos de figuras de varias óperas pintadas por Vicente Velázquez, correspondientes con el número de inventario 19.
 
Berta Núñez, a su vez en su catálogo razonado de Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 64 cita: Fue incluido entre los herederos de su tío Isidro, quien conserva "16 cuadritos con grupos de figuras de varias óperas pintadas por D. Vicente Velázquez, con marco en caoba y cristales (tasados) en 20 reales cada uno. Los descendientes del artista todavía conservan dos de ellos (26 x 36 cm), con la firma “Vicete. Velazquez. Fecit.
 
Por tanto, los dos dibujos (lotes …… y …….) que presentamos son una interesante aportación al catálogo razonado del pintor Vicente González Velázquez, que hasta ahora han permanecido en la colección particular de los descendientes del pintor. Con una técnica cuidada casi de miniatura, el pintor realizó varios estudios de figuras para diversas óperas.
 
Vicente González Velázquez y Fernández, era el quinto hijo de Zacarías González Velázquez y Juana Fernández, que debió nacer en Aranjuez hacia 1802. A la edad de 12 años, solicitó su admisión como discípulo de la Academia, el 15 de febrero de 1814. Su paso por la Sala de Yeso, le valió dos premios de 120 reales, en octubre de 1818 y mayo 1819. Decidió seguir la carrera de Arquitectura como su tío Isidro, quién disfrutando de una situación privilegiada siempre le ayudó. Fernando VII le concedió el 16 de diciembre de 1925, una pensión mensual de 320 reales para sus estudios. El 16 de diciembre de 1832, fue aprobado como arquitecto, presentando a la Academia cinco Planos de Iglesia Parroquial. Desde septiembre de 1816 fue Delineante de las Reales Obras y Ayudante de Arquitecto Mayor de Palacio, cargo que desempeño desde septiembre de 1829 hasta 8 marzo de 1835. El 12 de enero de 1838 fue nombrado Fontanero y Aparejador de las Obras del Real Sitio de Aranjuez. El 3 de febrero de 1840, fue encargado de las Obras del Real Sitio de San Ildefonso. Fue nombrado auxiliar del Arquitecto Mayor de Palacio y a finales de 1841, Custodio Teodoro Moreno lo recomendó para el arquitecto Aparejador y director de las Obras de Aranjuez, que no obtuvo. En 1844, trabajó como ayudante del Arquitecto Mayor Narciso Pascual y Colomer.
 
La Fundación Lázaro Galdiano, conserva varios dibujos de proyectos arquitectónicos: cuatro Proyectos de una Nueva Puerta de Atocha, Fachada principal para el Coliseo de Oriente, tres Proyectos para la Iglesia y Hospital de Nuestra Señora del Buen Suceso. Se conoce también una miniatura, retrato de Manuela González Velázquez y Díaz de Jiménez cubierta con un mantón de manila, firmada y fechada: “Vicente Velázquez fecit año 1823 (Ver: Díaz-Jiménez y Molleda: El Arte en España. Tres cuadros desconocidos, que pintaron D. Zacarías y D. Vicente Velázquez, Erudición Ibero-Ultramarina, I, abril 1930, pp. 309-315, lám IX).

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SOLD BY: 1.800 €

822. ZACARÍAS GONZÁLEZ VELÁZQUEZ (Madrid, 1763 - Madrid, 1834) Paisaje con ruinas

Gouache y acuarela sobre papel adherido a cobre. 25 x 32 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección de Zacarías González Velázquez.
Colección de Gabino González Velázquez y Fernández; hijo de Zacarías González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA:
1834, Inventario general de bienes de Don Zacarías González Velázquez.
1866, Inventario de bienes de Don Gabino González Velázquez y Fernández, hijo de Zacarías González Velázquez.
Núñez, Berta, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 227, P- 177, lám. nº 62.
 
Obra recogida en el inventario general de bienes de don Zacarías González Velázquez y adjudicación a sus herederos de 1834, aparece descrito: 62 (a/d), cuatro países en láminas de cobre, pintados al temple, de un pie y tres pulg. De ancho, por once pulgs de alto, con cristales y marcos moldados y dorados, en cuatrocientos y ochenta reales. Posteriormente incluido en el Inventario general de bienes al fallecimiento del Sr. D. Gabino González Velázquez y Fernández ocurrido en la noche del 21 de octubre de 1866, realizado el 3 de noviembre de 1866, aparece descrito en la página 6: 30/33) cuatro paisajes pequeños pintados en cobre con marco, (en) 960 reales.
 
Berta Núñez, en su catálogo razonado, sugiere que esta obra junto con el lote siguiente, ambas inéditas, podrían ser ensayos o estudios preparatorios para los paisajes ideales que el artista pintó al temple en los muros de la Sala de la Yeguada, en la Casita del Labrador de Aranjuez (P-5d).
 
En la obra que presentamos, Zacarías con una destreza casi de miniaturista y gran sensibilidad, representa un paisaje ideal. En un primer plano, un conjunto de tres columnas de orden corintio, con su cornisa y entablamentos cubiertos de vegetación, que se integran de manera armoniosa en el paisaje. En torno a este elemento arquitectónico, podemos observar pequeños grupos de personajes en diferentes actitudes: unos conversan a la orilla de un río, otros apenas visibles caminan por un camino rural. La escena se completa con el fondo de una aldea, árboles y cielo. Desde el punto de vista cromático predominan los tonos ocres, verdes y azules que se complementan con toques de blanco y rojo, que añaden matices sutiles a la composición.
 
 
 

Starting price

4.000 €

NOT SOLD

822. ZACARÍAS GONZÁLEZ VELÁZQUEZ (Madrid, 1763 - Madrid, 1834) Paisaje con ruinas

Gouache y acuarela sobre papel adherido a cobre. 25 x 32 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección de Zacarías González Velázquez.
Colección de Gabino González Velázquez y Fernández; hijo de Zacarías González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA:
1834, Inventario general de bienes de Don Zacarías González Velázquez.
1866, Inventario de bienes de Don Gabino González Velázquez y Fernández, hijo de Zacarías González Velázquez.
Núñez, Berta, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 227, P- 177, lám. nº 62.
 
Obra recogida en el inventario general de bienes de don Zacarías González Velázquez y adjudicación a sus herederos de 1834, aparece descrito: 62 (a/d), cuatro países en láminas de cobre, pintados al temple, de un pie y tres pulg. De ancho, por once pulgs de alto, con cristales y marcos moldados y dorados, en cuatrocientos y ochenta reales. Posteriormente incluido en el Inventario general de bienes al fallecimiento del Sr. D. Gabino González Velázquez y Fernández ocurrido en la noche del 21 de octubre de 1866, realizado el 3 de noviembre de 1866, aparece descrito en la página 6: 30/33) cuatro paisajes pequeños pintados en cobre con marco, (en) 960 reales.
 
Berta Núñez, en su catálogo razonado, sugiere que esta obra junto con el lote siguiente, ambas inéditas, podrían ser ensayos o estudios preparatorios para los paisajes ideales que el artista pintó al temple en los muros de la Sala de la Yeguada, en la Casita del Labrador de Aranjuez (P-5d).
 
En la obra que presentamos, Zacarías con una destreza casi de miniaturista y gran sensibilidad, representa un paisaje ideal. En un primer plano, un conjunto de tres columnas de orden corintio, con su cornisa y entablamentos cubiertos de vegetación, que se integran de manera armoniosa en el paisaje. En torno a este elemento arquitectónico, podemos observar pequeños grupos de personajes en diferentes actitudes: unos conversan a la orilla de un río, otros apenas visibles caminan por un camino rural. La escena se completa con el fondo de una aldea, árboles y cielo. Desde el punto de vista cromático predominan los tonos ocres, verdes y azules que se complementan con toques de blanco y rojo, que añaden matices sutiles a la composición.
 
 
 

Starting price: 4.000 €

NOT SOLD

823. ZACARÍAS GONZÁLEZ VELÁZQUEZ (Madrid, 1763 - Madrid, 1834) Paisaje con ruinas

Gouache y acuarela sobre papel adherido a cobre. 25 x 32 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección de Zacarías González Velázquez.
Colección de Gabino González Velázquez y Fernández, hijo de Zacarías González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA:
1834, Inventario general de bienes de Don Zacarías González Velázquez.
1866, Inventario de bienes de Don Gabino González Velázquez y Fernández, hijo de Zacarías González Velázquez.
Núñez, Berta, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 227, P- 178, lám. nº 62.
 
Obra recogida en el inventario general de bienes de don Zacarías González Velázquez y adjudicación a sus herederos de 1834, aparece descrito: 62 (a/d), cuatro países en láminas de cobre, pintados al temple, de un pie y tres pulg. De ancho, por once pulgs de alto, con cristales y marcos moldados y dorados, en cuatrocientos y ochenta reales. Posteriormente incluido en el Inventario general de bienes al fallecimiento del Sr. D. Gabino González Velázquez y Fernández ocurrido en la noche del 21 de octubre de 1866, realizado el 3 de noviembre de 1866, aparece descrito en la página 6: 30/33) cuatro paisajes pequeños pintados en cobre con marco, (en) 960 reales.
 
Berta Núñez, en su catálogo razonado, sugiere que esta obra junto con el lote anterior, ambas inéditas, podrían ser ensayos o estudios preparatorios para los paisajes ideales que el artista pintó al temple en los muros de la Sala de la Yeguada, en la Casita del Labrador de Aranjuez (P-5d).
 
De nuevo, Zacarías, con una destreza casi de miniaturista y gran sensibilidad, representa un paisaje ideal. La escena evoca un paisaje pintoresco, de atmósfera apacible, donde los detalles arquitectónicos se funden armónicamente con la naturaleza. En primer plano, a la izquierda, se encuentra un arco en ruinas cubierto por la maleza, junto a él, un grupo de personajes que se disponen a almorzar, dotando la escena de cotidianeidad. Al fondo, una torre redonda se asoma a la ribera de un río, donde dos figuras masculinas pescan, intensificando la serenidad del entorno fluvial. La composición se cierra con un árbol alto a la derecha, que proporciona un marco natural y equilibra la escena. Dominan los tonos terrosos y verdes, con toques suaves que se armonizan con el azul grisáceo del cielo y el agua del río, acentuando la atmósfera melancólica y sumergiéndonos en el entorno bucólico de este paisaje.

