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789. JUSEPE LEONARDO (Calatayud, 1601-Zaragoza, c.1653)Anunciación

Óleo sobre lienzo. 124 x 103 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular Mardid.
 
Este lienzo, conservado hasta ahora en una colección particular en Madrid, fue dado a conocer por Pérez Sánchez en 1983. En su publicación, la fotografía de esta obra (lámina 108) y cita: De estilo muy próximo a Cajés, pero seguramente de Leonardo” (Ver: Angulo Íñiguez, D. y Pérez Sánchez, A.E.: Pintura madrileña del segundo tercio del siglo XVII, Madrid, 1983, p. 94, nº 33, lámina 108).
 
Más tarde, Ramón Torner Marco, en Jusepe Leonardo. Un pintor bilbilitano en la Corte de Felipe IV, menciona esta Anunciación: Anunciación/Madrid. Propiedad particular/De estilo muy próximo a Cajés pero seguramente de Leonardo. Según Angulo y Pérez Sánchez, se trata de una Anunciación (123 x 103 cm) muy parecida en composición, tipología y estilo a otras del artista; sin embargo, solo se conoce por fotografía (Ver: Ramón Torner Marco, Jusepe Leonardo. Un pintor bilbilitano en la Corte de Felipe IV, Calatayud, 2003, Centro de Estudios Bilbilitanos, Institución “Fernando el Católico”, p. 64).
 
La obra que presentamos, conservada hasta ahora en una colección particular madrileña, destaca por su formato, dimensiones y carácter íntimo, lo que sugiere que fue concebida para un ámbito devocional privado o para una pequeña capilla conventual aún sin localizar. Su estilo pictórico refleja claramente la influencia de Eugenio Cajés, maestro bajo cuya tutela se formaron importantes artistas como Félix Castello, Jusepe Leonardo y Antonio Lanchares, quienes perpetuaron su técnica y proceso creativo.
 
En la escena, el pintor captura el momento de la Anunciación sobre un rompimiento de gloria celestial, con la paloma del Espíritu Santo como símbolo divino. A la izquierda, el Arcángel San Gabriel sostiene una filacteria con la inscripción: Ave Maria, gratia plena. Dominus tecum. A la derecha, la Virgen, sentada o arrodillada, adopta una actitud de oración y aceptación de su destino. Sobre la mesa, un libro refuerza el carácter contemplativo de la escena. Desde un punto de vista estilístico, la obra revela la influencia de Cajés, con un tratamiento de la luz que recuerda al tenebrismo caravaggista, combinado con el manierismo de Correggio. La paleta cromática, dominada por tonos rojos, azules y blancos, es característica de Leonardo.
 
Este lienzo guarda relación con la Anunciación de Eugenio Cajés en el retablo de Algete, firmada y fechada en 1619, cuyo dibujo preparatorio se conserva en el Museo Nacional del Prado. Asimismo, se pueden identificar otras dos Anunciaciones de Leonardo: una en Casarrubios del Monte (óleo sobre lienzo, 126,5 x 92 cm, firmada) y otra en la sacristía del Monasterio de Silos (óleo sobre lienzo, 264 x 164 cm).

Starting price

8.000 €

789. JUSEPE LEONARDO (Calatayud, 1601-Zaragoza, c.1653)Anunciación

Óleo sobre lienzo. 124 x 103 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular Mardid.
 
Este lienzo, conservado hasta ahora en una colección particular en Madrid, fue dado a conocer por Pérez Sánchez en 1983. En su publicación, la fotografía de esta obra (lámina 108) y cita: De estilo muy próximo a Cajés, pero seguramente de Leonardo” (Ver: Angulo Íñiguez, D. y Pérez Sánchez, A.E.: Pintura madrileña del segundo tercio del siglo XVII, Madrid, 1983, p. 94, nº 33, lámina 108).
 
Más tarde, Ramón Torner Marco, en Jusepe Leonardo. Un pintor bilbilitano en la Corte de Felipe IV, menciona esta Anunciación: Anunciación/Madrid. Propiedad particular/De estilo muy próximo a Cajés pero seguramente de Leonardo. Según Angulo y Pérez Sánchez, se trata de una Anunciación (123 x 103 cm) muy parecida en composición, tipología y estilo a otras del artista; sin embargo, solo se conoce por fotografía (Ver: Ramón Torner Marco, Jusepe Leonardo. Un pintor bilbilitano en la Corte de Felipe IV, Calatayud, 2003, Centro de Estudios Bilbilitanos, Institución “Fernando el Católico”, p. 64).
 
La obra que presentamos, conservada hasta ahora en una colección particular madrileña, destaca por su formato, dimensiones y carácter íntimo, lo que sugiere que fue concebida para un ámbito devocional privado o para una pequeña capilla conventual aún sin localizar. Su estilo pictórico refleja claramente la influencia de Eugenio Cajés, maestro bajo cuya tutela se formaron importantes artistas como Félix Castello, Jusepe Leonardo y Antonio Lanchares, quienes perpetuaron su técnica y proceso creativo.
 
En la escena, el pintor captura el momento de la Anunciación sobre un rompimiento de gloria celestial, con la paloma del Espíritu Santo como símbolo divino. A la izquierda, el Arcángel San Gabriel sostiene una filacteria con la inscripción: Ave Maria, gratia plena. Dominus tecum. A la derecha, la Virgen, sentada o arrodillada, adopta una actitud de oración y aceptación de su destino. Sobre la mesa, un libro refuerza el carácter contemplativo de la escena. Desde un punto de vista estilístico, la obra revela la influencia de Cajés, con un tratamiento de la luz que recuerda al tenebrismo caravaggista, combinado con el manierismo de Correggio. La paleta cromática, dominada por tonos rojos, azules y blancos, es característica de Leonardo.
 
Este lienzo guarda relación con la Anunciación de Eugenio Cajés en el retablo de Algete, firmada y fechada en 1619, cuyo dibujo preparatorio se conserva en el Museo Nacional del Prado. Asimismo, se pueden identificar otras dos Anunciaciones de Leonardo: una en Casarrubios del Monte (óleo sobre lienzo, 126,5 x 92 cm, firmada) y otra en la sacristía del Monasterio de Silos (óleo sobre lienzo, 264 x 164 cm).

Starting price: 8.000 €

793. ESCUELA FLAMENCA, SIGLO XVIIMeleandro presentando a su querida Atalanta la cabeza de jabalí de Caledonia

Óleo sobre lienzo. 62 x 180 cm.
Inscrito número de inventario en el ángulo inferior derecho: "96" y "C.7".
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección del Marqués de Leganés 1655, Palacio de San Bernardo, núm. 1261.
Antigua colección XV conde de Altamira, Vicente Ossorio de Moscoso, 1864. (Apéndice documental 20, nº96).
Colección particular Madrid.
 
BIBLIOGRAFÍA:
Pérez Preciado, José Juan, a tesis 2009. El Marqués de Leganés y las Artes, Tesis doctoral, Madrid, 2009, p. 796 (número 1261) y p. 933 (Apéndice documental, Documento 20, número 96).
 
La escena de esta obra está inspirada en Las Metamorfosis de Ovidio, una de las fuentes mitológicas más influyentes en los artistas flamencos del siglo XVII. Según la narración de Ovidio, Diana envía un jabalí para devastar la región de Calidonia como castigo al rey por no haber cumplido los sacrificios en su honor. Meleagro, hijo del monarca y hábil cazador, organiza una expedición con los mejores cazadores del reino para abatir a la bestia. Entre los participantes se encuentra Atalanta, una valerosa cazadora que hiere primero al animal, permitiendo que Meleagro lo remate. En señal de reconocimiento, este le concede la cabeza del jabalí como trofeo, lo que genera la envidia y el descontento del resto de los cazadores. Los tíos de Meleagro, considerándose con mayor derecho a la recompensa, arrebatan el trofeo a Atalanta, desatando la furia de Meleagro y provocando una trágica disputa que termina con la muerte de sus tíos. La ira de su madre, al conocer lo sucedido, precipita el destino fatal de su propio hijo, cumpliéndose así un antiguo vaticinio.
 
Este lienzo captura precisamente el momento en que Meleagro entrega el trofeo a Atalanta, y está documentado en la colección del Marqués de Leganés como sobrepuerta (El Marqués de Leganés y las Artes, p. 796, núm. 1261). Posteriormente, habría sido heredado por el X Marqués de Altamira y, más tarde, por el XV Marqués de Altamira, como se constata en el inventario de 1864 (El Marqués de Leganés y las Artes, p. 796, documento 20).

Starting price

4.000 €

793. ESCUELA FLAMENCA, SIGLO XVIIMeleandro presentando a su querida Atalanta la cabeza de jabalí de Caledonia

Óleo sobre lienzo. 62 x 180 cm.
Inscrito número de inventario en el ángulo inferior derecho: "96" y "C.7".
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección del Marqués de Leganés 1655, Palacio de San Bernardo, núm. 1261.
Antigua colección XV conde de Altamira, Vicente Ossorio de Moscoso, 1864. (Apéndice documental 20, nº96).
Colección particular Madrid.
 
BIBLIOGRAFÍA:
Pérez Preciado, José Juan, a tesis 2009. El Marqués de Leganés y las Artes, Tesis doctoral, Madrid, 2009, p. 796 (número 1261) y p. 933 (Apéndice documental, Documento 20, número 96).
 
La escena de esta obra está inspirada en Las Metamorfosis de Ovidio, una de las fuentes mitológicas más influyentes en los artistas flamencos del siglo XVII. Según la narración de Ovidio, Diana envía un jabalí para devastar la región de Calidonia como castigo al rey por no haber cumplido los sacrificios en su honor. Meleagro, hijo del monarca y hábil cazador, organiza una expedición con los mejores cazadores del reino para abatir a la bestia. Entre los participantes se encuentra Atalanta, una valerosa cazadora que hiere primero al animal, permitiendo que Meleagro lo remate. En señal de reconocimiento, este le concede la cabeza del jabalí como trofeo, lo que genera la envidia y el descontento del resto de los cazadores. Los tíos de Meleagro, considerándose con mayor derecho a la recompensa, arrebatan el trofeo a Atalanta, desatando la furia de Meleagro y provocando una trágica disputa que termina con la muerte de sus tíos. La ira de su madre, al conocer lo sucedido, precipita el destino fatal de su propio hijo, cumpliéndose así un antiguo vaticinio.
 
Este lienzo captura precisamente el momento en que Meleagro entrega el trofeo a Atalanta, y está documentado en la colección del Marqués de Leganés como sobrepuerta (El Marqués de Leganés y las Artes, p. 796, núm. 1261). Posteriormente, habría sido heredado por el X Marqués de Altamira y, más tarde, por el XV Marqués de Altamira, como se constata en el inventario de 1864 (El Marqués de Leganés y las Artes, p. 796, documento 20).

Starting price: 4.000 €

796. ESCUELA ITALIANA, H. 1610La Visión de Félix Cantalicio

Óleo sobre mármol. 29,5 x 44 cm.
En el reverso, etiqueta de colección inscrita a tinta: "S. Felice de Cantalice, 1600-1625".
Etiqueta adherida al marco con número de colección inscrito a tinta: "6".
 
Durante el siglo XVII, periodo marcado por el esplendor del Barroco, la pintura al óleo sobre lienzo y el fresco dominaron la decoración de iglesias y palacios. Sin embargo, un grupo de pintores optó por el mármol como soporte para sus composiciones. Estos artistas aprovecharon la solidez y la superficie pulida de la piedra para crear obras que combinaban la riqueza cromática de la pintura con la nobleza del material.
 
La obra que presentamos, realizada sobre mármol, representa una de las visiones de San Félix de Cantalicio, un humilde fraile capuchino del siglo XVI, célebre por su profunda piedad y dedicación a la caridad. Su devoción por la Virgen María fue inquebrantable, y a lo largo de su vida se le atribuyeron numerosos milagros y dones espirituales, como la capacidad de sanar enfermos con su bendición.
 