Starting price

2.500 €

NOT SOLD

823. ZACARÍAS GONZÁLEZ VELÁZQUEZ (Madrid, 1763 - Madrid, 1834) Paisaje con ruinas

Gouache y acuarela sobre papel adherido a cobre. 25 x 32 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección de Zacarías González Velázquez.
Colección de Gabino González Velázquez y Fernández, hijo de Zacarías González Velázquez.
Por herencia directa del artista a los actuales propietarios.
 
BIBLIOGRAFÍA:
1834, Inventario general de bienes de Don Zacarías González Velázquez.
1866, Inventario de bienes de Don Gabino González Velázquez y Fernández, hijo de Zacarías González Velázquez.
Núñez, Berta, Zacarias Gonzalez Velázquez (1763 - 1834). Madrid 2000, p. 227, P- 178, lám. nº 62.
 
Obra recogida en el inventario general de bienes de don Zacarías González Velázquez y adjudicación a sus herederos de 1834, aparece descrito: 62 (a/d), cuatro países en láminas de cobre, pintados al temple, de un pie y tres pulg. De ancho, por once pulgs de alto, con cristales y marcos moldados y dorados, en cuatrocientos y ochenta reales. Posteriormente incluido en el Inventario general de bienes al fallecimiento del Sr. D. Gabino González Velázquez y Fernández ocurrido en la noche del 21 de octubre de 1866, realizado el 3 de noviembre de 1866, aparece descrito en la página 6: 30/33) cuatro paisajes pequeños pintados en cobre con marco, (en) 960 reales.
 
Berta Núñez, en su catálogo razonado, sugiere que esta obra junto con el lote anterior, ambas inéditas, podrían ser ensayos o estudios preparatorios para los paisajes ideales que el artista pintó al temple en los muros de la Sala de la Yeguada, en la Casita del Labrador de Aranjuez (P-5d).
 
De nuevo, Zacarías, con una destreza casi de miniaturista y gran sensibilidad, representa un paisaje ideal. La escena evoca un paisaje pintoresco, de atmósfera apacible, donde los detalles arquitectónicos se funden armónicamente con la naturaleza. En primer plano, a la izquierda, se encuentra un arco en ruinas cubierto por la maleza, junto a él, un grupo de personajes que se disponen a almorzar, dotando la escena de cotidianeidad. Al fondo, una torre redonda se asoma a la ribera de un río, donde dos figuras masculinas pescan, intensificando la serenidad del entorno fluvial. La composición se cierra con un árbol alto a la derecha, que proporciona un marco natural y equilibra la escena. Dominan los tonos terrosos y verdes, con toques suaves que se armonizan con el azul grisáceo del cielo y el agua del río, acentuando la atmósfera melancólica y sumergiéndonos en el entorno bucólico de este paisaje.

Starting price: 2.500 €

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825. JUAN CARREÑO DE MIRANDA (Avilés, Asturias, 1614- Madrid, 1685)Retrato de dama, ¿dama de la casa de Medinaceli)Ca. 1665-1685

Óleo sobre cobre. 9,8 x 7,5 cm.
 
El panorama artístico madrileño de la segunda mitad siglo XVII, estuvo dominado por la generación de pintores como Francisco Rizi (1614-1685), Juan Carreño de Miranda (1614-1685), Francisco Camilo (1615-1673) y Francisco Herrera el Mozo (1627- 1685) quienes fueron considerados los creadores y difusores del nuevo estilo grandilocuente y efectista propio del pleno barroco. Este estilo evolucionó desde la corriente naturalista más severa, que predominaba en la primera mitad del siglo, hacia formas más brillantes, escenográficas, dinámicas y deslumbrantes, marcando el triunfo de este nuevo lenguaje artístico.
 
Durante esta época se produjo en el ámbito de la corte un verdadero auge en los encargos y actividades artísticas, lo que significó uno de los períodos más ricos y prolíficos del arte español. A las obras y encargos del patronazgo regio se sumaron los numerosos encargos de órdenes religiosas y la nobleza. Carreño, en este sentido debió llegar joven a Madrid, pero desarrolló una fructífera carrera en el ámbito madrileño recibiendo numerosos e importantes encargos de los más destacados clientes: la corona, la iglesia, y notables familias nobiliarias. Destacó como uno de los retratistas más destacados de su época y de sus pinceles nos han llegado las imágenes más conocidas de Carlos II, su madre Mariana de Austria y su primera esposa María Luisa de Orleans.
 
De sobra es conocida la labor de Carreño como miniaturista, de la que conservamos el retrato en miniatura de Carlos II, que el mismo Rey regaló a María Luisa de Orleans con motivo de su matrimonio. Este tipo de retratos en miniatura, naipes, camafeos, “retraticos” o “retratos de faltriquera” eran objeto muy frecuente en la época. Funcionaban como obsequio suntuario y diplomático para embajadores o visitantes ilustres, así como en las negociaciones matrimoniales. Podían pertenecer al ámbito exclusivamente privado con una función informativa y como manifestación de afecto, intercambiados entre personas queridas para mantener la presencia en la ausencia, así como constituir regalos de tipo galante. Estos usos y funciones son exactamente los mismos que se asignan en la actualidad a las fotografías familiares y seres queridos.
 
Con su técnica suelta de pincelada, suelta, líquida y fluida, a través de la cual aplica un colorido suntuoso mediante toques pastosos y vibrantes, tan característicos de Carreño, el pintor representa sobre un fondo neutro a una dama de elevado rango, con un profundo sentido naturalista en tres cuartos y ligeramente girada hacia la derecha. Dirige su mirada fijamente al espectador con una muy conseguida expresión intensamente penetrante y una alta definición de los rasgos fisionómicos e individualizados. Presenta el peinado de raya en medio, flequillo cubriendo parte de la frente, mientras dos lazos de cinta verde recogen a la altura de las sienes dos grandes cerchas que caen por los hombros. Luce unos llamativos pendientes largos como joyas destacadas. Luce un vestido de generoso escote que deja ver los hombros, amplias mangas de rica tela de brocado rematadas en puños de encaje siguiendo la moda característica del último tercio del siglo XVII. En la mano derecha ensortijada y doblada a la altura del pecho un abanico plegado, accesorio de lujo que causó furor entre las élites femeninas a partir del siglo XVI y continuando con el siglo XVII.
 
Los valores plásticos, estéticos, la técnica empleada y la elevada calidad de este pequeño retrato hacen que deba situarse en el nutrido grupo de efigies femeninas de la alta nobleza retratadas por Carreño de Miranda, como el retrato de Doña Francisca Velasco, Marquesa de Santa Cruz (colección Marqueses de Santa Cruz); doña Inés de Zuñiga, condesa de Monterrey (Museo Lázaro Galdiano) o las damas de la Casa de Medinaceli conservados en la casa de Pilatos Sevilla y Hospital Tavera de Toledo. El rostro de la retratada en esta miniatura es particularmente similar al retrato de Dama de la casa Medinaceli, conservado en el Hospital de Tavera de Toledo.
 
Este retrato destaca no solo por la maestría técnica de Carreño, sino también por su capacidad para reflejar la elegancia y el poder de la alta nobleza de la época. La excepcional calidad de la obra convierte a esta miniatura en un testimonio único del Barroco, subrayando tanto el talento del pintor como el valor perdurable de estas piezas en nuestro patrimonio artístico.
 
(Texto extraído del estudio de esta miniatura de Álvaro Pascual Chenel)
Agradecemos a Álvaro Pascual Chenel su ayuda en la catalogación de este lote.

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825. JUAN CARREÑO DE MIRANDA (Avilés, Asturias, 1614- Madrid, 1685)Retrato de dama, ¿dama de la casa de Medinaceli)Ca. 1665-1685

Óleo sobre cobre. 9,8 x 7,5 cm.
 
El panorama artístico madrileño de la segunda mitad siglo XVII, estuvo dominado por la generación de pintores como Francisco Rizi (1614-1685), Juan Carreño de Miranda (1614-1685), Francisco Camilo (1615-1673) y Francisco Herrera el Mozo (1627- 1685) quienes fueron considerados los creadores y difusores del nuevo estilo grandilocuente y efectista propio del pleno barroco. Este estilo evolucionó desde la corriente naturalista más severa, que predominaba en la primera mitad del siglo, hacia formas más brillantes, escenográficas, dinámicas y deslumbrantes, marcando el triunfo de este nuevo lenguaje artístico.
 
Durante esta época se produjo en el ámbito de la corte un verdadero auge en los encargos y actividades artísticas, lo que significó uno de los períodos más ricos y prolíficos del arte español. A las obras y encargos del patronazgo regio se sumaron los numerosos encargos de órdenes religiosas y la nobleza. Carreño, en este sentido debió llegar joven a Madrid, pero desarrolló una fructífera carrera en el ámbito madrileño recibiendo numerosos e importantes encargos de los más destacados clientes: la corona, la iglesia, y notables familias nobiliarias. Destacó como uno de los retratistas más destacados de su época y de sus pinceles nos han llegado las imágenes más conocidas de Carlos II, su madre Mariana de Austria y su primera esposa María Luisa de Orleans.
 
De sobra es conocida la labor de Carreño como miniaturista, de la que conservamos el retrato en miniatura de Carlos II, que el mismo Rey regaló a María Luisa de Orleans con motivo de su matrimonio. Este tipo de retratos en miniatura, naipes, camafeos, “retraticos” o “retratos de faltriquera” eran objeto muy frecuente en la época. Funcionaban como obsequio suntuario y diplomático para embajadores o visitantes ilustres, así como en las negociaciones matrimoniales. Podían pertenecer al ámbito exclusivamente privado con una función informativa y como manifestación de afecto, intercambiados entre personas queridas para mantener la presencia en la ausencia, así como constituir regalos de tipo galante. Estos usos y funciones son exactamente los mismos que se asignan en la actualidad a las fotografías familiares y seres queridos.
 
Con su técnica suelta de pincelada, suelta, líquida y fluida, a través de la cual aplica un colorido suntuoso mediante toques pastosos y vibrantes, tan característicos de Carreño, el pintor representa sobre un fondo neutro a una dama de elevado rango, con un profundo sentido naturalista en tres cuartos y ligeramente girada hacia la derecha. Dirige su mirada fijamente al espectador con una muy conseguida expresión intensamente penetrante y una alta definición de los rasgos fisionómicos e individualizados. Presenta el peinado de raya en medio, flequillo cubriendo parte de la frente, mientras dos lazos de cinta verde recogen a la altura de las sienes dos grandes cerchas que caen por los hombros. Luce unos llamativos pendientes largos como joyas destacadas. Luce un vestido de generoso escote que deja ver los hombros, amplias mangas de rica tela de brocado rematadas en puños de encaje siguiendo la moda característica del último tercio del siglo XVII. En la mano derecha ensortijada y doblada a la altura del pecho un abanico plegado, accesorio de lujo que causó furor entre las élites femeninas a partir del siglo XVI y continuando con el siglo XVII.
 
Los valores plásticos, estéticos, la técnica empleada y la elevada calidad de este pequeño retrato hacen que deba situarse en el nutrido grupo de efigies femeninas de la alta nobleza retratadas por Carreño de Miranda, como el retrato de Doña Francisca Velasco, Marquesa de Santa Cruz (colección Marqueses de Santa Cruz); doña Inés de Zuñiga, condesa de Monterrey (Museo Lázaro Galdiano) o las damas de la Casa de Medinaceli conservados en la casa de Pilatos Sevilla y Hospital Tavera de Toledo. El rostro de la retratada en esta miniatura es particularmente similar al retrato de Dama de la casa Medinaceli, conservado en el Hospital de Tavera de Toledo.
 
Este retrato destaca no solo por la maestría técnica de Carreño, sino también por su capacidad para reflejar la elegancia y el poder de la alta nobleza de la época. La excepcional calidad de la obra convierte a esta miniatura en un testimonio único del Barroco, subrayando tanto el talento del pintor como el valor perdurable de estas piezas en nuestro patrimonio artístico.
 
(Texto extraído del estudio de esta miniatura de Álvaro Pascual Chenel)
Agradecemos a Álvaro Pascual Chenel su ayuda en la catalogación de este lote.

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833. FEDERICO ZUCCARO (Sant Angelo in Vado, 1542 - Ancona, 1609)Estudio de máscaras grotescas

Sanguina sobre papel verjurado. 26,3 x 35,5 cm.
Firmado en el reverso: “Zuccaro”.
Dibujo añadido en el libro de Federico Zuccaro “L´idea de Pittori, Scultori, et Architetti, divisa in due Libri. Turin, Agostino Disserolio, 1607. Una de las obras más raras sobre la teoría de la pintura. Encuadernación en piel en el borde y decoración de aguas multicolor. Con letras en dorado en el lomo.
Consta también de un dibujo: “Estudio de una cúpula y diversos apuntes en lápiz sobre papel de calco traslúcido. 27,5 x 30 cm.
 
Federico Zuccaro, nacido en Sant'Angelo in Vado, cerca de Urbino, fue uno de los artistas más influyentes de su tiempo. Se formó en Roma bajo la tutela de su hermano Taddeo, con quien colaboró en importantes proyectos decorativos. Tras la muerte de Taddeo en 1566, Federico completó sus encargos y emprendió una destacada carrera en Italia, Inglaterra, los Países Bajos y España. Entre sus obras más relevantes destacan los frescos de la cúpula de la catedral de Florencia y su activa participación en la reorganización de la Accademia del Disegno.
 
En 1607, Zuccaro publicó “L’idea de Pittori, Scultori, et Architetti” (Turín, Agostino Disserolio), uno de los tratados más raros y relevantes sobre la teoría del arte renacentista. En este libro, el autor aborda las conexiones entre el arte, la metafísica y la espiritualidad, sosteniendo que el diseño original del artista es una inspiración divina, formada en su mente por Dios.
Dentro de este tratado se encuentra un inédito dibujo de máscaras grutescas, realizado en sanguina sobre papel verjurado (26,3 x 35,5 cm) y firmado en el reverso “Zuccaro”. El motivo de máscaras grutescas nos evoca al proyecto decorativo de Zuccaro para el jardín del Palazzo Zuccari en la Via Gregoriana, Roma. En este diseño manierista, la puerta principal toma la forma de una boca grotesca, rodeada por nichos decorados con motivos similares, demostrando la imaginación y la maestría del artista.
Acompañando a esta obra, se presenta otro dibujo: “Estudio de una cúpula y diversos apuntes”, realizado en lápiz sobre papel traslúcido (27,5 x 30 cm). Este trabajo complementa la exploración técnica y creativa de Zuccaro, evidenciando su profundo interés por la arquitectura y el diseño.

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833. FEDERICO ZUCCARO (Sant Angelo in Vado, 1542 - Ancona, 1609)Estudio de máscaras grotescas

Sanguina sobre papel verjurado. 26,3 x 35,5 cm.
Firmado en el reverso: “Zuccaro”.
Dibujo añadido en el libro de Federico Zuccaro “L´idea de Pittori, Scultori, et Architetti, divisa in due Libri. Turin, Agostino Disserolio, 1607. Una de las obras más raras sobre la teoría de la pintura. Encuadernación en piel en el borde y decoración de aguas multicolor. Con letras en dorado en el lomo.
Consta también de un dibujo: “Estudio de una cúpula y diversos apuntes en lápiz sobre papel de calco traslúcido. 27,5 x 30 cm.
 
Federico Zuccaro, nacido en Sant'Angelo in Vado, cerca de Urbino, fue uno de los artistas más influyentes de su tiempo. Se formó en Roma bajo la tutela de su hermano Taddeo, con quien colaboró en importantes proyectos decorativos. Tras la muerte de Taddeo en 1566, Federico completó sus encargos y emprendió una destacada carrera en Italia, Inglaterra, los Países Bajos y España. Entre sus obras más relevantes destacan los frescos de la cúpula de la catedral de Florencia y su activa participación en la reorganización de la Accademia del Disegno.
 
En 1607, Zuccaro publicó “L’idea de Pittori, Scultori, et Architetti” (Turín, Agostino Disserolio), uno de los tratados más raros y relevantes sobre la teoría del arte renacentista. En este libro, el autor aborda las conexiones entre el arte, la metafísica y la espiritualidad, sosteniendo que el diseño original del artista es una inspiración divina, formada en su mente por Dios.
Dentro de este tratado se encuentra un inédito dibujo de máscaras grutescas, realizado en sanguina sobre papel verjurado (26,3 x 35,5 cm) y firmado en el reverso “Zuccaro”. El motivo de máscaras grutescas nos evoca al proyecto decorativo de Zuccaro para el jardín del Palazzo Zuccari en la Via Gregoriana, Roma. En este diseño manierista, la puerta principal toma la forma de una boca grotesca, rodeada por nichos decorados con motivos similares, demostrando la imaginación y la maestría del artista.
Acompañando a esta obra, se presenta otro dibujo: “Estudio de una cúpula y diversos apuntes”, realizado en lápiz sobre papel traslúcido (27,5 x 30 cm). Este trabajo complementa la exploración técnica y creativa de Zuccaro, evidenciando su profundo interés por la arquitectura y el diseño.

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836. CÍRCULO DE JERÓNIMO JACINTO DE ESPINOSA (Escuela valenciana, siglo XVII)San Vicente mártir

Óleo sobre lienzo. 106 x 86 cm.
Con marco antiguo en madera tallada, policromada y parcialmente dorada.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular Madrid.
 
San Vicente Mártir, patrón de la ciudad de Valencia y del Gremio de Sastres y Modistas, fue un clérigo hispanorromano, diácono de San Valero en Zaragoza. En el año 303, bajo el gobierno de Diocleciano, fue denunciado y encarcelado por su labor de predicación de la fe cristiana. Junto con el obispo Valero, fue apresado por el prefecto Publio Daciano y trasladado a Valencia. Allí, Vicente sufrió un doloroso martirio, siendo sometido a torturas, entre ellas azotes, fuego y el tormento del ecúleo, hasta que finalmente falleció en prisión. Su cuerpo fue arrojado al mar con una muela de molino atada al cuello.
 
En este lienzo, el pintor, con una técnica minuciosa, trazos detallados y una iluminación tenebrista, nos acerca al estilo de Jerónimo Jacinto de Espinosa. Sobre un fondo neutro, San Vicente Mártir aparece en una figura monumental y solemne, representado de medio cuerpo y vestido con una dalmática en tonos dorados y ocres ricamente adornada. En su mano izquierda sostiene la palma y la rueda, símbolos de su martirio, evocando la fortaleza de su sacrificio.
 
Esta obra puede relacionarse con un óleo de Espinosa sobre el mismo tema, conservado en el convento de las Trinitarias de Madrid, aunque presenta algunas variaciones en la composición.

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8.000 €

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836. CÍRCULO DE JERÓNIMO JACINTO DE ESPINOSA (Escuela valenciana, siglo XVII)San Vicente mártir

Óleo sobre lienzo. 106 x 86 cm.
Con marco antiguo en madera tallada, policromada y parcialmente dorada.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular Madrid.
 
San Vicente Mártir, patrón de la ciudad de Valencia y del Gremio de Sastres y Modistas, fue un clérigo hispanorromano, diácono de San Valero en Zaragoza. En el año 303, bajo el gobierno de Diocleciano, fue denunciado y encarcelado por su labor de predicación de la fe cristiana. Junto con el obispo Valero, fue apresado por el prefecto Publio Daciano y trasladado a Valencia. Allí, Vicente sufrió un doloroso martirio, siendo sometido a torturas, entre ellas azotes, fuego y el tormento del ecúleo, hasta que finalmente falleció en prisión. Su cuerpo fue arrojado al mar con una muela de molino atada al cuello.
 