En esta escena, la Virgen María desciende del cielo, envuelta en nubes, junto con el Niño Jesús. En un gesto de amor y entrega, el Niño se desprende de su regazo y se arroja a los brazos del santo, quien, de rodillas, los abre con fervor para recibirlo. La composición transmite la espiritualidad y el misticismo característicos del Barroco, resaltando la conexión entre lo divino y lo humano.

Starting price

6.000 €

796. ESCUELA ITALIANA, H. 1610La Visión de Félix Cantalicio

Óleo sobre mármol. 29,5 x 44 cm.
En el reverso, etiqueta de colección inscrita a tinta: "S. Felice de Cantalice, 1600-1625".
Etiqueta adherida al marco con número de colección inscrito a tinta: "6".
 
Durante el siglo XVII, periodo marcado por el esplendor del Barroco, la pintura al óleo sobre lienzo y el fresco dominaron la decoración de iglesias y palacios. Sin embargo, un grupo de pintores optó por el mármol como soporte para sus composiciones. Estos artistas aprovecharon la solidez y la superficie pulida de la piedra para crear obras que combinaban la riqueza cromática de la pintura con la nobleza del material.
 
La obra que presentamos, realizada sobre mármol, representa una de las visiones de San Félix de Cantalicio, un humilde fraile capuchino del siglo XVI, célebre por su profunda piedad y dedicación a la caridad. Su devoción por la Virgen María fue inquebrantable, y a lo largo de su vida se le atribuyeron numerosos milagros y dones espirituales, como la capacidad de sanar enfermos con su bendición.
 
En esta escena, la Virgen María desciende del cielo, envuelta en nubes, junto con el Niño Jesús. En un gesto de amor y entrega, el Niño se desprende de su regazo y se arroja a los brazos del santo, quien, de rodillas, los abre con fervor para recibirlo. La composición transmite la espiritualidad y el misticismo característicos del Barroco, resaltando la conexión entre lo divino y lo humano.

Starting price: 6.000 €

797. PABLO SCHEPPERS, castellanizado ESQUERT (activo en 1559-1576)Ecce HomoCirca 1570

Óleo sobre tabla. 209 × 120 cm.
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
 
MARTÍNEZ, J. Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, 1675 (Madrid, Cátedra, 2006, págs. 253-254).
CEÁN BERMÚDEZ, J. A. Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las bellas artes en España, t. II, Madrid, Ibarra, 1800, pág. 45.
MORTE GARCÍA, C. «Documentos sobre pintores y pintura del siglo XVI en Aragón. II», en Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, XXXI-XXXII, Zaragoza, 1988, págs. 183-457.
BENITO DOMÈNECH, F. «Aportaciones al pintor flamenco Pablo Scheppers», en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, nº 73, 1991, págs. 459-476.
SAN VICENTE, A. Lucidario de Bellas Artes en Zaragoza: 1545-1599, Zaragoza, Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, 1991, págs. 213-219.
MATEO GÓMEZ, I. «Pablo Esquert: el Ecce Homo de Bilbao y otras obras atribuidas», en Boletín del Museo de Bellas Artes de Bilbao, Bilbao, nº 2, 2006, págs. 65-84.
MORTE GARCÍA, C. (dir.). El esplendor del Renacimiento en Aragón, catálogo de exposición, Zaragoza-Bilbao-Valencia, Gobierno de Aragón, Museo de Bellas Artes de Bilbao y Generalitat Valenciana, 2009.
 
 
Las primeras noticias biográficas de las que disponemos sobre el artista de origen flamenco Pablo Scheppers son aquellas proporcionadas por Jusepe Martínez (en Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, 1675) y por Juan Agustín Ceán Bermúdez (Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las bellas artes en España, 1800). Ambos autores le señalan como discípulo de Tiziano, aunque el posible viaje a Italia de este artista nunca ha sido probado. Más bien, estas aseveraciones señalan el aprecio que la pionera historiografía del arte español daba a las obras realizadas por el artista, en una estancia de aproximadamente diecisiete años en nuestro país hasta que le sobrevino la muerte en Zaragoza por una apoplejía. Según Martínez, «fue de condición muy alegre» y un «gran músico de laúd», mientras que Ceán afirmaba que «tuvo mucha habilidad en los retratos, é hizo los de la genealogía del duque, copiándolos de malos y antiguos originales, con tanta gracia, que parecia haberlos pintado por el natural».
 
Lo que sí sabemos con seguridad es que tanto Scheppers, como su colega y paisano Rolán de Mois, fueron llamados a venir a España por Martín de Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa, quien estuvo viajando por Europa entre 1554 y 1559. En Zaragoza, ambos artistas fueron protegidos por el duque, creando Mois un conjunto de retratos para la galería del palacio ducal en Pedrola, y Scheppers una Virgen del Pilar entre Santiago y un jesuita. También realizarían conjuntamente obras fuera del ámbito cortesano de Villahermosa, como el retablo mayor del Monasterio de La Oliva -hoy en el Convento de Recoletas de Tafalla-, que ambos contrataron en 1772; aunque con el aval del propio Martín de Gurrea y Aragón. Poco después, hacia 1576, Scheppers debió fallecer, puesto que en octubre de 1578, la que fuera su esposa Catalina de Estanmolín, firmaba capitulaciones matrimoniales con Simeón Celbiete; sabemos gracias a ese documento que Scheppers dejaba al morir tres hijas: Angela, Luisa y María.
 
Contaba asimismo Jusepe Martínez que por aquellos años llegó a Zaragoza un Ecce-Homo de Luis de Morales que causó cierto descontento a Scheppers, puesto que se enjuiciaron sus obras en comparación a las del Divino, y para defender su pericia artística, el flamenco pintó algunas cabezas y manos al modo de Morales para defenderse de los ignorantes. Como en el caso de las referencias a Tiziano, puede que esta anécdota sea una pura invención, pero muestra el influjo que para Martínez pudo tener Morales en Scheppers. Hoy, a la luz de las obras conocidas de este pintor, parece más que probable que acomodara su estilo al gusto de la clientela española, puesto que encontramos algunas obras atribuidas a Scheppers, especialmente algunas imágenes de Cristo doliente, mucho más mórbidas y sombrías que los modelos que pintó recién llegado a tierras aragonesas. Es el caso de un Ecce Homo conservado en colección particular, óleo sobre tabla, 113 × 83 cm), mientras que otras imágenes de Cristo como la conservada en Bilbao, óleo sobre tabla, 118 × 100 cm, inv. 69/186) o la conservada en la madrileña galería Caylus, óleo sobre tabla, 53 × 46 cm responden a modelos flamencos e italianizantes.

Starting price

30.000 €

797. PABLO SCHEPPERS, castellanizado ESQUERT (activo en 1559-1576)Ecce HomoCirca 1570

Óleo sobre tabla. 209 × 120 cm.
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
 
MARTÍNEZ, J. Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, 1675 (Madrid, Cátedra, 2006, págs. 253-254).
CEÁN BERMÚDEZ, J. A. Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las bellas artes en España, t. II, Madrid, Ibarra, 1800, pág. 45.
MORTE GARCÍA, C. «Documentos sobre pintores y pintura del siglo XVI en Aragón. II», en Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, XXXI-XXXII, Zaragoza, 1988, págs. 183-457.
BENITO DOMÈNECH, F. «Aportaciones al pintor flamenco Pablo Scheppers», en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, nº 73, 1991, págs. 459-476.
SAN VICENTE, A. Lucidario de Bellas Artes en Zaragoza: 1545-1599, Zaragoza, Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, 1991, págs. 213-219.
MATEO GÓMEZ, I. «Pablo Esquert: el Ecce Homo de Bilbao y otras obras atribuidas», en Boletín del Museo de Bellas Artes de Bilbao, Bilbao, nº 2, 2006, págs. 65-84.
MORTE GARCÍA, C. (dir.). El esplendor del Renacimiento en Aragón, catálogo de exposición, Zaragoza-Bilbao-Valencia, Gobierno de Aragón, Museo de Bellas Artes de Bilbao y Generalitat Valenciana, 2009.
 
 
Las primeras noticias biográficas de las que disponemos sobre el artista de origen flamenco Pablo Scheppers son aquellas proporcionadas por Jusepe Martínez (en Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, 1675) y por Juan Agustín Ceán Bermúdez (Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las bellas artes en España, 1800). Ambos autores le señalan como discípulo de Tiziano, aunque el posible viaje a Italia de este artista nunca ha sido probado. Más bien, estas aseveraciones señalan el aprecio que la pionera historiografía del arte español daba a las obras realizadas por el artista, en una estancia de aproximadamente diecisiete años en nuestro país hasta que le sobrevino la muerte en Zaragoza por una apoplejía. Según Martínez, «fue de condición muy alegre» y un «gran músico de laúd», mientras que Ceán afirmaba que «tuvo mucha habilidad en los retratos, é hizo los de la genealogía del duque, copiándolos de malos y antiguos originales, con tanta gracia, que parecia haberlos pintado por el natural».
 
Lo que sí sabemos con seguridad es que tanto Scheppers, como su colega y paisano Rolán de Mois, fueron llamados a venir a España por Martín de Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa, quien estuvo viajando por Europa entre 1554 y 1559. En Zaragoza, ambos artistas fueron protegidos por el duque, creando Mois un conjunto de retratos para la galería del palacio ducal en Pedrola, y Scheppers una Virgen del Pilar entre Santiago y un jesuita. También realizarían conjuntamente obras fuera del ámbito cortesano de Villahermosa, como el retablo mayor del Monasterio de La Oliva -hoy en el Convento de Recoletas de Tafalla-, que ambos contrataron en 1772; aunque con el aval del propio Martín de Gurrea y Aragón. Poco después, hacia 1576, Scheppers debió fallecer, puesto que en octubre de 1578, la que fuera su esposa Catalina de Estanmolín, firmaba capitulaciones matrimoniales con Simeón Celbiete; sabemos gracias a ese documento que Scheppers dejaba al morir tres hijas: Angela, Luisa y María.
 
Contaba asimismo Jusepe Martínez que por aquellos años llegó a Zaragoza un Ecce-Homo de Luis de Morales que causó cierto descontento a Scheppers, puesto que se enjuiciaron sus obras en comparación a las del Divino, y para defender su pericia artística, el flamenco pintó algunas cabezas y manos al modo de Morales para defenderse de los ignorantes. Como en el caso de las referencias a Tiziano, puede que esta anécdota sea una pura invención, pero muestra el influjo que para Martínez pudo tener Morales en Scheppers. Hoy, a la luz de las obras conocidas de este pintor, parece más que probable que acomodara su estilo al gusto de la clientela española, puesto que encontramos algunas obras atribuidas a Scheppers, especialmente algunas imágenes de Cristo doliente, mucho más mórbidas y sombrías que los modelos que pintó recién llegado a tierras aragonesas. Es el caso de un Ecce Homo conservado en colección particular, óleo sobre tabla, 113 × 83 cm), mientras que otras imágenes de Cristo como la conservada en Bilbao, óleo sobre tabla, 118 × 100 cm, inv. 69/186) o la conservada en la madrileña galería Caylus, óleo sobre tabla, 53 × 46 cm responden a modelos flamencos e italianizantes.

Starting price: 30.000 €

800. ANTON RAFAEL MENGS (1728-1779)Retrato de John Lord Brudenell (1735-1770), marqués de Monthermer (1758)

Óleo sobre papel adherido a lienzo. 29 x 21,3 cm.
En el reverso inscrito a tinta en el bastidor: "12- 57".
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Roettgen, Steffi: Anton Raphael Mengs 1728-1779 (Volumen 1): La obra pictórica y gráfica. Múnich: Hirmer Verlag, 1999, páginas 264-265.
 
En el Catálogo de la galería de cuadros del Sr. José de Madrazo, publicado en Madrid, 1856 (Ver: https://bvpb.mcu.es/museos/es/consulta/registro.do?id=590634), entre las obras de Anton Rafael Mengs, figura en la página 131, con el número 542, un retrato de caballero inglés. Con bata forrada de armiños, calzón blanco y media de seda, sentado en una poltrona de terciopelo carmesí encarnado, con un libro abierto en la mano derecha que descansa en una mesa, sobre la cual hay varios papeles y un busto de mármol: a su pie hay un perro echado (figura de cuerpo entero. Papel). Alto 28; ancho: 21. Posteriormente, esta obra fue incluida en el catálogo razonado de Anton Rafael Mengs recopilado por Steffi Roettgen (Vol. I, pág. 265, VZ 1 1856, Madrid, José de Madrazo), donde se describe como un dibujo de técnica desconocida sobre papel (280 x 210 mm).
 