En este lienzo, el pintor, con una técnica minuciosa, trazos detallados y una iluminación tenebrista, nos acerca al estilo de Jerónimo Jacinto de Espinosa. Sobre un fondo neutro, San Vicente Mártir aparece en una figura monumental y solemne, representado de medio cuerpo y vestido con una dalmática en tonos dorados y ocres ricamente adornada. En su mano izquierda sostiene la palma y la rueda, símbolos de su martirio, evocando la fortaleza de su sacrificio.
 
Esta obra puede relacionarse con un óleo de Espinosa sobre el mismo tema, conservado en el convento de las Trinitarias de Madrid, aunque presenta algunas variaciones en la composición.

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837. ATRIBUIDOS A GABRIEL DE LA CORTE (Madrid, 1648-1694)Florero en un jarrón de cristal sobre un pedestal de piedra y Florero en un jarrón de bronce sobre un pedestal de piedra

Dos óleos sobre lienzo. 84,5 x 63 cm, cada uno.
Inscritos números de inventario en el ángulo inferior izquierdo “268” y “300.”
 
Gabriel de la Corte fue un pintor español, hijo de Lucas de la Corte destacó como uno de los principales pintores de flores de Madrid durante su época. Fue un artista prolífico y de él se conservan numerosas obras principalmente cuadros de flores dispuestas en cestillos, cartelas y jarrones.
 
Las dos pinturas que presentamos, con números de inventario en el ángulo inferior izquierdo, sugieren que podrían formar parte de una serie más amplia de cuadros de flores destinados a decorar algún palacio. Pintadas sobre un lienzo relativamente grueso y de trama abierta, él soporte preferido de la Corte.
 
Con sus habituales fondos neutros, el pintor dispone sobre un pedestal de piedra los dos jarrones; uno de cristal y otro de bronce, con un amplio surtido de flores que ocupan casi todo el campo pictórico, en su característica manera de horro vacui. Se suceden así, una variedad de flores de tempestuosa vitalidad: tulipanes, dalias, narcisos, rosas, campanillas… cuyos tallos y hojas se retuercen de forma casi arabesca. La pincelada es segura y espontánea con detalle en el dibujo de las flores; unos toques más empastados y otros más finos para conseguir unas veladuras más transparentes. La intensidad cromática y el juego de luces y sombras son evidentes, con tonos más claros en las flores centrales para captar la atención del espectador, mientras que las tonalidades más oscuras se sitúan en la periferia del ramo, una práctica habitual en otras de las pinturas de flores de Gabriel de la Corte.

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4.500 €

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6.500 €
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837. ATRIBUIDOS A GABRIEL DE LA CORTE (Madrid, 1648-1694)Florero en un jarrón de cristal sobre un pedestal de piedra y Florero en un jarrón de bronce sobre un pedestal de piedra

Dos óleos sobre lienzo. 84,5 x 63 cm, cada uno.
Inscritos números de inventario en el ángulo inferior izquierdo “268” y “300.”
 
Gabriel de la Corte fue un pintor español, hijo de Lucas de la Corte destacó como uno de los principales pintores de flores de Madrid durante su época. Fue un artista prolífico y de él se conservan numerosas obras principalmente cuadros de flores dispuestas en cestillos, cartelas y jarrones.
 
Las dos pinturas que presentamos, con números de inventario en el ángulo inferior izquierdo, sugieren que podrían formar parte de una serie más amplia de cuadros de flores destinados a decorar algún palacio. Pintadas sobre un lienzo relativamente grueso y de trama abierta, él soporte preferido de la Corte.
 
Con sus habituales fondos neutros, el pintor dispone sobre un pedestal de piedra los dos jarrones; uno de cristal y otro de bronce, con un amplio surtido de flores que ocupan casi todo el campo pictórico, en su característica manera de horro vacui. Se suceden así, una variedad de flores de tempestuosa vitalidad: tulipanes, dalias, narcisos, rosas, campanillas… cuyos tallos y hojas se retuercen de forma casi arabesca. La pincelada es segura y espontánea con detalle en el dibujo de las flores; unos toques más empastados y otros más finos para conseguir unas veladuras más transparentes. La intensidad cromática y el juego de luces y sombras son evidentes, con tonos más claros en las flores centrales para captar la atención del espectador, mientras que las tonalidades más oscuras se sitúan en la periferia del ramo, una práctica habitual en otras de las pinturas de flores de Gabriel de la Corte.

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840. JUAN DE LA CORTE (Amberes, h. 1585-Madrid, 1662)Retorno triunfal de Judith a Betulia con la cabeza del general asirio Holofernes

Óleo sobre lienzo. 128 x 208,5 cm.
Inscrito con inicial en el ángulo inferior derecho.

Este cuadro inédito que presentamos es una contribución nueva a la obra de Juan de la Corte o de la Court. De su formación en Flandes no hay datos precisos, pero se le supone relacionado con el taller de Sebastian Vrancx y con su forma de pintar sus historias en amplias perspectivas urbanas.  En 1613 declara estar ya avecindado en Madrid. De este año es su vista de la Plaza Mayor de Madrid conservada en el Museo de Historia.  Es considerado por Palomino como pintor de países, batallas y perspectivas. Y no debemos olvidar que el propio Juan de la Corte, al solicitar la plaza de Pintor del Rey en 1627 se presenta como profesando en particular arquitecturas, batallas y países. Sus cuadros tuvieron gran aprecio entre sus contemporáneos formando parte de colecciones nobiliarias. Así mismo pintó para el palacio del Buen Retiro de Madrid una serie de temas bíblicos en buena parte desaparecidos.
 
La escena representada describe el alegre recibimiento del pueblo israelita a su heroína, con trompas y banderas al aire. En primer plano Judith ricamente ataviada con la espada en la mano y su criada con la cabeza del general asirio Holofernes. Al fondo del paisaje el campamento asirio con la tienda de Holofernes y los soldados con sus lanzas y arreos de guerra a caballo. Nabucodonosor mando sitiar y conquistar Betulia por negarse a prestarle ayuda y tributos. La intervención de Judith fue clave para la derrota de los asirios.
 

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7.000 €

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840. JUAN DE LA CORTE (Amberes, h. 1585-Madrid, 1662)Retorno triunfal de Judith a Betulia con la cabeza del general asirio Holofernes

Óleo sobre lienzo. 128 x 208,5 cm.
Inscrito con inicial en el ángulo inferior derecho.

Este cuadro inédito que presentamos es una contribución nueva a la obra de Juan de la Corte o de la Court. De su formación en Flandes no hay datos precisos, pero se le supone relacionado con el taller de Sebastian Vrancx y con su forma de pintar sus historias en amplias perspectivas urbanas.  En 1613 declara estar ya avecindado en Madrid. De este año es su vista de la Plaza Mayor de Madrid conservada en el Museo de Historia.  Es considerado por Palomino como pintor de países, batallas y perspectivas. Y no debemos olvidar que el propio Juan de la Corte, al solicitar la plaza de Pintor del Rey en 1627 se presenta como profesando en particular arquitecturas, batallas y países. Sus cuadros tuvieron gran aprecio entre sus contemporáneos formando parte de colecciones nobiliarias. Así mismo pintó para el palacio del Buen Retiro de Madrid una serie de temas bíblicos en buena parte desaparecidos.
 
La escena representada describe el alegre recibimiento del pueblo israelita a su heroína, con trompas y banderas al aire. En primer plano Judith ricamente ataviada con la espada en la mano y su criada con la cabeza del general asirio Holofernes. Al fondo del paisaje el campamento asirio con la tienda de Holofernes y los soldados con sus lanzas y arreos de guerra a caballo. Nabucodonosor mando sitiar y conquistar Betulia por negarse a prestarle ayuda y tributos. La intervención de Judith fue clave para la derrota de los asirios.
 

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841. ESCUELA ESPAÑOLA, SIGLO XVIIOctubre. Bodegón de higos, granadas, peras y manzanas, tomates, pimientos y guindillas, bellotas, castañas y nueces

Óleo sobre lienzo. 66 x 86,5 cm.
 
PROCEDENCIA:
Bernardino de Melgar y Álvarez de Abreu (1863-1942), marqués de Benavite.
Por descendencia hasta sus actuales propietarios
 
BIBLIOGRAFÍA:
Cherry, Peter. Arte y naturaleza. El bodegón español en el siglo de oro. Madrid, Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 1999, pp. 49, 51 y 58, fig. 26, 27, 29 y 30.
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Jordan, William B., Spanish Still Life in the Golden Age, 1600-1650, Catálogo de exposición Forth Worth: Kimbell Art Museum, 1985, pp. 1-27.
Jordan, William B. y Cherry, Peter, El bodegón español. De Velázquez a Goya. Catálogo de exposición, Londres - Madrid, National Gallery of Art (ed. española en Ediciones el Viso), 1995, pp. 13-26.
Dada la inscripción del mes de Octubre, debemos pensar que el lienzo debió pertenecer a una serie más amplia que presentaba alimentos propios de cada mes del año. Este tipo de series, junto con las de las estaciones del año, y la disposición tan sobria, simétrica y equilibrada de los distintos elementos presentados, suelen remitir a las dos primeras décadas del siglo XVII. El que ahora se ofrece, con fuertes contrastes y un atractivo colorido, fue dado a conocer por Peter Cherry en 1999, junto con otros tres más de Noviembre, Diciembre y Junio -en paradero desconocido-, presumiblemente de la misma serie, dadas las inscripciones.

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12.000 €

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841. ESCUELA ESPAÑOLA, SIGLO XVIIOctubre. Bodegón de higos, granadas, peras y manzanas, tomates, pimientos y guindillas, bellotas, castañas y nueces

Óleo sobre lienzo. 66 x 86,5 cm.
 