La obra que presentamos podría ser un boceto preparatorio para el retrato de John Brudenell- Montague, marqués de Monthermer (1758), pintado por Anton Rafael Mengs, óleo sobre lienzo, 244 x 171 cm, conservado en la colección particular del duque de Buccleuch y Queensberry (Ver: Tomo 1, página 264).
 
Batoni y Mengs fueron los artistas encargados de retratar a John Lord Brudenell. Henry Lely, tutor de Brudenell, escribió el 1 de marzo de 1758 al padre del retratado: “Mengs y Batoni han comenzado el retrato de Lord Brudenell. El primero, de cuerpo entero, y el segundo, de medio cuerpo. Prometieron terminarlos de inmediato y ambos serán cuadros magníficos, tanto más cuanto que existe una gran emulación entre estos dos célebres pintores” (Steffi Roettgen, Anton Raphael Mengs and his British patrons, 1993, p. 48).
 
En el retrato, Lord Brudenell aparece de cuerpo entero, sentado en un sillón frente a una mesa. Sobre esta, se observa una pila de libros junto a un busto de Cicerón. A sus pies, un perro yace mirándolo. Al fondo, tras una cortina entreabierta, se aprecia un conjunto de árboles que sugieren un entorno natural.
 
La correspondencia de esta obra con la mencionada en el catálogo de pintura de José de Madrazo, tanto en medidas como en descripción, junto con la información recogida en el catálogo de Steffi Roettgen y el análisis realizado a partir de una fotografía de la propia Roettgen, confirma que este boceto corresponde al “dibujo” descrito en ambos catálogos.
 

Starting price

2.500 €

800. ANTON RAFAEL MENGS (1728-1779)Retrato de John Lord Brudenell (1735-1770), marqués de Monthermer (1758)

Óleo sobre papel adherido a lienzo. 29 x 21,3 cm.
En el reverso inscrito a tinta en el bastidor: "12- 57".
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Roettgen, Steffi: Anton Raphael Mengs 1728-1779 (Volumen 1): La obra pictórica y gráfica. Múnich: Hirmer Verlag, 1999, páginas 264-265.
 
En el Catálogo de la galería de cuadros del Sr. José de Madrazo, publicado en Madrid, 1856 (Ver: https://bvpb.mcu.es/museos/es/consulta/registro.do?id=590634), entre las obras de Anton Rafael Mengs, figura en la página 131, con el número 542, un retrato de caballero inglés. Con bata forrada de armiños, calzón blanco y media de seda, sentado en una poltrona de terciopelo carmesí encarnado, con un libro abierto en la mano derecha que descansa en una mesa, sobre la cual hay varios papeles y un busto de mármol: a su pie hay un perro echado (figura de cuerpo entero. Papel). Alto 28; ancho: 21. Posteriormente, esta obra fue incluida en el catálogo razonado de Anton Rafael Mengs recopilado por Steffi Roettgen (Vol. I, pág. 265, VZ 1 1856, Madrid, José de Madrazo), donde se describe como un dibujo de técnica desconocida sobre papel (280 x 210 mm).
 
La obra que presentamos podría ser un boceto preparatorio para el retrato de John Brudenell- Montague, marqués de Monthermer (1758), pintado por Anton Rafael Mengs, óleo sobre lienzo, 244 x 171 cm, conservado en la colección particular del duque de Buccleuch y Queensberry (Ver: Tomo 1, página 264).
 
Batoni y Mengs fueron los artistas encargados de retratar a John Lord Brudenell. Henry Lely, tutor de Brudenell, escribió el 1 de marzo de 1758 al padre del retratado: “Mengs y Batoni han comenzado el retrato de Lord Brudenell. El primero, de cuerpo entero, y el segundo, de medio cuerpo. Prometieron terminarlos de inmediato y ambos serán cuadros magníficos, tanto más cuanto que existe una gran emulación entre estos dos célebres pintores” (Steffi Roettgen, Anton Raphael Mengs and his British patrons, 1993, p. 48).
 
En el retrato, Lord Brudenell aparece de cuerpo entero, sentado en un sillón frente a una mesa. Sobre esta, se observa una pila de libros junto a un busto de Cicerón. A sus pies, un perro yace mirándolo. Al fondo, tras una cortina entreabierta, se aprecia un conjunto de árboles que sugieren un entorno natural.
 
La correspondencia de esta obra con la mencionada en el catálogo de pintura de José de Madrazo, tanto en medidas como en descripción, junto con la información recogida en el catálogo de Steffi Roettgen y el análisis realizado a partir de una fotografía de la propia Roettgen, confirma que este boceto corresponde al “dibujo” descrito en ambos catálogos.
 

Starting price: 2.500 €

801. JUAN DE ARELLANO (Santorcaz, Madrid, 1614-1676)Cesta de flores sobre un pedestal de piedrac. 1665-1670

Óleo sobre lienzo. 55 x 69 cm.
Firmado en el ángulo inferior derecho: "Juan de Arellano".
Con número de inventario en el ángulo inferior izquierdo: "86".
 
Juan de Arellano fue un destacado pintor del Siglo de Oro español, especializado en la pintura de flores. Aunque en sus inicios se dedicó a la pintura religiosa, pronto se orientó hacia el bodegón floral, influenciado por los maestros flamencos y romanos como Daniel Seghers (1590-1666) y Mario Nuzzi (1603-1673). Su maestría en este género lo convirtió en uno de los pintores de flores más reconocidos de la España del siglo XVII, consolidándose como una figura clave en la corte de Madrid.
 
Durante la década de 1660, Arellano desarrolló una serie de composiciones florales donde las cestas se convirtieron en un elemento recurrente. Estas obras, de gran refinamiento y equilibrio compositivo, eran altamente apreciadas para la decoración de mansiones y residencias aristocráticas durante el reinado de Carlos II.
 
En Cesta de flores sobre un pedestal de piedra, hasta ahora conservada en una colección privada española, el artista presenta una de sus composiciones más características. Sobre un pedestal de piedra, se dispone una cesta rebosante de una rica variedad de flores meticulosamente dispuestas. Entre ellas, destacan azucenas, rosas castellanas y blancas, tulipanes, claveles, anémonas azules y capuchinas, armonizadas en una paleta donde predominan los tonos rojos, blancos y azules. El conjunto se recorta sobre un fondo oscuro, realzando el volumen y la luminosidad de las flores.
 
La cesta, de perfil troncocónico invertido, está compuesta únicamente por mimbres verticales y carece de celdas, con una base y anillo superior densamente trenzado. Su diseño permite relacionarla con otras cestas similares conservadas en diversas colecciones, como la del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (inv. 1189), el Museo de Zaragoza (inv. 10253), la colección Naseiro (Ver: La Colección Rosendo Naseiro, Madrid, 2014, pp. 65-69) y la colección Masaveu (Ver: Juan de Arellano 1614-1676, Caja Madrid, 1998, pp. 231-233).
 
Esta obra refleja la habilidad de Arellano para combinar precisión botánica con un exquisito sentido decorativo, consolidando su legado como uno de los grandes maestros de la pintura floral en España.

Starting price

30.000 €

801. JUAN DE ARELLANO (Santorcaz, Madrid, 1614-1676)Cesta de flores sobre un pedestal de piedrac. 1665-1670

Óleo sobre lienzo. 55 x 69 cm.
Firmado en el ángulo inferior derecho: "Juan de Arellano".
Con número de inventario en el ángulo inferior izquierdo: "86".
 
Juan de Arellano fue un destacado pintor del Siglo de Oro español, especializado en la pintura de flores. Aunque en sus inicios se dedicó a la pintura religiosa, pronto se orientó hacia el bodegón floral, influenciado por los maestros flamencos y romanos como Daniel Seghers (1590-1666) y Mario Nuzzi (1603-1673). Su maestría en este género lo convirtió en uno de los pintores de flores más reconocidos de la España del siglo XVII, consolidándose como una figura clave en la corte de Madrid.
 
Durante la década de 1660, Arellano desarrolló una serie de composiciones florales donde las cestas se convirtieron en un elemento recurrente. Estas obras, de gran refinamiento y equilibrio compositivo, eran altamente apreciadas para la decoración de mansiones y residencias aristocráticas durante el reinado de Carlos II.
 
En Cesta de flores sobre un pedestal de piedra, hasta ahora conservada en una colección privada española, el artista presenta una de sus composiciones más características. Sobre un pedestal de piedra, se dispone una cesta rebosante de una rica variedad de flores meticulosamente dispuestas. Entre ellas, destacan azucenas, rosas castellanas y blancas, tulipanes, claveles, anémonas azules y capuchinas, armonizadas en una paleta donde predominan los tonos rojos, blancos y azules. El conjunto se recorta sobre un fondo oscuro, realzando el volumen y la luminosidad de las flores.
 
La cesta, de perfil troncocónico invertido, está compuesta únicamente por mimbres verticales y carece de celdas, con una base y anillo superior densamente trenzado. Su diseño permite relacionarla con otras cestas similares conservadas en diversas colecciones, como la del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (inv. 1189), el Museo de Zaragoza (inv. 10253), la colección Naseiro (Ver: La Colección Rosendo Naseiro, Madrid, 2014, pp. 65-69) y la colección Masaveu (Ver: Juan de Arellano 1614-1676, Caja Madrid, 1998, pp. 231-233).
 
Esta obra refleja la habilidad de Arellano para combinar precisión botánica con un exquisito sentido decorativo, consolidando su legado como uno de los grandes maestros de la pintura floral en España.

Starting price: 30.000 €

802. ATRIBUIDO A FRANCISCO BARRERA (c.1595-1658)Bodegón con pavo, cuenco de reflejo metálico, pluma y cuchillo sobre un pedestal de piedrah. 1646- 1647

Óleo sobre lienzo. 83,5 x 99,5 cm.
 
Durante la segunda década del siglo XVII, el género del bodegón en Madrid estuvo dominado por Van der Hamen. El auge de esta pintura se vio impulsado por la creciente afición al coleccionismo de cuadros, una tendencia en expansión. Para mediados de siglo, los bodegones se habían convertido en una fuente esencial de sustento para la mayoría de los pintores madrileños. Entre los artistas de este periodo que se dedicaron al género destacan Francisco Barrera, Antonio Ponce y Juan de Espinosa.
 
La obra atribuida a Francisco Barrera que aquí presentamos refleja su particular concepción de la naturaleza muerta, donde la sencillez y la cotidianidad cobran protagonismo. La disposición de los elementos rompe con la simetría rígida de los bodegones primitivos: la frontalidad horizontal de la repisa pétrea se equilibra con una composición dinámica, en la que el aparente desorden responde a un cálculo meticuloso.
 
En la escena nos muestra un pavo muerto, a medio desplumar, que cuelga a la izquierda del lienzo, mientras que a la derecha se disponen un cazo de metal con asas, una pluma y un cuchillo. Este último, sobresaliendo del borde, junto con la posición del ave, crea un efecto de profundidad característico en la producción de Barrera.
Siguiendo la tradición flamenca que perduró en la pintura cortesana española del siglo XVII, Barrera representa la caza como un motivo recurrente del bodegón, trascendiendo su simple función culinaria para aludir a la fugacidad de la vida. El pavo, aun conservando gran parte de su plumaje, mantiene un vestigio de la vitalidad perdida. Sin recurrir a una representación excesivamente cruda, el artista captura con maestría tanto las calidades visuales como la textura de las piezas de caza mediante una virtuosa aplicación del óleo.
 
Esta obra vuelve a demostrar el dominio técnico del pintor, quien utiliza juegos de luz y sutiles matices tonales para conferir un realismo casi tangible. En la representación del ave, superpone pequeñas pinceladas sobre una base cromática precisa, simulando la disposición natural de las plumas en capas sucesivas. En contraste, el cuenco de metal, con su superficie esmaltada y brillante, introduce un punto de ruptura visual dentro de la composición, diferenciándose por su reflejo pulido.
 
El color en esta pintura responde a la sobriedad característica de Barrera, con una paleta dominada por grises, pardos y ocres, acentuados por intensos contrastes de negros y blancos. Su dominio del claroscuro y su destreza en el manejo de estos tonos se evidencia en la ejecución del pavo, donde la densidad cromática y la riqueza matérica alcanzan una expresividad notable. En su taller, Barrera trabajaba con una gama en la que destacaban tres carmines rojos encendidos, azul y amarillo, con los que lograba vibrantes matices y una representación plástica de gran precisión.
 
El pavo real aparece de nuevo en su Bodegón de invierno (1638), conservado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, reafirmando su recurrencia dentro de la iconografía del pintor. Décadas más tarde, entre 1808 y 1812, Francisco de Goya representará de nuevo un pavo real.
 
A relacionar con el Bodegón de frutas con jarra y pan, el bodegón de caza con liebre y becada y el bodegón de embutidos, cabrito, pollos y menudillos, pintados por Francisco Barrera y conservados en la colección de Rosendo Naseiro (Ver: La Colección Rosendo Naseiro, Madrid, 2014, pp. 22-31).
 
 

Starting price

12.000 €

802. ATRIBUIDO A FRANCISCO BARRERA (c.1595-1658)Bodegón con pavo, cuenco de reflejo metálico, pluma y cuchillo sobre un pedestal de piedrah. 1646- 1647

Óleo sobre lienzo. 83,5 x 99,5 cm.
 
Durante la segunda década del siglo XVII, el género del bodegón en Madrid estuvo dominado por Van der Hamen. El auge de esta pintura se vio impulsado por la creciente afición al coleccionismo de cuadros, una tendencia en expansión. Para mediados de siglo, los bodegones se habían convertido en una fuente esencial de sustento para la mayoría de los pintores madrileños. Entre los artistas de este periodo que se dedicaron al género destacan Francisco Barrera, Antonio Ponce y Juan de Espinosa.
 
La obra atribuida a Francisco Barrera que aquí presentamos refleja su particular concepción de la naturaleza muerta, donde la sencillez y la cotidianidad cobran protagonismo. La disposición de los elementos rompe con la simetría rígida de los bodegones primitivos: la frontalidad horizontal de la repisa pétrea se equilibra con una composición dinámica, en la que el aparente desorden responde a un cálculo meticuloso.
 
En la escena nos muestra un pavo muerto, a medio desplumar, que cuelga a la izquierda del lienzo, mientras que a la derecha se disponen un cazo de metal con asas, una pluma y un cuchillo. Este último, sobresaliendo del borde, junto con la posición del ave, crea un efecto de profundidad característico en la producción de Barrera.
Siguiendo la tradición flamenca que perduró en la pintura cortesana española del siglo XVII, Barrera representa la caza como un motivo recurrente del bodegón, trascendiendo su simple función culinaria para aludir a la fugacidad de la vida. El pavo, aun conservando gran parte de su plumaje, mantiene un vestigio de la vitalidad perdida. Sin recurrir a una representación excesivamente cruda, el artista captura con maestría tanto las calidades visuales como la textura de las piezas de caza mediante una virtuosa aplicación del óleo.
 
Esta obra vuelve a demostrar el dominio técnico del pintor, quien utiliza juegos de luz y sutiles matices tonales para conferir un realismo casi tangible. En la representación del ave, superpone pequeñas pinceladas sobre una base cromática precisa, simulando la disposición natural de las plumas en capas sucesivas. En contraste, el cuenco de metal, con su superficie esmaltada y brillante, introduce un punto de ruptura visual dentro de la composición, diferenciándose por su reflejo pulido.
 
El color en esta pintura responde a la sobriedad característica de Barrera, con una paleta dominada por grises, pardos y ocres, acentuados por intensos contrastes de negros y blancos. Su dominio del claroscuro y su destreza en el manejo de estos tonos se evidencia en la ejecución del pavo, donde la densidad cromática y la riqueza matérica alcanzan una expresividad notable. En su taller, Barrera trabajaba con una gama en la que destacaban tres carmines rojos encendidos, azul y amarillo, con los que lograba vibrantes matices y una representación plástica de gran precisión.
 
El pavo real aparece de nuevo en su Bodegón de invierno (1638), conservado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, reafirmando su recurrencia dentro de la iconografía del pintor. Décadas más tarde, entre 1808 y 1812, Francisco de Goya representará de nuevo un pavo real.
 
A relacionar con el Bodegón de frutas con jarra y pan, el bodegón de caza con liebre y becada y el bodegón de embutidos, cabrito, pollos y menudillos, pintados por Francisco Barrera y conservados en la colección de Rosendo Naseiro (Ver: La Colección Rosendo Naseiro, Madrid, 2014, pp. 22-31).
 
 

Starting price: 12.000 €

803. JOOS DE MOMPER (1564- 1635) Y JAN BRUEGHEL (1568-1626)Paisaje con ermitaño, ¿San Pablo?

Óleo sobre lienzo. 135,7 x 103 cm.
Con número de inventario inscrito en el lienzo en el ángulo inferior derecho: "659".
 
PROCEDENCIA:
Marqués de Leganés 1637, núm. 659, Marqués de Leganés 1642, núm.659; Marqués de Leganés, Palacio de San Bernardo, núm. 659; Conde de Altamira, Palacio de San Bernardo "Galería grande del Cuarto Bajo; Condes de Altamira a. 1812, Palacio de Madrid, Pieza antecomedor, sustraido por el ejército francés 12 noviembre 1812; probablmente devuelto en 1815.
Colección particular Madrid.
 
BIBLIOGRAFÍA:
Perez Preciado, Jose Juan, Tesis doctoral del Marqués de Leganés, Madrid, 2010, pág. 446-447, número 659.
 
Pintor formado con su padre Bartolomeus Momper. Hacia 1581, ingresó en el Gremio de Pintores de San Lucas. En 1594, trabajó con Cornelis Floris en las decoraciones del archiduque Ernesto en Amberes y realizó los cartones para tapices para el archiduque Alberto de Austria. Viajo por Italia, donde pudo conocer a Paul Bril y pudo visitar Venecia ya que en su estilo apreciamos una cercanía con el pintor Ludovico Pozzoserrato. A su vuelta a Amberes es nombrado decano del Gremio de Pintores de San Lucas. Su periodo de mayor producción se sitúa en la década de 1600 a 1620.
 
Como cita José Juan Pérez Preciado en su tesis doctoral “El Marqués de Leganés y las Artes”: “Momper coincidió con el Marqués de Leganés, quién quizá le llegara a conocer personalmente dada su condición de pintor de la corte de los archiduques. Bajo su mano se citan doce paisajes en la colección y recogidas en el primer inventario de 1637”.
 
Era habitual en la pintura flamenca del siglo XVII, la coolaboración de dos pintores. En este caso, de Joost de Momper en la ejecución del paisaje y la participación de Brueghel en la figura del ermitaño de primer plano. Momper, nos muestra en este lienzo, su especial sensibilidad para concebir los paisajes. Mantiene en penumbra un primer plano donde situa la gruta del santo, para de forma escalonada crear sucesivas secuencias hacia el fondo, a través del empleo de tres tonos de color: marrón, verde y azul; recurso habitual en su pintura. Es excepcional, el empleo de la luz con la que Momper da vida a la naturaleza con una pincelada libre, fluida, de toques triangulares tan característicos de su estilo.

Starting price

12.000 €

803. JOOS DE MOMPER (1564- 1635) Y JAN BRUEGHEL (1568-1626)Paisaje con ermitaño, ¿San Pablo?

Óleo sobre lienzo. 135,7 x 103 cm.
Con número de inventario inscrito en el lienzo en el ángulo inferior derecho: "659".
 
PROCEDENCIA:
Marqués de Leganés 1637, núm. 659, Marqués de Leganés 1642, núm.659; Marqués de Leganés, Palacio de San Bernardo, núm. 659; Conde de Altamira, Palacio de San Bernardo "Galería grande del Cuarto Bajo; Condes de Altamira a. 1812, Palacio de Madrid, Pieza antecomedor, sustraido por el ejército francés 12 noviembre 1812; probablmente devuelto en 1815.
Colección particular Madrid.
 
BIBLIOGRAFÍA:
Perez Preciado, Jose Juan, Tesis doctoral del Marqués de Leganés, Madrid, 2010, pág. 446-447, número 659.
 
Pintor formado con su padre Bartolomeus Momper. Hacia 1581, ingresó en el Gremio de Pintores de San Lucas. En 1594, trabajó con Cornelis Floris en las decoraciones del archiduque Ernesto en Amberes y realizó los cartones para tapices para el archiduque Alberto de Austria. Viajo por Italia, donde pudo conocer a Paul Bril y pudo visitar Venecia ya que en su estilo apreciamos una cercanía con el pintor Ludovico Pozzoserrato. A su vuelta a Amberes es nombrado decano del Gremio de Pintores de San Lucas. Su periodo de mayor producción se sitúa en la década de 1600 a 1620.
 
Como cita José Juan Pérez Preciado en su tesis doctoral “El Marqués de Leganés y las Artes”: “Momper coincidió con el Marqués de Leganés, quién quizá le llegara a conocer personalmente dada su condición de pintor de la corte de los archiduques. Bajo su mano se citan doce paisajes en la colección y recogidas en el primer inventario de 1637”.
 
Era habitual en la pintura flamenca del siglo XVII, la coolaboración de dos pintores. En este caso, de Joost de Momper en la ejecución del paisaje y la participación de Brueghel en la figura del ermitaño de primer plano. Momper, nos muestra en este lienzo, su especial sensibilidad para concebir los paisajes. Mantiene en penumbra un primer plano donde situa la gruta del santo, para de forma escalonada crear sucesivas secuencias hacia el fondo, a través del empleo de tres tonos de color: marrón, verde y azul; recurso habitual en su pintura. Es excepcional, el empleo de la luz con la que Momper da vida a la naturaleza con una pincelada libre, fluida, de toques triangulares tan característicos de su estilo.

Starting price: 12.000 €

804. ESCUELA ESPAÑOLA, H. 1585Retrato de la infanta Catalina Micaela (Madrid, 1567- Turín, 1597)h. 1585

Óleo sobre lienzo. 68,5 x 54 cm.
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección de D. Juan Martínez Penas, propietario del teatro Tívoli de Barcelona. Se casó con Crisena Galatti; soprano y profesora de canto de origen griego con nacionalidad española, vinculada con la familia Real española.
Por herencia a una colección particular de Pontevedra.
 
Catalina Micaela fue la segunda hija de Felipe II y su tercera esposa, Isabel de Valois. Nació en Madrid el 10 de octubre de 1567 y, el 11 de marzo de 1585, contrajo matrimonio en Zaragoza con el duque Carlos Manuel de Saboya. Juntos tuvieron diez hijos. Catalina Micaela falleció en Turín en 1597. Desde su nacimiento, tanto ella como su hermana fueron retratadas siguiendo la moda española que predominaba en la Europa de la época. A medida que crecían, sus retratos adquirieron un valor estratégico dentro de la política matrimonial de la monarquía. Durante estos años, Alonso Sánchez Coello fue el encargado de pintar a las hermanas. Ya en la corte italiana, Catalina Micaela mantuvo una estrecha relación con su familia en España a través de correspondencia constante, además del intercambio de regalos y retratos. Su vínculo se mantuvo hasta su fallecimiento en 1597, un año antes que su padre.
 
La obra que presentamos, hasta ahora inédita, enriquece la serie de retratos de carácter íntimo de las hijas de Felipe II. Su autoría sigue siendo un interrogante sin resolver, aunque es muy probable que fuera realizada por Alonso Sánchez Coello, dado su estilo y características. Pintado hacia 1585, posiblemente con motivo de la boda de Catalina Micaela con el duque Carlos Manuel de Saboya, este retrato es una de las piezas más destacadas que se conservan.
 