PROCEDENCIA:
Bernardino de Melgar y Álvarez de Abreu (1863-1942), marqués de Benavite.
Por descendencia hasta sus actuales propietarios
 
BIBLIOGRAFÍA:
Cherry, Peter. Arte y naturaleza. El bodegón español en el siglo de oro. Madrid, Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 1999, pp. 49, 51 y 58, fig. 26, 27, 29 y 30.
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Jordan, William B., Spanish Still Life in the Golden Age, 1600-1650, Catálogo de exposición Forth Worth: Kimbell Art Museum, 1985, pp. 1-27.
Jordan, William B. y Cherry, Peter, El bodegón español. De Velázquez a Goya. Catálogo de exposición, Londres - Madrid, National Gallery of Art (ed. española en Ediciones el Viso), 1995, pp. 13-26.
Dada la inscripción del mes de Octubre, debemos pensar que el lienzo debió pertenecer a una serie más amplia que presentaba alimentos propios de cada mes del año. Este tipo de series, junto con las de las estaciones del año, y la disposición tan sobria, simétrica y equilibrada de los distintos elementos presentados, suelen remitir a las dos primeras décadas del siglo XVII. El que ahora se ofrece, con fuertes contrastes y un atractivo colorido, fue dado a conocer por Peter Cherry en 1999, junto con otros tres más de Noviembre, Diciembre y Junio -en paradero desconocido-, presumiblemente de la misma serie, dadas las inscripciones.

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842. ANTONIO DE PEREDA Y SALGADO (Valladolid, 1611-Madrid, 1678)San Elías

Óleo sobre lienzo. 172 x 111,7 cm.
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Angulo, Diego y Pérez Sánchez, Alfonso, Pintura madrileña del segundo tercio del siglo XVII, CSIC, Madrid, 1983, pp. 138-239.
Pérez Sánchez, Alfonso, D. Antonio de Pereda (1611-1678) y la pintura madrileña de su tiempo, Madrid, 1979.
Álvaro Pascual Chenel, “Lamentación sobre Cristo Muerto” y “Aparición de la Virgen a San Antonio de Padua”, en David Gimilio Sanz y José Gómez Frechina (comisarios), La Colección Delgado, cat. exp. Museo de Bellas Artes de Valencia, 2017, pp. 82-91.
Álvaro Pascual Chenel, “Parejas de Ángeles”, en José María Palencia Cerezo y Álvaro Pascual Chenel (comisarios), Maestros del Barroco español. Colección Granados. Obra inédita, cat. exp. Museo de Bellas Artes de Murcia, 2020, cat. 19-20, pp. 84-88.
Fernando Moreno Cuadro, “Génesis iconográfica del “San Elías” de Pedro de Mena de la Catedral de Granada”, Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, 40, 2009, pp. 179-192.
 
El lienzo que nos ocupa figura la imagen de San Elías, uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento que vivió en el siglo IX a. de C, siguiendo sus representaciones iconográficas más habituales a partir de la narración de su vida en el Libro de los Reyes. Se trata de una iconografía no demasiado frecuente en las figuraciones artísticas.
 
En el cuadro se condensan de manera simultánea algunos de los episodios más característicos y habituales en sus figuraciones, así como sus principales atributos y concepciones entorno a él, especialmente en lo referido a la austeridad, el sacrificio personal, y el retiro, como precursor de la vida eremítica y su relación con el Carmelo, del que se convertirá en uno de sus pilares, pues entorno a él se vincula la fundación del monacato y la orden del Carmen. Si bien el profeta no es en realidad ni el fundador espiritual ni legal de la vida monástica, Elías fue tomado por le movimiento monástico como modelo de perfección que se asociaba a la continencia, austeridad, pobreza, vida de oración y retiro en el desierto, etc. considerándole como precursor y remoto fundador de la orden de los carmelitas. De este modo es tenido como ejemplo de vida religiosa y padre del monacato. Así, en el cuadro está precisamente representado así, en un primer plano, con aspecto agreste, barbado, cubierto por una túnica y manto de piel de camello, propio de los eremitas del desierto. La ausencia para los carmelitas de la figura de un fundador contemporáneo del siglo XII que personificase su estilo de vida eremítica, les llevará a reivindicar al profeta Elias como ejemplo a seguir y Carmelitanum Dux et Pater, tomando como divisa una frase suya (Reyes 19.10): “ZELO ZELATUS SUM PRO DOMINO DEO EXERCITUUM” (me consumo de celo por el Señor Dios de los ejércitos). Esto es precisamente lo que aparece inscrito en el libro abierto que porta en la mano, manifestación de su doctrina. De enorme interés es también la relación de Elías con el fuego, uno de sus atributos principales en sus diferentes representaciones. Elías se levantó como fuego y su palabra ardía como una pequeña tea; que es justo lo que sostiene en alto con su mano derecha a modo de látigo de fuego. Y que se puede relacionar, asimismo, con su atributo más característico, la espada flamígera. Todo lo cual se liga a la defensa de la verdad divina por Elías que se materializa a través de su palabra. Todo ello alude a uno de los episodios más representativos en sus figuraciones: el enfrentamiento con los profetas de Baal. De hecho, la vinculación de Elías con la Orden del Carmen deriva de la relación del profeta con el Monte Carmelo, recogida en I Reyes 18,20-40 donde se describe el “Juicio de Dios en el Carmelo” y la victoria y castigo de Elías sobre los profetas del falso dios Baal a través del fuego divino. Este pasaje concreto es el que se puede apreciar en el fondo, abajo a la derecha. A la izquierda figura otro de los episodios complementarios de su vida, e inmediatamente anterior al del enfrentamiento con los profetas de Baal, en relación con su persecución por la reina pagana Jezabel que quería imponer el paganismo e hizo asesinar a los profetas y sacerdotes de Dios. Elías se libro de la muerte huyendo al desierto y gracias a su oración las nubes portaron lluvia después de muchos meses de grave sequía.
 
En cuanto a las características estilísticas y los valores plásticos, pueden advertirse similitudes propias con los modelos formales que permiten relacionar el lienzo con la escuela madrileña del siglo XVII. De modo más específico, puede rastrearse el quehacer formal del pintor Antonio de Pereda. Antonio de Pereda nació en Valladolid en 1611. Era hijo de un pintor modesto con el que lógicamente recibiría su primera formación, al igual que varios de sus hermanos, también vinculados con el arte de la pintura. Pasaría pronto a Madrid donde consta como aprendiz en el obrador de Pedro de las Cuevas, que, tal como nos cuenta Palomino, debió de tener un notable prestigio pues en él se formarían también otros muchos pintores contemporáneos que después destacarían en el ámbito del pleno barroco cortesano como Juan Carreño de Miranda y Francisco Camilo. Fue protegido de Francisco de Tejada, oidor del Consejo Real, coleccionista y mecenas y, sobre todo, de Juan Bautista Crescenzi, Marqués de la Torre. Todo esto le permitió introducirse en el ambiente artístico cortesano y entrar en contacto con las novedades pictóricas que se podían ver en el Madrid de aquellos momentos. De este modo completaría su formación, aplicándose a la práctica del dibujo y la observación y estudio directo de las obras de los grandes maestros. Especial importancia ocupa en la prometedora carrera de Pereda y su proyección cortesana la figura del Crescenzi -de noble e influyente familia romana y él mismo notable artista- pues la influencia artística y política de su valedor le permitirán trabajar para las obras reales. Crescenzi había sido nombrado en 1630 Superintendente de las Obras Reales y, en efecto, su protección determinó que Pereda participase en la decoración del Salón de Reinos junto a los viejos pintores madrileños como Carducho, Cajés y Maíno, Velázquez, Zurbarán y los más jóvenes Castello -discípulo de Carducho- Leonardo -antiguo aprendiz también de Pedro de las Cuevas y después discípulo de Cajés. Para tan significativo espacio pintaría Pereda en 1634 El Socorro a Génova, su primera gran obra en la que se aprecian ya muy bien los valores técnicos y plásticos de su arte. Al año siguiente se ocuparía también el Agila, perteneciente a la serie de los reyes godos que habían de decorar también el Palacio. Los prometedores horizontes que se le abrían al pintor se vieron pronto oscurecidos con la muerte de su valedor en 1635, que truncaría el ascenso de su carrera como pintor palatino. A partir de entonces Pereda no trabajaría más para el rey y debió buscar nuevos horizontes laborales, encontrando acomodo en la clientela eclesiástica para la que trabajaría a partir de entonces con gran fortuna repitiendo tipos y composiciones piadosas.
 
A pesar de encuadrarse plenamente en la generación de los pintores de la escuela madrileña que caminan por la senda del deslumbrante y movido barroquismo pleno de la segunda mitad del siglo XVII, el estilo de Pereda permaneció en buena medida anclado en valores del pasado, distanciándose en este punto de sus compañeros y de pintores más jóvenes. En este sentido, a pesar de que en su época asistimos a la evolución del naturalismo del primer tercio de siglo tan fiel a la concreción de lo visible y la expresión inmediata de la materialidad hacia la disolución de las formas, la soltura de la técnica y arrebatado movimiento en tensión y formas abiertas del barroco decorativo, Pereda, aún dotado de unas excepcionales cualidades técnicas, permanecerá un tanto estático e impermeable en cuanto a las novedades del pleno barroco que se imponían cada vez con más fuerza.
 
Así, se pueden observar en Pereda ecos del naturalismo cargado de gravedad retórica de Carducho. Es muy destacable su maestría técnica con la que es capaz de representar con minuciosidad y precisión flamenca la realidad inmediata, palpable, táctil de las cosas y el tono opulento, suntuoso y colorista de sus obras. En esto es desde luego deudor del rico colorido veneciano de raigambre tizianesca.
 
A pesar de lo comentado en cuando a su técnica prieta y preciosista, este lienzo nos muestra a un Pereda mucho más expresivo, dinámico, directo y con una técnica más suelta, especialmente apreciable en las dos escenas del fondo.
 
Como resulta lógico pensar, Pereda repetía sus composiciones exitosas a demanda de la clientela y es conocido el uso de las estampas -fundamentalmente flamencas- por los pintores españoles como fuentes iconográficas de inspiración. De hecho, del propio Pereda se conservan dos lienzos muy similares en cuanto a temática, estética y conceptualidad en la iglesia del Carmen de Madrid: Elías y los profetas de Baal, y Eliseo maldice a los muchachos de Betel.
 
Esta obra se acompaña del estudio realizado por Álvaro Pascual Chenel, a quien agradecemos su ayuda en la catalogación de este lote.

Starting price

25.000 €

SOLD BY

25.000 €
SOLD
842. ANTONIO DE PEREDA Y SALGADO (Valladolid, 1611-Madrid, 1678)San Elías

Óleo sobre lienzo. 172 x 111,7 cm.
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Angulo, Diego y Pérez Sánchez, Alfonso, Pintura madrileña del segundo tercio del siglo XVII, CSIC, Madrid, 1983, pp. 138-239.
Pérez Sánchez, Alfonso, D. Antonio de Pereda (1611-1678) y la pintura madrileña de su tiempo, Madrid, 1979.
Álvaro Pascual Chenel, “Lamentación sobre Cristo Muerto” y “Aparición de la Virgen a San Antonio de Padua”, en David Gimilio Sanz y José Gómez Frechina (comisarios), La Colección Delgado, cat. exp. Museo de Bellas Artes de Valencia, 2017, pp. 82-91.
Álvaro Pascual Chenel, “Parejas de Ángeles”, en José María Palencia Cerezo y Álvaro Pascual Chenel (comisarios), Maestros del Barroco español. Colección Granados. Obra inédita, cat. exp. Museo de Bellas Artes de Murcia, 2020, cat. 19-20, pp. 84-88.
Fernando Moreno Cuadro, “Génesis iconográfica del “San Elías” de Pedro de Mena de la Catedral de Granada”, Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, 40, 2009, pp. 179-192.
 
El lienzo que nos ocupa figura la imagen de San Elías, uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento que vivió en el siglo IX a. de C, siguiendo sus representaciones iconográficas más habituales a partir de la narración de su vida en el Libro de los Reyes. Se trata de una iconografía no demasiado frecuente en las figuraciones artísticas.
 
En el cuadro se condensan de manera simultánea algunos de los episodios más característicos y habituales en sus figuraciones, así como sus principales atributos y concepciones entorno a él, especialmente en lo referido a la austeridad, el sacrificio personal, y el retiro, como precursor de la vida eremítica y su relación con el Carmelo, del que se convertirá en uno de sus pilares, pues entorno a él se vincula la fundación del monacato y la orden del Carmen. Si bien el profeta no es en realidad ni el fundador espiritual ni legal de la vida monástica, Elías fue tomado por le movimiento monástico como modelo de perfección que se asociaba a la continencia, austeridad, pobreza, vida de oración y retiro en el desierto, etc. considerándole como precursor y remoto fundador de la orden de los carmelitas. De este modo es tenido como ejemplo de vida religiosa y padre del monacato. Así, en el cuadro está precisamente representado así, en un primer plano, con aspecto agreste, barbado, cubierto por una túnica y manto de piel de camello, propio de los eremitas del desierto. La ausencia para los carmelitas de la figura de un fundador contemporáneo del siglo XII que personificase su estilo de vida eremítica, les llevará a reivindicar al profeta Elias como ejemplo a seguir y Carmelitanum Dux et Pater, tomando como divisa una frase suya (Reyes 19.10): “ZELO ZELATUS SUM PRO DOMINO DEO EXERCITUUM” (me consumo de celo por el Señor Dios de los ejércitos). Esto es precisamente lo que aparece inscrito en el libro abierto que porta en la mano, manifestación de su doctrina. De enorme interés es también la relación de Elías con el fuego, uno de sus atributos principales en sus diferentes representaciones. Elías se levantó como fuego y su palabra ardía como una pequeña tea; que es justo lo que sostiene en alto con su mano derecha a modo de látigo de fuego. Y que se puede relacionar, asimismo, con su atributo más característico, la espada flamígera. Todo lo cual se liga a la defensa de la verdad divina por Elías que se materializa a través de su palabra. Todo ello alude a uno de los episodios más representativos en sus figuraciones: el enfrentamiento con los profetas de Baal. De hecho, la vinculación de Elías con la Orden del Carmen deriva de la relación del profeta con el Monte Carmelo, recogida en I Reyes 18,20-40 donde se describe el “Juicio de Dios en el Carmelo” y la victoria y castigo de Elías sobre los profetas del falso dios Baal a través del fuego divino. Este pasaje concreto es el que se puede apreciar en el fondo, abajo a la derecha. A la izquierda figura otro de los episodios complementarios de su vida, e inmediatamente anterior al del enfrentamiento con los profetas de Baal, en relación con su persecución por la reina pagana Jezabel que quería imponer el paganismo e hizo asesinar a los profetas y sacerdotes de Dios. Elías se libro de la muerte huyendo al desierto y gracias a su oración las nubes portaron lluvia después de muchos meses de grave sequía.
 
En cuanto a las características estilísticas y los valores plásticos, pueden advertirse similitudes propias con los modelos formales que permiten relacionar el lienzo con la escuela madrileña del siglo XVII. De modo más específico, puede rastrearse el quehacer formal del pintor Antonio de Pereda. Antonio de Pereda nació en Valladolid en 1611. Era hijo de un pintor modesto con el que lógicamente recibiría su primera formación, al igual que varios de sus hermanos, también vinculados con el arte de la pintura. Pasaría pronto a Madrid donde consta como aprendiz en el obrador de Pedro de las Cuevas, que, tal como nos cuenta Palomino, debió de tener un notable prestigio pues en él se formarían también otros muchos pintores contemporáneos que después destacarían en el ámbito del pleno barroco cortesano como Juan Carreño de Miranda y Francisco Camilo. Fue protegido de Francisco de Tejada, oidor del Consejo Real, coleccionista y mecenas y, sobre todo, de Juan Bautista Crescenzi, Marqués de la Torre. Todo esto le permitió introducirse en el ambiente artístico cortesano y entrar en contacto con las novedades pictóricas que se podían ver en el Madrid de aquellos momentos. De este modo completaría su formación, aplicándose a la práctica del dibujo y la observación y estudio directo de las obras de los grandes maestros. Especial importancia ocupa en la prometedora carrera de Pereda y su proyección cortesana la figura del Crescenzi -de noble e influyente familia romana y él mismo notable artista- pues la influencia artística y política de su valedor le permitirán trabajar para las obras reales. Crescenzi había sido nombrado en 1630 Superintendente de las Obras Reales y, en efecto, su protección determinó que Pereda participase en la decoración del Salón de Reinos junto a los viejos pintores madrileños como Carducho, Cajés y Maíno, Velázquez, Zurbarán y los más jóvenes Castello -discípulo de Carducho- Leonardo -antiguo aprendiz también de Pedro de las Cuevas y después discípulo de Cajés. Para tan significativo espacio pintaría Pereda en 1634 El Socorro a Génova, su primera gran obra en la que se aprecian ya muy bien los valores técnicos y plásticos de su arte. Al año siguiente se ocuparía también el Agila, perteneciente a la serie de los reyes godos que habían de decorar también el Palacio. Los prometedores horizontes que se le abrían al pintor se vieron pronto oscurecidos con la muerte de su valedor en 1635, que truncaría el ascenso de su carrera como pintor palatino. A partir de entonces Pereda no trabajaría más para el rey y debió buscar nuevos horizontes laborales, encontrando acomodo en la clientela eclesiástica para la que trabajaría a partir de entonces con gran fortuna repitiendo tipos y composiciones piadosas.
 
A pesar de encuadrarse plenamente en la generación de los pintores de la escuela madrileña que caminan por la senda del deslumbrante y movido barroquismo pleno de la segunda mitad del siglo XVII, el estilo de Pereda permaneció en buena medida anclado en valores del pasado, distanciándose en este punto de sus compañeros y de pintores más jóvenes. En este sentido, a pesar de que en su época asistimos a la evolución del naturalismo del primer tercio de siglo tan fiel a la concreción de lo visible y la expresión inmediata de la materialidad hacia la disolución de las formas, la soltura de la técnica y arrebatado movimiento en tensión y formas abiertas del barroco decorativo, Pereda, aún dotado de unas excepcionales cualidades técnicas, permanecerá un tanto estático e impermeable en cuanto a las novedades del pleno barroco que se imponían cada vez con más fuerza.
 
Así, se pueden observar en Pereda ecos del naturalismo cargado de gravedad retórica de Carducho. Es muy destacable su maestría técnica con la que es capaz de representar con minuciosidad y precisión flamenca la realidad inmediata, palpable, táctil de las cosas y el tono opulento, suntuoso y colorista de sus obras. En esto es desde luego deudor del rico colorido veneciano de raigambre tizianesca.
 
A pesar de lo comentado en cuando a su técnica prieta y preciosista, este lienzo nos muestra a un Pereda mucho más expresivo, dinámico, directo y con una técnica más suelta, especialmente apreciable en las dos escenas del fondo.
 
Como resulta lógico pensar, Pereda repetía sus composiciones exitosas a demanda de la clientela y es conocido el uso de las estampas -fundamentalmente flamencas- por los pintores españoles como fuentes iconográficas de inspiración. De hecho, del propio Pereda se conservan dos lienzos muy similares en cuanto a temática, estética y conceptualidad en la iglesia del Carmen de Madrid: Elías y los profetas de Baal, y Eliseo maldice a los muchachos de Betel.
 
Esta obra se acompaña del estudio realizado por Álvaro Pascual Chenel, a quien agradecemos su ayuda en la catalogación de este lote.

Starting price: 25.000 €

SOLD BY: 25.000 €

847. ATRIBUIDO A MIGUEL CABRERA (Oaxaca, 1695- Ciudad de México, 1768) Adoración de los Pastores con ángel y rompimiento de gloria

Óleo sobre cobre, 41 x 31 cm.
 