Sobre un fondo de tonos suaves y elegantes que realzan los matices nacarados de su piel, la infanta posa con la dignidad propia de su linaje. Adornada con joyas de perlas y broches, luce un tocado sencillo, sin alhajas, salvo un adorno en el cabello del que cae una delicada pañoleta sobre sus hombros. Pintado en un formato de algo más que busto y sin manos visibles, el artista pone especial énfasis en la gola y en los detalles del terciopelo de su vestido. Destaca particularmente la forma en que el pintor ha resuelto la gola, con una pincelada suelta que deja fundirse los colores y detalles, en un estilo muy próximo al de Alonso Sánchez Coello. Los dibujos del terciopelo negro, recortados a mano, son espléndidos. La forma ovalada del rostro, los grandes ojos oscuros y las cejas casi negras, junto con la nariz delicada y la pequeña boca de labios rosados y bellamente arqueados, insinúan una leve sonrisa que dota a la figura de una expresión encantadora. La calidad de la obra se aprecia también en las sutiles carnaciones rosadas de las mejillas, aplicadas con gran maestría.
 
El estudio radiográfico revela que, al igual que en el retrato de Catalina Micaela conservado en el Museo del Prado, el lienzo original es de menor tamaño que el actual, ya que fue ampliado mediante un proceso de reentelado. Además, el análisis de la imprimación y los contrastes radiográficos del fondo muestra una superposición de capas, un rasgo también presente en el retrato de la infanta del Prado (Ver: Juan Miguel Serrera, Alonso Sánchez Coello y el retrato en la corte de Felipe II. Madrid, Museo del Prado, 1990 Catálogo de la exposición, p. 224).
 
Aunque existió un pintor llamado Giovanni Caracca, quien estuvo vinculado a la corte de Saboya, fue pintor de corte de Carlos Manuel de Saboya y permaneció en la corte piamontesa hasta su fallecimiento. Caracca estuvo en España en dos ocasiones: la primera, en 1585, acompañando al duque en sus esponsales con Catalina Micaela, y la segunda, en 1591, probablemente escoltando algunas pinturas destinadas al monarca español. En esta segunda visita, además, pudo haber retratado a miembros de la familia real. Sin embargo, el análisis estilístico de la obra y las características presentes en el retrato apuntan a Alonso Sánchez Coello como el autor más probable. Esta obra se inscribe dentro de la serie de retratos de las hijas de Felipe II, a la que Coello contribuyó en varias ocasiones, mostrando su dominio característico en la representación de la realeza española.
 
Hasta ahora, tan sólo se conocía tres retratos de la Infanta, por lo que la obra que presentamos supone una valiosa incorporación a los retratos conservados de Catalina Micaela.  Los tres retratos de Catalina Micaela documentados son: el atribuido a Alonso Sánchez Coello, anteriormente adjudicado a Sofonisba Anguissola conservado en el Museo Nacional del Prado. El segundo, actualmente se considera la atribución a Pantoja de la Cruz, pudiendo ser obra suya, realizada en el taller de Sánchez Coello, conservado en el Escorial. Finalmente, el tercero es el conocido como Dama del armiño, conservado en Pollock House, Glasgow.

Starting price

40.000 €

804. ESCUELA ESPAÑOLA, H. 1585Retrato de la infanta Catalina Micaela (Madrid, 1567- Turín, 1597)h. 1585

Óleo sobre lienzo. 68,5 x 54 cm.
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección de D. Juan Martínez Penas, propietario del teatro Tívoli de Barcelona. Se casó con Crisena Galatti; soprano y profesora de canto de origen griego con nacionalidad española, vinculada con la familia Real española.
Por herencia a una colección particular de Pontevedra.
 
Catalina Micaela fue la segunda hija de Felipe II y su tercera esposa, Isabel de Valois. Nació en Madrid el 10 de octubre de 1567 y, el 11 de marzo de 1585, contrajo matrimonio en Zaragoza con el duque Carlos Manuel de Saboya. Juntos tuvieron diez hijos. Catalina Micaela falleció en Turín en 1597. Desde su nacimiento, tanto ella como su hermana fueron retratadas siguiendo la moda española que predominaba en la Europa de la época. A medida que crecían, sus retratos adquirieron un valor estratégico dentro de la política matrimonial de la monarquía. Durante estos años, Alonso Sánchez Coello fue el encargado de pintar a las hermanas. Ya en la corte italiana, Catalina Micaela mantuvo una estrecha relación con su familia en España a través de correspondencia constante, además del intercambio de regalos y retratos. Su vínculo se mantuvo hasta su fallecimiento en 1597, un año antes que su padre.
 
La obra que presentamos, hasta ahora inédita, enriquece la serie de retratos de carácter íntimo de las hijas de Felipe II. Su autoría sigue siendo un interrogante sin resolver, aunque es muy probable que fuera realizada por Alonso Sánchez Coello, dado su estilo y características. Pintado hacia 1585, posiblemente con motivo de la boda de Catalina Micaela con el duque Carlos Manuel de Saboya, este retrato es una de las piezas más destacadas que se conservan.
 
Sobre un fondo de tonos suaves y elegantes que realzan los matices nacarados de su piel, la infanta posa con la dignidad propia de su linaje. Adornada con joyas de perlas y broches, luce un tocado sencillo, sin alhajas, salvo un adorno en el cabello del que cae una delicada pañoleta sobre sus hombros. Pintado en un formato de algo más que busto y sin manos visibles, el artista pone especial énfasis en la gola y en los detalles del terciopelo de su vestido. Destaca particularmente la forma en que el pintor ha resuelto la gola, con una pincelada suelta que deja fundirse los colores y detalles, en un estilo muy próximo al de Alonso Sánchez Coello. Los dibujos del terciopelo negro, recortados a mano, son espléndidos. La forma ovalada del rostro, los grandes ojos oscuros y las cejas casi negras, junto con la nariz delicada y la pequeña boca de labios rosados y bellamente arqueados, insinúan una leve sonrisa que dota a la figura de una expresión encantadora. La calidad de la obra se aprecia también en las sutiles carnaciones rosadas de las mejillas, aplicadas con gran maestría.
 
El estudio radiográfico revela que, al igual que en el retrato de Catalina Micaela conservado en el Museo del Prado, el lienzo original es de menor tamaño que el actual, ya que fue ampliado mediante un proceso de reentelado. Además, el análisis de la imprimación y los contrastes radiográficos del fondo muestra una superposición de capas, un rasgo también presente en el retrato de la infanta del Prado (Ver: Juan Miguel Serrera, Alonso Sánchez Coello y el retrato en la corte de Felipe II. Madrid, Museo del Prado, 1990 Catálogo de la exposición, p. 224).
 
Aunque existió un pintor llamado Giovanni Caracca, quien estuvo vinculado a la corte de Saboya, fue pintor de corte de Carlos Manuel de Saboya y permaneció en la corte piamontesa hasta su fallecimiento. Caracca estuvo en España en dos ocasiones: la primera, en 1585, acompañando al duque en sus esponsales con Catalina Micaela, y la segunda, en 1591, probablemente escoltando algunas pinturas destinadas al monarca español. En esta segunda visita, además, pudo haber retratado a miembros de la familia real. Sin embargo, el análisis estilístico de la obra y las características presentes en el retrato apuntan a Alonso Sánchez Coello como el autor más probable. Esta obra se inscribe dentro de la serie de retratos de las hijas de Felipe II, a la que Coello contribuyó en varias ocasiones, mostrando su dominio característico en la representación de la realeza española.
 
Hasta ahora, tan sólo se conocía tres retratos de la Infanta, por lo que la obra que presentamos supone una valiosa incorporación a los retratos conservados de Catalina Micaela.  Los tres retratos de Catalina Micaela documentados son: el atribuido a Alonso Sánchez Coello, anteriormente adjudicado a Sofonisba Anguissola conservado en el Museo Nacional del Prado. El segundo, actualmente se considera la atribución a Pantoja de la Cruz, pudiendo ser obra suya, realizada en el taller de Sánchez Coello, conservado en el Escorial. Finalmente, el tercero es el conocido como Dama del armiño, conservado en Pollock House, Glasgow.

Starting price: 40.000 €

805. ¿PIERRE-PAUL PRUD’HON (1758-1823)? Y CONSTANCE MAYER (1775-1821)El Sueño de Venus y CupidoVenus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrsThe Sleep of Venus (Le sommeil de Vénus)c. 1806

Lápiz negro, clarión y aguada sobre papel adherido a cartón. 34,6 x 51,7 cm. Medidas totales con el cartón: 47 x 62 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo sobre el nombre de Mlle Mayer: “PH”?
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: “Mlle Mayer”.

BILBIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Laveissière, Sylvain. Pierre-Paul Prud’Hon. Nueva York: Harry N. Abrams, 1998. Cat. Exp. U.S.A., Nueva York, 1998, Metropolitan Museum (p. 238-239).
 
La colaboración de Prud´hon y Mayer fue una constante entre ambas producciones artísticas y fue extremadamente inusual. Constance Mayer se convirtió en alumna de Prud’hon en 1803 después de haber estudiado con Joseph Benoît Suvée y Jean-Baptiste Greuze. Al año siguiente, expuso Desprecio por la riqueza y continuó exhibiendo bajo su propio nombre hasta 1819, cuando presentó El sueño de la felicidad. A lo largo de los años, mostró siete pinturas en el Salón. Todas estas obras se basaban en dibujos, bocetos al óleo y, a veces, incluso en estudios de figuras a gran escala en pastel realizados por Prud’hon. Los dos artistas no solo trabajaban juntos, sino que también mantenían una estrecha relación personal. Mayer se convirtió en la amante de Prud’hon, madre de sus hijos, así como en su consejera y compañera. En el estudio, era una asistente de un tipo completamente nuevo, Prud´hon confió en ella en la ejecución de sus obras bajo las creaciones e ideas de Prud´hon. Sabemos que Prud’hon trabajaba lentamente, y su meticulosidad no le permitía entregar una pintura antes de estar personalmente satisfecho con ella. No obstante, tenía una imaginación fértil y nunca habría tenido tiempo de terminar todos los proyectos esbozados en sus bocetos. Cuando era joven, Mayer soñaba con convertirse en pintora de historia. En efecto, se convirtió en la mano y el pincel de Prud’hon. Gracias a ella, composiciones que de otro modo habrían quedado relegadas al olvido en sus carpetas fueron ejecutadas profesionalmente y en mucho menos tiempo del que él habría necesitado para completarlas. De esta manera, ella satisfacía su ambición mientras ayudaba a un maestro reconocido a quien admiraba. Por honestidad, para darle el crédito que merecía y para promover su carrera, Prud’hon le permitía firmar estas obras. Para él, lo más importante era que fueran pintadas. Entre los mejores ejemplos de esta colaboración destacan Le flambeau de Vénus (Museo de Napoleón Arenenberg, Salestein, Suiza) y Le rêve du bonheur (Museo del Louvre, París).

Prud’hon se consolidó también como uno de los más destacados dibujantes de su tiempo. Sus estudios le permitían analizar la naturaleza, perfeccionar su técnica y documentar las distintas etapas de su proceso creativo. Muchos de sus dibujos fueron concebidos como preparaciones para composiciones de mayor envergadura, funcionando como eslabones fundamentales en el desarrollo de sus obras.

Este exquisito dibujo representa una significativa aportación al corpus pictórico de obras colaborativas entre Pierre-Paul Prud’hon y Constance Mayer. Se trata de un estudio detallado y practicamente acabado que documenta el proceso creativo de ambos artistas y que sirvió como preparación para la pintura Venus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrs, presentada por Mayer en el Salón de 1806 y actualmente conservada en The Wallace Collection.