Inscrito en una filacteria: “GLORIA IN EXCELSIS DEO ET YN TERA PAX OMINI BONE”
Con marco en taracea de hueso y palo santo.
 
Este cobre, en buen estado de conservación, puede atribuirse sin duda al pintor Miguel Cabrera y relacionarse con otras Adoraciones de los Pastores del mismo artista conservadas en México; una en el Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán y otra en el Museo Regional de Guadalupe en Zacatecas.
 
Cabrera nos presenta el momento de la Adoración de los Pastores con una composición equilibrada. En el centro, el Niño Jesús reposa sobre un humilde pesebre, bañado de un resplandor divino que capta nuestra atención. A su lado, la Virgen María y San José, acompañados por la celestial presencia de un ángel que irradia serenidad. En la parte superior, un rompimiento de gloria enmarca la escena principal, donde Dios Padre, la Paloma del Espíritu Santo y ángeles gloriosos proclaman la paz y la gloria celestial con la filacteria que reza: "GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD". A ambos lados, completando la escena, se encuentran los pastores, junto al buey y la mula. En primer plano, reposa un cordero dormido, un motivo que podemos encontrar en otras obras de Cabrera.
 
La maestría de Cabrera se hace evidente en cada detalle de esta obra. Son rasgos distintivos de este pintor la expresión dulce de los rostros de los personajes, el vibrante colorido y pincelada suelta y expresiva.
 
Destacamos el marco novohispano de taracea de hueso y palo santo, característico de las producciones de Campeche, que enmarca y realza la obra. 

Starting price

8.000 €

NOT SOLD

847. ATRIBUIDO A MIGUEL CABRERA (Oaxaca, 1695- Ciudad de México, 1768) Adoración de los Pastores con ángel y rompimiento de gloria

Óleo sobre cobre, 41 x 31 cm.
 
Inscrito en una filacteria: “GLORIA IN EXCELSIS DEO ET YN TERA PAX OMINI BONE”
Con marco en taracea de hueso y palo santo.
 
Este cobre, en buen estado de conservación, puede atribuirse sin duda al pintor Miguel Cabrera y relacionarse con otras Adoraciones de los Pastores del mismo artista conservadas en México; una en el Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán y otra en el Museo Regional de Guadalupe en Zacatecas.
 
Cabrera nos presenta el momento de la Adoración de los Pastores con una composición equilibrada. En el centro, el Niño Jesús reposa sobre un humilde pesebre, bañado de un resplandor divino que capta nuestra atención. A su lado, la Virgen María y San José, acompañados por la celestial presencia de un ángel que irradia serenidad. En la parte superior, un rompimiento de gloria enmarca la escena principal, donde Dios Padre, la Paloma del Espíritu Santo y ángeles gloriosos proclaman la paz y la gloria celestial con la filacteria que reza: "GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD". A ambos lados, completando la escena, se encuentran los pastores, junto al buey y la mula. En primer plano, reposa un cordero dormido, un motivo que podemos encontrar en otras obras de Cabrera.
 
La maestría de Cabrera se hace evidente en cada detalle de esta obra. Son rasgos distintivos de este pintor la expresión dulce de los rostros de los personajes, el vibrante colorido y pincelada suelta y expresiva.
 
Destacamos el marco novohispano de taracea de hueso y palo santo, característico de las producciones de Campeche, que enmarca y realza la obra. 

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848. ESCUELA NOVOHISPANA, H. 1700Virgen con niño

Óleo sobre tabla con incrustaciones de piedras simulando rubies, esmeraldas, zafiros, y brillantes. 74 x 49 cm.
 
La tabla que presentamos, por su riqueza y complejidad, es plausible que haya sido un encargo de una figura destacada de la aristocracia o nobleza de la época, posiblemente destinada al culto privado como objeto de devoción personal o concebida para ornamentar una capilla.
 
La inclusión de altos relieves dorados y piedras incrustadas revela un elevado nivel técnico y artístico. Su impecable ejecución denota la intervención de un maestro altamente capacitado, cuya pericia abarcaba pintura, escultura y orfebrería, disciplinas integradas armónicamente en esta pieza, otorgándole una calidad excepcional.
 
Esta obra, con su combinación de óleo, relieves ornamentales y guirnaldas constituye una rareza del barroco virreinal. Es un ejemplo del sincretismo cultural característico del arte colonial latinoamericano, que fusiona elementos europeos con iconografía indígena, además de influencias orientales visibles en la decoración floral y vegetal, reflejo del intercambio comercial entre México, Filipinas y Europa.
 
Las representaciones de Vírgenes fueron constantes en la pintura novohispana. El conquistador español introdujo sus creencias, entre ellas la devoción a la Virgen, símbolo de consuelo frente a la crueldad de la conquista. En esta obra, la Virgen está rodeada por una guirnalda de flores endémicas de México, como la anémona azul y la dalia blanca, y descansa sobre un almohadón de color grana cochinilla, típico en la pintura novohispana.
 
La concepción bidimensional del modelado de hojas, ramajes y el pedestal de la Virgen remite al influjo artístico recíproco entre Europa y Japón, perceptible en biombos mexicanos como el Biombo de Miramar o el de las Tres Culturas. Estas influencias asiáticas, introducidas y arraigadas en la tradición mexicana, se reflejan también en el uso del dorado, que, además de su función simbólica y ostentosa, otorga luminosidad a la obra. Este recurso evoca las tablas enconchadas mexicanas y las nubes del arte namban. También podemos, destacar el mismo diseño de las hojas que nos remite al tipo de decoraciones de objetos realizados en laca del periodo momoyama del primer cuarto del siglo XVII.
 
En cuanto al engarzado de piedras semipreciosas en el pedestal, ramaje, orlas y aplicaciones de la túnica, no hemos hallado analogías similares, lo que refuerza el carácter excepcional de esta pieza.

Starting price

20.000 €

NOT SOLD

848. ESCUELA NOVOHISPANA, H. 1700Virgen con niño

Óleo sobre tabla con incrustaciones de piedras simulando rubies, esmeraldas, zafiros, y brillantes. 74 x 49 cm.
 
La tabla que presentamos, por su riqueza y complejidad, es plausible que haya sido un encargo de una figura destacada de la aristocracia o nobleza de la época, posiblemente destinada al culto privado como objeto de devoción personal o concebida para ornamentar una capilla.
 
La inclusión de altos relieves dorados y piedras incrustadas revela un elevado nivel técnico y artístico. Su impecable ejecución denota la intervención de un maestro altamente capacitado, cuya pericia abarcaba pintura, escultura y orfebrería, disciplinas integradas armónicamente en esta pieza, otorgándole una calidad excepcional.
 
Esta obra, con su combinación de óleo, relieves ornamentales y guirnaldas constituye una rareza del barroco virreinal. Es un ejemplo del sincretismo cultural característico del arte colonial latinoamericano, que fusiona elementos europeos con iconografía indígena, además de influencias orientales visibles en la decoración floral y vegetal, reflejo del intercambio comercial entre México, Filipinas y Europa.
 
Las representaciones de Vírgenes fueron constantes en la pintura novohispana. El conquistador español introdujo sus creencias, entre ellas la devoción a la Virgen, símbolo de consuelo frente a la crueldad de la conquista. En esta obra, la Virgen está rodeada por una guirnalda de flores endémicas de México, como la anémona azul y la dalia blanca, y descansa sobre un almohadón de color grana cochinilla, típico en la pintura novohispana.
 
La concepción bidimensional del modelado de hojas, ramajes y el pedestal de la Virgen remite al influjo artístico recíproco entre Europa y Japón, perceptible en biombos mexicanos como el Biombo de Miramar o el de las Tres Culturas. Estas influencias asiáticas, introducidas y arraigadas en la tradición mexicana, se reflejan también en el uso del dorado, que, además de su función simbólica y ostentosa, otorga luminosidad a la obra. Este recurso evoca las tablas enconchadas mexicanas y las nubes del arte namban. También podemos, destacar el mismo diseño de las hojas que nos remite al tipo de decoraciones de objetos realizados en laca del periodo momoyama del primer cuarto del siglo XVII.
 
En cuanto al engarzado de piedras semipreciosas en el pedestal, ramaje, orlas y aplicaciones de la túnica, no hemos hallado analogías similares, lo que refuerza el carácter excepcional de esta pieza.

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849. ANGELINO MEDORO (1567-1633)El Arcángel San Miguel venciendo al demonio con marco fingido

Óleo sobre lienzo. 168 x 148 cm.
Firmado: "Angelinus Medorus" y fechado en 1621 ó 1627.
 
Angelino Medoro, destacado pintor romano nacido hacia 1567, representa una transición crucial entre el manierismo y el barroco en el arte colonial americano. Aunque formado en el estilo manierista italiano, influido por maestros como Jacobo Zucchi y los Zuccari, Medoro desarrolló un carácter propio en América. Allí, su estilo se enriqueció con influencias culturales locales, consolidándolo como un referente de la pintura colonial. Tras su formación en Roma, Medoro emigró a España en su juventud, motivado por el deseo de llevar su arte más allá de Europa. Se estableció en Sevilla, principal puerto de salida hacia las Américas, y firmó su primera obra en 1586. Dos años después, se embarcó hacia Colombia, marcando el inicio de una etapa fundamental de su carrera, cuyo legado se extendería por Colombia, Perú y Ecuador, dejando una huella artística profunda y distintiva en América Latina.
 