Existe un dibujo preparatorio de Prud’hon con la misma temática (Venus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrs, 24,5 x 34,8 cm), conservado en el Museo del Louvre. En el dibujo que aquí presentamos, firmado por Mayer, pueden apreciarse unas iniciales “PH”, que teniendo en cuenta el trabajo conjunto de Mayer con Prud´hon y tantas veces visto en su obra pueden corresponder a las iniciales de Prud´hon (fig.1). La presencia de una cuadrícula en los extremos del dibujo, similar a la del conservado en el Museo del Louvre, sugiere que pudo haber sido utilizada como referencia para su traslado al formato mayor (el The Wallace Collection).

Podemos así establecer tres momentos clave en la evolución de la obra Venus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrs: el estudio inicial de Prud’hon, conservado en el Museo del Louvre; el presente dibujo, que representa una versión más acabada; y la obra final de Constance Mayer, expuesta en el Salón de 1806 y actualmente conservada en The Wallace Collection.

El análisis comparativo entre estas versiones revela interesantes y sutiles variaciones compositivas. Tanto en el boceto del Louvre como en el dibujo aquí presentado, el arco de Cupido y la copa llameante siguen la misma disposición. Sin embargo, en la pintura definitiva, Mayer alteró esta composición, incorporando un carcaj en lugar de la copa llameante.

Este dibujo constituye así un testimonio excepcional del proceso de colaboración entre ambos artistas y de la evolución de una de sus obras más emblemáticas y se ha conservado en la misma colección privada desde mediados del siglo XIX.

Starting price

50.000 €

805. ¿PIERRE-PAUL PRUD’HON (1758-1823)? Y CONSTANCE MAYER (1775-1821)El Sueño de Venus y CupidoVenus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrsThe Sleep of Venus (Le sommeil de Vénus)c. 1806

Lápiz negro, clarión y aguada sobre papel adherido a cartón. 34,6 x 51,7 cm. Medidas totales con el cartón: 47 x 62 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo sobre el nombre de Mlle Mayer: “PH”?
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: “Mlle Mayer”.

BILBIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Laveissière, Sylvain. Pierre-Paul Prud’Hon. Nueva York: Harry N. Abrams, 1998. Cat. Exp. U.S.A., Nueva York, 1998, Metropolitan Museum (p. 238-239).
 
La colaboración de Prud´hon y Mayer fue una constante entre ambas producciones artísticas y fue extremadamente inusual. Constance Mayer se convirtió en alumna de Prud’hon en 1803 después de haber estudiado con Joseph Benoît Suvée y Jean-Baptiste Greuze. Al año siguiente, expuso Desprecio por la riqueza y continuó exhibiendo bajo su propio nombre hasta 1819, cuando presentó El sueño de la felicidad. A lo largo de los años, mostró siete pinturas en el Salón. Todas estas obras se basaban en dibujos, bocetos al óleo y, a veces, incluso en estudios de figuras a gran escala en pastel realizados por Prud’hon. Los dos artistas no solo trabajaban juntos, sino que también mantenían una estrecha relación personal. Mayer se convirtió en la amante de Prud’hon, madre de sus hijos, así como en su consejera y compañera. En el estudio, era una asistente de un tipo completamente nuevo, Prud´hon confió en ella en la ejecución de sus obras bajo las creaciones e ideas de Prud´hon. Sabemos que Prud’hon trabajaba lentamente, y su meticulosidad no le permitía entregar una pintura antes de estar personalmente satisfecho con ella. No obstante, tenía una imaginación fértil y nunca habría tenido tiempo de terminar todos los proyectos esbozados en sus bocetos. Cuando era joven, Mayer soñaba con convertirse en pintora de historia. En efecto, se convirtió en la mano y el pincel de Prud’hon. Gracias a ella, composiciones que de otro modo habrían quedado relegadas al olvido en sus carpetas fueron ejecutadas profesionalmente y en mucho menos tiempo del que él habría necesitado para completarlas. De esta manera, ella satisfacía su ambición mientras ayudaba a un maestro reconocido a quien admiraba. Por honestidad, para darle el crédito que merecía y para promover su carrera, Prud’hon le permitía firmar estas obras. Para él, lo más importante era que fueran pintadas. Entre los mejores ejemplos de esta colaboración destacan Le flambeau de Vénus (Museo de Napoleón Arenenberg, Salestein, Suiza) y Le rêve du bonheur (Museo del Louvre, París).

Prud’hon se consolidó también como uno de los más destacados dibujantes de su tiempo. Sus estudios le permitían analizar la naturaleza, perfeccionar su técnica y documentar las distintas etapas de su proceso creativo. Muchos de sus dibujos fueron concebidos como preparaciones para composiciones de mayor envergadura, funcionando como eslabones fundamentales en el desarrollo de sus obras.

Este exquisito dibujo representa una significativa aportación al corpus pictórico de obras colaborativas entre Pierre-Paul Prud’hon y Constance Mayer. Se trata de un estudio detallado y practicamente acabado que documenta el proceso creativo de ambos artistas y que sirvió como preparación para la pintura Venus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrs, presentada por Mayer en el Salón de 1806 y actualmente conservada en The Wallace Collection.

Existe un dibujo preparatorio de Prud’hon con la misma temática (Venus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrs, 24,5 x 34,8 cm), conservado en el Museo del Louvre. En el dibujo que aquí presentamos, firmado por Mayer, pueden apreciarse unas iniciales “PH”, que teniendo en cuenta el trabajo conjunto de Mayer con Prud´hon y tantas veces visto en su obra pueden corresponder a las iniciales de Prud´hon (fig.1). La presencia de una cuadrícula en los extremos del dibujo, similar a la del conservado en el Museo del Louvre, sugiere que pudo haber sido utilizada como referencia para su traslado al formato mayor (el The Wallace Collection).

Podemos así establecer tres momentos clave en la evolución de la obra Venus et l’Amour endormis caressés et réveillés par les zéphyrs: el estudio inicial de Prud’hon, conservado en el Museo del Louvre; el presente dibujo, que representa una versión más acabada; y la obra final de Constance Mayer, expuesta en el Salón de 1806 y actualmente conservada en The Wallace Collection.

El análisis comparativo entre estas versiones revela interesantes y sutiles variaciones compositivas. Tanto en el boceto del Louvre como en el dibujo aquí presentado, el arco de Cupido y la copa llameante siguen la misma disposición. Sin embargo, en la pintura definitiva, Mayer alteró esta composición, incorporando un carcaj en lugar de la copa llameante.

Este dibujo constituye así un testimonio excepcional del proceso de colaboración entre ambos artistas y de la evolución de una de sus obras más emblemáticas y se ha conservado en la misma colección privada desde mediados del siglo XIX.

Starting price: 50.000 €

806. ESCUELA MEXICANA, SIGLO XVIIIEl Señor de Santa Teresa

Óleo sobre cobre. 41,8 x 31,3 cm.
Inscrito: “Verdadero Retrato de la Milagrosa Imagen del Santísimo Cristo Renovado de Santa Teresa. El excelentísimo Cardenal arzobispo de Toledo concede 100 días de Indulgencia y 80 el Excelentísimo Señor arzobispo de México a todas las personas que rezaren devotamente un Credo rogando al Señor por la exaltación de nuestra Santa Fe Católica, extirpación de las herejías”.
Inscrito en la base del Cristo: “sequitur me non ambulat in tenebris” (Juan 8) y “Renovamuii autem spiritu mentis vestrae” (Efesios 4).
 
La obra que aquí presentamos representa la escultura del Cristo de Santa Teresa, cuya historia se remonta a la llegada de Don Alonso de Villaseca, un acaudalado devoto originario de Toledo a Nueva España. En 1545, Villaseca llegó a México llevando consigo tres imágenes talladas de Cristo con el propósito de donarlas y fomentar el fervor religioso entre los indígenas recientemente convertidos al cristianismo. Estas imágenes fueron: el Señor de Santa Teresa, el Señor de Villaseca y el Señor de los Trabajos.  
 
El Señor de Santa Teresa, elaborado con “papelón y engrudo”, fue venerado en la iglesia de Zimapán, en la localidad de Cardonal, cercana a las minas de plomo de Ixmiquilpan. Para 1615, la imagen ya se encontraba deteriorada y ennegrecida, lo que llevó al obispo a ordenar su entierro junto con el primer adulto fallecido en la comunidad. Sin embargo, durante cinco años no murió ningún adulto, y en cambio, comenzaron a ocurrir sucesos inexplicables: repiques de campanas sin motivo aparente, lamentos en la iglesia y la aparición de figuras espectrales. Tras varias inspecciones en busca de ladrones, los fieles descubrieron que la imagen de Cristo había sudado y se había renovado milagrosamente, adoptando la forma con la que hoy se le conoce.  Debido a los numerosos milagros atribuidos a esta imagen, el obispo Juan Pérez de la Cerna ordenó trasladarla al adoratorio del Palacio Arzobispal. Posteriormente, pasó al convento de San José de las religiosas carmelitas descalzas y, finalmente, fue colocada en una capilla de la iglesia de Santa Teresa la Antigua, de donde tomó su nombre.  A partir de estos prodigios, la devoción hacia el Señor de Santa Teresa se multiplicó, inspirando numerosas representaciones artísticas tanto para el culto público como privado.
 
Otra representación de este Cristo, pintada por José de Ibarra  (Guadalajara, 1688-Ciudad de México, 1756), se encuentra en el Museo Nacional del Virreinato. También hay una versión de Francisco Antonio María Vallejo (1722-1785) en el Museo Nacional de Arte y otra de José de Páez (Ciudad de México, 1721- c. 1780) en el LACMA Museum.

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3.000 €

806. ESCUELA MEXICANA, SIGLO XVIIIEl Señor de Santa Teresa

Óleo sobre cobre. 41,8 x 31,3 cm.
Inscrito: “Verdadero Retrato de la Milagrosa Imagen del Santísimo Cristo Renovado de Santa Teresa. El excelentísimo Cardenal arzobispo de Toledo concede 100 días de Indulgencia y 80 el Excelentísimo Señor arzobispo de México a todas las personas que rezaren devotamente un Credo rogando al Señor por la exaltación de nuestra Santa Fe Católica, extirpación de las herejías”.
Inscrito en la base del Cristo: “sequitur me non ambulat in tenebris” (Juan 8) y “Renovamuii autem spiritu mentis vestrae” (Efesios 4).
 
La obra que aquí presentamos representa la escultura del Cristo de Santa Teresa, cuya historia se remonta a la llegada de Don Alonso de Villaseca, un acaudalado devoto originario de Toledo a Nueva España. En 1545, Villaseca llegó a México llevando consigo tres imágenes talladas de Cristo con el propósito de donarlas y fomentar el fervor religioso entre los indígenas recientemente convertidos al cristianismo. Estas imágenes fueron: el Señor de Santa Teresa, el Señor de Villaseca y el Señor de los Trabajos.  
 
El Señor de Santa Teresa, elaborado con “papelón y engrudo”, fue venerado en la iglesia de Zimapán, en la localidad de Cardonal, cercana a las minas de plomo de Ixmiquilpan. Para 1615, la imagen ya se encontraba deteriorada y ennegrecida, lo que llevó al obispo a ordenar su entierro junto con el primer adulto fallecido en la comunidad. Sin embargo, durante cinco años no murió ningún adulto, y en cambio, comenzaron a ocurrir sucesos inexplicables: repiques de campanas sin motivo aparente, lamentos en la iglesia y la aparición de figuras espectrales. Tras varias inspecciones en busca de ladrones, los fieles descubrieron que la imagen de Cristo había sudado y se había renovado milagrosamente, adoptando la forma con la que hoy se le conoce.  Debido a los numerosos milagros atribuidos a esta imagen, el obispo Juan Pérez de la Cerna ordenó trasladarla al adoratorio del Palacio Arzobispal. Posteriormente, pasó al convento de San José de las religiosas carmelitas descalzas y, finalmente, fue colocada en una capilla de la iglesia de Santa Teresa la Antigua, de donde tomó su nombre.  A partir de estos prodigios, la devoción hacia el Señor de Santa Teresa se multiplicó, inspirando numerosas representaciones artísticas tanto para el culto público como privado.
 
Otra representación de este Cristo, pintada por José de Ibarra  (Guadalajara, 1688-Ciudad de México, 1756), se encuentra en el Museo Nacional del Virreinato. También hay una versión de Francisco Antonio María Vallejo (1722-1785) en el Museo Nacional de Arte y otra de José de Páez (Ciudad de México, 1721- c. 1780) en el LACMA Museum.

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807. MIGUEL CABRERA (Oaxaca, 1710-Ciudad de México, 1768)Nuestra Señora del Rosario con San Francisco y Santo Domingo de Guzmán

Óleo sobre lienzo. 127 x 97,5 cm.
Firmado: "Migl Cabrera pinx".
 
Miguel de Cabrera, uno de los pintores más importantes de la Nueva España en el siglo XVIII, destacó tanto por su maestría en la pintura como por su influencia en la configuración de la identidad artística novohispana. Su obra plástica, su tratado en defensa de la Virgen de Guadalupe y su papel en la continuidad de la renovación artística iniciada por los hermanos Rodríguez Juárez hacia 1710, lo consolidan como una figura clave del periodo. Fue un artista prolífico, cuya producción abarcó una amplia variedad de lienzos religiosos que aún hoy se conservan en iglesias, museos y colecciones privadas, testimoniando la riqueza artística de América. A lo largo del tiempo, su extensa obra ha sido altamente valorada y coleccionada por instituciones y coleccionistas de todo el mundo.
 
La representación de la Virgen del Rosario junto a Santo Domingo y San Francisco en la pintura novohispana tiene un fuerte significado teológico y devocional, vinculado al papel de ambas órdenes religiosas—dominicos y franciscanos—en la propagación del culto mariano en el mundo hispanoamericano. Ambos santos expresaron abiertamente su amor por la Virgen durante su vida. Se dice que, en oración, Santo Domingo de Guzmán tuvo una visión en la que la Virgen le entregaba un rosario como medio para alcanzar la redención.
 
Este lienzo, firmado por Miguel de Cabrera, refleja su estilo distintivo, caracterizado por líneas firmes y colores cálidos y vibrantes. La composición nos transporta a un ambiente celestial donde la figura de la Virgen María, coronada, se recorta entre nubes y cielo. Viste un hábito rojo y una túnica azul, mientras sostiene con ternura al Niño Jesús. A su derecha, San Domingo recibe el Santo Rosario, mientras que, a su izquierda, San Francisco, arrodillado y mostrando sus estigmas, recibe el rosario de manos del Niño Jesús. La escena está envuelta en un coro angélico, cuyos miembros también portan rosarios, entre cabezas de putti. Destaca la delicada decoración floral de rosas en las Glorias del rosario, separando cada misterio formado por las diez Aves Marías. Fiel a su estilo, Cabrera representó figuras de facciones amables y encarnaciones rosadas, logrando plasmar con sencillez una belleza serena, expresiones variadas y proporciones naturalistas. Fue un maestro en la transmisión de la emoción a través de la pintura.
 

Starting price

20.000 €

807. MIGUEL CABRERA (Oaxaca, 1710-Ciudad de México, 1768)Nuestra Señora del Rosario con San Francisco y Santo Domingo de Guzmán

Óleo sobre lienzo. 127 x 97,5 cm.
Firmado: "Migl Cabrera pinx".
 
Miguel de Cabrera, uno de los pintores más importantes de la Nueva España en el siglo XVIII, destacó tanto por su maestría en la pintura como por su influencia en la configuración de la identidad artística novohispana. Su obra plástica, su tratado en defensa de la Virgen de Guadalupe y su papel en la continuidad de la renovación artística iniciada por los hermanos Rodríguez Juárez hacia 1710, lo consolidan como una figura clave del periodo. Fue un artista prolífico, cuya producción abarcó una amplia variedad de lienzos religiosos que aún hoy se conservan en iglesias, museos y colecciones privadas, testimoniando la riqueza artística de América. A lo largo del tiempo, su extensa obra ha sido altamente valorada y coleccionada por instituciones y coleccionistas de todo el mundo.
 
La representación de la Virgen del Rosario junto a Santo Domingo y San Francisco en la pintura novohispana tiene un fuerte significado teológico y devocional, vinculado al papel de ambas órdenes religiosas—dominicos y franciscanos—en la propagación del culto mariano en el mundo hispanoamericano. Ambos santos expresaron abiertamente su amor por la Virgen durante su vida. Se dice que, en oración, Santo Domingo de Guzmán tuvo una visión en la que la Virgen le entregaba un rosario como medio para alcanzar la redención.
 
Este lienzo, firmado por Miguel de Cabrera, refleja su estilo distintivo, caracterizado por líneas firmes y colores cálidos y vibrantes. La composición nos transporta a un ambiente celestial donde la figura de la Virgen María, coronada, se recorta entre nubes y cielo. Viste un hábito rojo y una túnica azul, mientras sostiene con ternura al Niño Jesús. A su derecha, San Domingo recibe el Santo Rosario, mientras que, a su izquierda, San Francisco, arrodillado y mostrando sus estigmas, recibe el rosario de manos del Niño Jesús. La escena está envuelta en un coro angélico, cuyos miembros también portan rosarios, entre cabezas de putti. Destaca la delicada decoración floral de rosas en las Glorias del rosario, separando cada misterio formado por las diez Aves Marías. Fiel a su estilo, Cabrera representó figuras de facciones amables y encarnaciones rosadas, logrando plasmar con sencillez una belleza serena, expresiones variadas y proporciones naturalistas. Fue un maestro en la transmisión de la emoción a través de la pintura.
 

Starting price: 20.000 €

808. EL TIZIANO AMERICANO (Escuela mexicana, siglo XVIII)Virgen de Guadalupe con una guirnalda de flores y las escenas de las apariciones del indio Juan Diego en las esquinas y vista del cerro de Tepeyach. 1740

Óleo sobre lienzo. 205,5 x 122,5 cm.
Inscrito en la filacteria: "tocada a la original Nicolas,Lodro el ticiano, amercno"
En el reverso del lienzo inscrito: "para el Sr Sargento My. dn Po. de Castro".
La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es una de las más veneradas en la historia del arte y la fe católica en México. Su principal centro de culto es la Basílica de Guadalupe, ubicada en el cerro del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México. Según el Nican Mopohua (1556) y otros documentos históricos, la Virgen se apareció en 1531 al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin en cuatro ocasiones y una vez a su tío, Juan Bernardino. Para probar la veracidad de las apariciones, el obispo Juan de Zumárraga pidió una señal. En la última visión, Juan Diego llevó flores en su ayate y, al desplegarlo, apareció la imagen de la Virgen, con rasgos interpretados como mestizos.
Durante el siglo XVIII, el culto a la Virgen de Guadalupe creció con fuerza. De hecho, Juan Antonio Vizarrón fue muy devoto a la Virgen de Guadalupe y con motivo de la gran epidemia de “matlazahuatl”, proclamó oficialmente a la Virgen de Guadalupe como patrona de Nuevo México en 1737 y diez años después de todo el reino de Nueva España. En 1754, Benedicto XIV, reconoció oficialmente la aparición y la imagen celestial como verdaderos milagros, y a la Virgen de Guadalupe como patrona de Nueva España, fijando el día festivo oficial el 12 de diciembre.
A lo largo de los siglos, la representación pictórica de la Virgen de Guadalupe ha experimentado una evolución estilística. Juan Correa fue uno de los pintores que contribuyeron a la consolidación de la imagen guadalupana, estableciendo un prototipo que se mantendría a lo largo del siglo XVIII. En 1754, tras el reconocimiento oficial de la Virgen de Guadalupe como patrona de Nueva España, Miguel Cabrera se convirtió en su más destacado intérprete proliferando la producción de incontables obras pictóricas y grabadas que difundieron la imagen de la Virgen tanto dentro como fuera del virreinato.
La obra aquí presentada, de gran calidad técnica, sigue los esquemas compositivos de Juan Correa. En el centro, la Virgen de Guadalupe aparece enmarcada por cuatro cartelas doradas con escenas de sus apariciones, rodeada por una orla floral, un recurso característico en las representaciones de Correa. Esta ornamentación floral simboliza las guirnaldas colocadas por los indígenas ante la sagrada tilma, reforzando el carácter milagroso de la imagen.
Las cartelas con las apariciones muestran un estilo cercano al de Miguel Cabrera en cuanto a composición y perfiles más difuminados, mayor expresividad gestual y efectos atmosféricos más vaporosos. La primera cartela representa la aparición de la Virgen a Juan Diego en el cerro del Tepeyac, acompañado por dos ángeles. La segunda muestra a Juan Diego huyendo para buscar un médico que atienda a su tío enfermo. La tercera ilustra el momento en que la Virgen le ofrece las rosas como prueba milagrosa. La cuarta muestra la revelación de la imagen ante el obispo Zumárraga en el palacio episcopal. En la cartela central inferior, se describe la vista del cerro de Tepeyac desde el flanco occidental con la basílica con cimborrio octógona y cuatro torres de 1709. Una mista casi idéntica la podemos encontrar la Virgen de Guadalupe de Antonio de Torres, fechada en 1621 y conservada en el Museo de los Ángeles.
La filacteria que rodea la guirnalda de flores con la inscripción "Tocada a la original" sugiere que la obra fue tocada con la tilma de Juan Diego para transmitirle sus propiedades milagrosas. El nombre "Nicolás Lodro" podría referirse al pintor, aunque no se ha identificado a un artista con este nombre. También se ha planteado la posibilidad de que fuera el donante de la obra. El apelativo "El Ticiano Americano" plantea interrogantes sobre la identidad del pintor. Miguel Cabrera era conocido como "El Miguel Ángel Americano", mientras que "El Ticiano Americano" podría referirse a Cristóbal de Villalpando, por su maestría en el color y la composición. Lo que sí es indiscutible es que esta pintura revela un alto nivel de calidad técnica y artística.
 
La inscripción en el reverso, "para el Sargento Mayor Don Pedro de Castro", indica que la pintura fue encargada para Don Pedro de Castro Figueroa y Salazar, I duque de la Conquista y I marqués de Gracia Real (San Julián de Cela, 1678 - México, 1741). Este militar español fue presidente del reino de Sicilia (1735-1737) y virrey de Nueva España (1740-1741). Además, ostentó títulos como Caballero de la Orden de Santiago, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos y Sargento Mayor del Regimiento de Guardias de Infantería Española en los ejércitos de Flandes, España, Cerdeña, Sicilia, África y Gibraltar.
 
Don Pedro llegó a Veracruz el 30 de junio de 1740 junto a su hijo, el coronel Pedro de Castro, su sobrino Don Domingo de Azcárraga y otros familiares. En agosto, emprendió su viaje a la Ciudad de México, donde fue recibido en el santuario de Guadalupe. Tomó posesión de sus cargos el 17 de agosto de 1740 como Virrey, Gobernador y Capitán General de las Provincias del Reino de Nueva España, además de presidente de la Real Audiencia y Teniente Coronel del Regimiento de Guardias Españolas de Infantería. Su llegada fue celebrada con salvas de artillería y un banquete en el Palacio Real.
 
En agosto de 1741, mientras inspeccionaba las fortificaciones del puerto de Veracruz, enfermó gravemente y tuvo que regresar a la capital. El 14 de agosto se iniciaron rogativas en la Catedral por su salud. Aquejado de disentería, recibió el Sacrosanto Viático y la Santa Extremaunción el 20 de agosto. Falleció el 26 de agosto, y su cuerpo fue trasladado desde el Palacio Real al convento de Predicadores de la Piedad, donde fue sepultado en el presbiterio principal.