En Colombia, entre 1587 y 1592, trabajó principalmente en Tunja, el centro más importante y desarrollado del Nuevo Reino de Granada, y en Santa Fe de Bogotá. Obras como "Virgen de la Antigua" en la iglesia de Santo Domingo de Tunja y "La Anunciación" en Santa Clara son algunos de sus primeros y más significativos trabajos, caracterizados por su estilo manierista. Su conexión con la región se profundizó al casarse con Luisa Pimentel, hija de un importante encomendero de Santa Fe. Durante esta etapa, pintó un "Cristo atado a la columna con San Pedro Penitente" y un "Calvario" para la iglesia de San Francisco de Tunja, así como una serie de pinturas para la Capilla de los Mancipe en la iglesia Mayor de esta ciudad.
Al pasar por Quito, Medoro dejó una serie de trabajos, como un escudo nobiliario de los Aza firmado en 1592 y un cuadro de la Virgen con el Niño y santos. Posteriormente, en 1599, se estableció en Lima, ciudad que ya era un importante centro artístico en América, donde Bernardo Bitti y Mateo Pérez de Alesio lideraban el movimiento manierista. Aquí, Medoro fundó su propio taller y firmó varias obras notables, entre ellas un lienzo sobre La Santísima Trinidad y otras piezas que aún se conservan, como "Milagro de San Antonio" y "Cristo Crucificado," que realizó para el Convento de los Descalzos en 1601. En Lima, alcanzó tal renombre que fue considerado, junto a Pérez de Alesio, uno de los principales pintores tras la muerte de Bitti en 1610. Su fama llegó incluso a conectarlo con Santa Rosa de Lima, de quien fue amigo personal y para quien habría realizado un retrato póstumo en 1616.
 
Medoro continuó desarrollando su estilo manierista en Lima, donde exploró nuevas corrientes artísticas, evolucionando hacia un lenguaje pictórico propio, enriquecido por influencias locales y las innovaciones que llegaban al virreinato. Para 1618, firmó una serie de obras importantes, incluyendo una "Inmaculada" en el Convento de San Agustín. Su último trabajo documentado en Perú data de esta época; después, parece haber viajado a otros centros coloniales, como Potosí, Bolivia, donde recientemente se ha localizado un "Cristo crucificado con Santo Domingo y San Francisco" firmado por él. En 1624, Medoro regresó a España y se estableció nuevamente en Sevilla, donde, además de continuar su producción artística, asumió el rol de maestro y tomó como aprendiz a Juan de Mesa.
 
Este magnífico lienzo, firmado como Angelinus Medorus y fechado en 1621 o 1627, es el único conservado hasta ahora dentro de su producción pictórica con la temática de San Miguel Arcángel pisando al demonio. Sin duda, se trata de una obra cumbre en su trayectoria artística y demuestra que Medoro ya era un pintor consolidado. Posiblemente fue pintada en su última etapa en América o al inicio de su segunda estancia en Sevilla, donde el artista había evolucionado hacia un estilo de mayor naturalismo. Esta evolución se refleja también en el cambio de técnicas: mientras que sus primeras obras fueron pintadas al temple, en esta obra emplea el óleo, técnica que se convirtió en su elección preferida en sus últimas creaciones.
 
En el centro de la composición, Medoro nos presenta a San Miguel Arcángel sobre un rompimiento de gloria dominado por tonos amarillos y grises. Lo representa como un joven atlético y majestuoso, vestido con una indumentaria romana que incluye coraza, grebas y un morrión coronado de plumas, resaltando su rol como príncipe de la Iglesia y jefe de los ejércitos celestiales. Su cabello rubio y rizado, junto con sus espléndidas alas de águila, realzan su apariencia divina.
 
Destaca también la cabeza de águila que asoma desde la cintura del ángel. En su mano izquierda sostiene una balanza, símbolo del Juicio Final, mientras que con la derecha empuña una lanza, preparado para asestar el golpe decisivo contra el demonio. El arcángel parece danzar mientras se impone sobre el ángel caído a sus pies, quien apenas logra resistir la sentencia divina que se ejecutará con la lanza de San Miguel. El demonio, enroscado en una postura de derrota, intenta en vano utilizar sus artimañas para condenar el alma en juego, reflejada en uno de los platillos de la balanza que San Miguel sostiene con firmeza. El demonio es representado con un cuerpo humanoide, extremidades serpentinas, afiladas garras y alas membranosas.
 
La obra culmina en una innovadora técnica: el pintor emplea un ingenioso trampantojo que crea la ilusión de un marco ficticio, una frontera simbólica entre lo terrenal y lo celestial. Gracias a este recurso, el demonio parece proyectarse hacia el exterior, luchando por salir del cuadro, mientras que San Miguel, en un movimiento dinámico, también parece traspasar ese límite hacia el espectador, llevando su victoria más allá del plano pictórico.

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180.000 €

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849. ANGELINO MEDORO (1567-1633)El Arcángel San Miguel venciendo al demonio con marco fingido

Óleo sobre lienzo. 168 x 148 cm.
Firmado: "Angelinus Medorus" y fechado en 1621 ó 1627.
 
Angelino Medoro, destacado pintor romano nacido hacia 1567, representa una transición crucial entre el manierismo y el barroco en el arte colonial americano. Aunque formado en el estilo manierista italiano, influido por maestros como Jacobo Zucchi y los Zuccari, Medoro desarrolló un carácter propio en América. Allí, su estilo se enriqueció con influencias culturales locales, consolidándolo como un referente de la pintura colonial. Tras su formación en Roma, Medoro emigró a España en su juventud, motivado por el deseo de llevar su arte más allá de Europa. Se estableció en Sevilla, principal puerto de salida hacia las Américas, y firmó su primera obra en 1586. Dos años después, se embarcó hacia Colombia, marcando el inicio de una etapa fundamental de su carrera, cuyo legado se extendería por Colombia, Perú y Ecuador, dejando una huella artística profunda y distintiva en América Latina.
 
En Colombia, entre 1587 y 1592, trabajó principalmente en Tunja, el centro más importante y desarrollado del Nuevo Reino de Granada, y en Santa Fe de Bogotá. Obras como "Virgen de la Antigua" en la iglesia de Santo Domingo de Tunja y "La Anunciación" en Santa Clara son algunos de sus primeros y más significativos trabajos, caracterizados por su estilo manierista. Su conexión con la región se profundizó al casarse con Luisa Pimentel, hija de un importante encomendero de Santa Fe. Durante esta etapa, pintó un "Cristo atado a la columna con San Pedro Penitente" y un "Calvario" para la iglesia de San Francisco de Tunja, así como una serie de pinturas para la Capilla de los Mancipe en la iglesia Mayor de esta ciudad.
Al pasar por Quito, Medoro dejó una serie de trabajos, como un escudo nobiliario de los Aza firmado en 1592 y un cuadro de la Virgen con el Niño y santos. Posteriormente, en 1599, se estableció en Lima, ciudad que ya era un importante centro artístico en América, donde Bernardo Bitti y Mateo Pérez de Alesio lideraban el movimiento manierista. Aquí, Medoro fundó su propio taller y firmó varias obras notables, entre ellas un lienzo sobre La Santísima Trinidad y otras piezas que aún se conservan, como "Milagro de San Antonio" y "Cristo Crucificado," que realizó para el Convento de los Descalzos en 1601. En Lima, alcanzó tal renombre que fue considerado, junto a Pérez de Alesio, uno de los principales pintores tras la muerte de Bitti en 1610. Su fama llegó incluso a conectarlo con Santa Rosa de Lima, de quien fue amigo personal y para quien habría realizado un retrato póstumo en 1616.
 
Medoro continuó desarrollando su estilo manierista en Lima, donde exploró nuevas corrientes artísticas, evolucionando hacia un lenguaje pictórico propio, enriquecido por influencias locales y las innovaciones que llegaban al virreinato. Para 1618, firmó una serie de obras importantes, incluyendo una "Inmaculada" en el Convento de San Agustín. Su último trabajo documentado en Perú data de esta época; después, parece haber viajado a otros centros coloniales, como Potosí, Bolivia, donde recientemente se ha localizado un "Cristo crucificado con Santo Domingo y San Francisco" firmado por él. En 1624, Medoro regresó a España y se estableció nuevamente en Sevilla, donde, además de continuar su producción artística, asumió el rol de maestro y tomó como aprendiz a Juan de Mesa.
 
Este magnífico lienzo, firmado como Angelinus Medorus y fechado en 1621 o 1627, es el único conservado hasta ahora dentro de su producción pictórica con la temática de San Miguel Arcángel pisando al demonio. Sin duda, se trata de una obra cumbre en su trayectoria artística y demuestra que Medoro ya era un pintor consolidado. Posiblemente fue pintada en su última etapa en América o al inicio de su segunda estancia en Sevilla, donde el artista había evolucionado hacia un estilo de mayor naturalismo. Esta evolución se refleja también en el cambio de técnicas: mientras que sus primeras obras fueron pintadas al temple, en esta obra emplea el óleo, técnica que se convirtió en su elección preferida en sus últimas creaciones.
 
En el centro de la composición, Medoro nos presenta a San Miguel Arcángel sobre un rompimiento de gloria dominado por tonos amarillos y grises. Lo representa como un joven atlético y majestuoso, vestido con una indumentaria romana que incluye coraza, grebas y un morrión coronado de plumas, resaltando su rol como príncipe de la Iglesia y jefe de los ejércitos celestiales. Su cabello rubio y rizado, junto con sus espléndidas alas de águila, realzan su apariencia divina.
 
Destaca también la cabeza de águila que asoma desde la cintura del ángel. En su mano izquierda sostiene una balanza, símbolo del Juicio Final, mientras que con la derecha empuña una lanza, preparado para asestar el golpe decisivo contra el demonio. El arcángel parece danzar mientras se impone sobre el ángel caído a sus pies, quien apenas logra resistir la sentencia divina que se ejecutará con la lanza de San Miguel. El demonio, enroscado en una postura de derrota, intenta en vano utilizar sus artimañas para condenar el alma en juego, reflejada en uno de los platillos de la balanza que San Miguel sostiene con firmeza. El demonio es representado con un cuerpo humanoide, extremidades serpentinas, afiladas garras y alas membranosas.
 
La obra culmina en una innovadora técnica: el pintor emplea un ingenioso trampantojo que crea la ilusión de un marco ficticio, una frontera simbólica entre lo terrenal y lo celestial. Gracias a este recurso, el demonio parece proyectarse hacia el exterior, luchando por salir del cuadro, mientras que San Miguel, en un movimiento dinámico, también parece traspasar ese límite hacia el espectador, llevando su victoria más allá del plano pictórico.

Starting price: 180.000 €

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