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50.000 €

808. EL TIZIANO AMERICANO (Escuela mexicana, siglo XVIII)Virgen de Guadalupe con una guirnalda de flores y las escenas de las apariciones del indio Juan Diego en las esquinas y vista del cerro de Tepeyach. 1740

Óleo sobre lienzo. 205,5 x 122,5 cm.
Inscrito en la filacteria: "tocada a la original Nicolas,Lodro el ticiano, amercno"
En el reverso del lienzo inscrito: "para el Sr Sargento My. dn Po. de Castro".
La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es una de las más veneradas en la historia del arte y la fe católica en México. Su principal centro de culto es la Basílica de Guadalupe, ubicada en el cerro del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México. Según el Nican Mopohua (1556) y otros documentos históricos, la Virgen se apareció en 1531 al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin en cuatro ocasiones y una vez a su tío, Juan Bernardino. Para probar la veracidad de las apariciones, el obispo Juan de Zumárraga pidió una señal. En la última visión, Juan Diego llevó flores en su ayate y, al desplegarlo, apareció la imagen de la Virgen, con rasgos interpretados como mestizos.
Durante el siglo XVIII, el culto a la Virgen de Guadalupe creció con fuerza. De hecho, Juan Antonio Vizarrón fue muy devoto a la Virgen de Guadalupe y con motivo de la gran epidemia de “matlazahuatl”, proclamó oficialmente a la Virgen de Guadalupe como patrona de Nuevo México en 1737 y diez años después de todo el reino de Nueva España. En 1754, Benedicto XIV, reconoció oficialmente la aparición y la imagen celestial como verdaderos milagros, y a la Virgen de Guadalupe como patrona de Nueva España, fijando el día festivo oficial el 12 de diciembre.
A lo largo de los siglos, la representación pictórica de la Virgen de Guadalupe ha experimentado una evolución estilística. Juan Correa fue uno de los pintores que contribuyeron a la consolidación de la imagen guadalupana, estableciendo un prototipo que se mantendría a lo largo del siglo XVIII. En 1754, tras el reconocimiento oficial de la Virgen de Guadalupe como patrona de Nueva España, Miguel Cabrera se convirtió en su más destacado intérprete proliferando la producción de incontables obras pictóricas y grabadas que difundieron la imagen de la Virgen tanto dentro como fuera del virreinato.
La obra aquí presentada, de gran calidad técnica, sigue los esquemas compositivos de Juan Correa. En el centro, la Virgen de Guadalupe aparece enmarcada por cuatro cartelas doradas con escenas de sus apariciones, rodeada por una orla floral, un recurso característico en las representaciones de Correa. Esta ornamentación floral simboliza las guirnaldas colocadas por los indígenas ante la sagrada tilma, reforzando el carácter milagroso de la imagen.
Las cartelas con las apariciones muestran un estilo cercano al de Miguel Cabrera en cuanto a composición y perfiles más difuminados, mayor expresividad gestual y efectos atmosféricos más vaporosos. La primera cartela representa la aparición de la Virgen a Juan Diego en el cerro del Tepeyac, acompañado por dos ángeles. La segunda muestra a Juan Diego huyendo para buscar un médico que atienda a su tío enfermo. La tercera ilustra el momento en que la Virgen le ofrece las rosas como prueba milagrosa. La cuarta muestra la revelación de la imagen ante el obispo Zumárraga en el palacio episcopal. En la cartela central inferior, se describe la vista del cerro de Tepeyac desde el flanco occidental con la basílica con cimborrio octógona y cuatro torres de 1709. Una mista casi idéntica la podemos encontrar la Virgen de Guadalupe de Antonio de Torres, fechada en 1621 y conservada en el Museo de los Ángeles.
La filacteria que rodea la guirnalda de flores con la inscripción "Tocada a la original" sugiere que la obra fue tocada con la tilma de Juan Diego para transmitirle sus propiedades milagrosas. El nombre "Nicolás Lodro" podría referirse al pintor, aunque no se ha identificado a un artista con este nombre. También se ha planteado la posibilidad de que fuera el donante de la obra. El apelativo "El Ticiano Americano" plantea interrogantes sobre la identidad del pintor. Miguel Cabrera era conocido como "El Miguel Ángel Americano", mientras que "El Ticiano Americano" podría referirse a Cristóbal de Villalpando, por su maestría en el color y la composición. Lo que sí es indiscutible es que esta pintura revela un alto nivel de calidad técnica y artística.
 
La inscripción en el reverso, "para el Sargento Mayor Don Pedro de Castro", indica que la pintura fue encargada para Don Pedro de Castro Figueroa y Salazar, I duque de la Conquista y I marqués de Gracia Real (San Julián de Cela, 1678 - México, 1741). Este militar español fue presidente del reino de Sicilia (1735-1737) y virrey de Nueva España (1740-1741). Además, ostentó títulos como Caballero de la Orden de Santiago, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos y Sargento Mayor del Regimiento de Guardias de Infantería Española en los ejércitos de Flandes, España, Cerdeña, Sicilia, África y Gibraltar.
 
Don Pedro llegó a Veracruz el 30 de junio de 1740 junto a su hijo, el coronel Pedro de Castro, su sobrino Don Domingo de Azcárraga y otros familiares. En agosto, emprendió su viaje a la Ciudad de México, donde fue recibido en el santuario de Guadalupe. Tomó posesión de sus cargos el 17 de agosto de 1740 como Virrey, Gobernador y Capitán General de las Provincias del Reino de Nueva España, además de presidente de la Real Audiencia y Teniente Coronel del Regimiento de Guardias Españolas de Infantería. Su llegada fue celebrada con salvas de artillería y un banquete en el Palacio Real.
 
En agosto de 1741, mientras inspeccionaba las fortificaciones del puerto de Veracruz, enfermó gravemente y tuvo que regresar a la capital. El 14 de agosto se iniciaron rogativas en la Catedral por su salud. Aquejado de disentería, recibió el Sacrosanto Viático y la Santa Extremaunción el 20 de agosto. Falleció el 26 de agosto, y su cuerpo fue trasladado desde el Palacio Real al convento de Predicadores de la Piedad, donde fue sepultado en el presbiterio principal.

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813. EUGENIO LUCAS VELÁZQUEZ (Madrid, 1817-1870)La Rondalla AragonesaH. 1865

Óleo sobre lienzo. 128,5 x 185 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo con el número de inventario: "187, Rondalla Aragonesa".
En el reverso con etiqueta.
 
Eugenio Lucas fue un pintor romántico profundamente influenciado por el universo creativo de Francisco de Goya. En 1855, fue designado para tasar las Pinturas Negras de Goya en la Quinta del Sordo, un hecho clave que marcó un punto de inflexión en su carrera. Esta experiencia le permitió asimilar la esencia de Goya, adoptando sus recursos técnicos y temáticos, los cuales trasladó con gran maestría a su propio trabajo. Así, Lucas llegó a ser considerado uno de los más grandes intérpretes del universo goyesco.
 
El lienzo que presentamos es una vibrante manifestación de la personalidad artística de Lucas. Con una pincelada nerviosa y toques gruesos de color, el pintor captura el instante de una ronda popular perfectamente orquestada, en la que un grupo de personajes humildes protagoniza una animada escena festiva en la calle. Dos músicos tocan la guitarra, mientras otro sostiene una pandereta. Las figuras, pintadas con gran expresionismo y rostros grotescos, reflejan la influencia de los modelos goyescos, ofreciendo una interpretación única de la humanidad popular. Destaca especialmente la figura central del guitarrista, quien, mientras canta, eleva los ojos al cielo, evocando una imagen similar a la del guitarrista en Romería de San Isidro de Goya.
 
Este lienzo guarda relación con otros dos de Eugenio Lucas de dimensiones similares: La Ronda (óleo sobre lienzo, 124 x 158 cm), que aborda el mismo tema con numerosas variaciones, y La Revolución (óleo sobre lienzo, 124,3 x 158 cm). Ambas obras se conservan en el Museo Nacional del Prado (Ver: Díez, José Luis, Pintura del Siglo XIX en el Museo del Prado: catálogo general, Museo Nacional del Prado, Madrid, 2015, pp. 348). Finalmente, cabe destacar la obra La escena de carnaval (óleo sobre hojalata, 31 x 43 cm), que se conserva en la Hispanic Society of America (Ver: José Manuel Arnaiz, Eugenio Lucas. Su Vida y su Obra, Madrid, 1981, p. 430, nº 268).

Starting price

6.000 €

813. EUGENIO LUCAS VELÁZQUEZ (Madrid, 1817-1870)La Rondalla AragonesaH. 1865

Óleo sobre lienzo. 128,5 x 185 cm.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo con el número de inventario: "187, Rondalla Aragonesa".
En el reverso con etiqueta.
 
Eugenio Lucas fue un pintor romántico profundamente influenciado por el universo creativo de Francisco de Goya. En 1855, fue designado para tasar las Pinturas Negras de Goya en la Quinta del Sordo, un hecho clave que marcó un punto de inflexión en su carrera. Esta experiencia le permitió asimilar la esencia de Goya, adoptando sus recursos técnicos y temáticos, los cuales trasladó con gran maestría a su propio trabajo. Así, Lucas llegó a ser considerado uno de los más grandes intérpretes del universo goyesco.
 
El lienzo que presentamos es una vibrante manifestación de la personalidad artística de Lucas. Con una pincelada nerviosa y toques gruesos de color, el pintor captura el instante de una ronda popular perfectamente orquestada, en la que un grupo de personajes humildes protagoniza una animada escena festiva en la calle. Dos músicos tocan la guitarra, mientras otro sostiene una pandereta. Las figuras, pintadas con gran expresionismo y rostros grotescos, reflejan la influencia de los modelos goyescos, ofreciendo una interpretación única de la humanidad popular. Destaca especialmente la figura central del guitarrista, quien, mientras canta, eleva los ojos al cielo, evocando una imagen similar a la del guitarrista en Romería de San Isidro de Goya.
 
Este lienzo guarda relación con otros dos de Eugenio Lucas de dimensiones similares: La Ronda (óleo sobre lienzo, 124 x 158 cm), que aborda el mismo tema con numerosas variaciones, y La Revolución (óleo sobre lienzo, 124,3 x 158 cm). Ambas obras se conservan en el Museo Nacional del Prado (Ver: Díez, José Luis, Pintura del Siglo XIX en el Museo del Prado: catálogo general, Museo Nacional del Prado, Madrid, 2015, pp. 348). Finalmente, cabe destacar la obra La escena de carnaval (óleo sobre hojalata, 31 x 43 cm), que se conserva en la Hispanic Society of America (Ver: José Manuel Arnaiz, Eugenio Lucas. Su Vida y su Obra, Madrid, 1981, p. 430, nº 268).

Starting price: 6.000 €

814. ANDRÉS CORTÉS Y AGUILAR (Sevilla, 1812- 1879)Pescadores de río y campesinos1851

Óleo sobre lienzo. 109 x 159,5 cm.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo: "Andrés Cortés f. Sevilla 1851".
 
BIBLIOGRAFÍA:
Quesada, Luis, Los Cortés: una dinastía de pintores en Sevilla y Francia entre los siglos XVIII y XX, Guadalquivir Ediciones, Sevilla, 2001, p. 86, lám. 63.
 
Fue miembro de una importante saga de pintores de la escuela Sevilla, y uno de los máximos representantes del paisajismo romántico y del costumbrismo andaluz. Formado en la Real Escuela de las Tres Nobles Artes de Sevilla, pintó paisajes y escenas costumbristas de Sevilla y Granada, aunque también realizó, retratos y bodegones. De toda su producción, destacamos la vista de la Feria de Sevilla, pintada en 1856.
 
La obra que presentamos, firmada, fechada y localizada por Andrés Cortés en Sevilla en el año 1851, responde a la serie de paisajes que el artista realizó inspirados en el paisajismo holandés del siglo XVII, de influencia italiana. Cortés, inmortaliza en esta obra una amplia vista de un entorno rural en los alrededores de Sevilla, capturando con maestría la serenidad y el encanto de la vida cotidiana. Con un trazo suelto, fresco y vibrante, nos transporta al mundo rural idílico en el que el paisaje, y los frondosos árboles sirven de escenario para un conjunto de campesinos inmersos en su día a día. En primer plano, un padre y su hijo se preparan para pescar con sus cañas, mientras que, sobre un montículo, un grupo de cabras pastorea junto a sus pastores. A la izquierda, unos campesinos conducen su ganado hacia el arroyo, y en el agua, unos pescadores faenan en su barca.
 
Lienzo, publicado en el catálogo razonado del pintor, Los Cortés: una dinastía de pintores en Sevilla y Francia entre los siglos XVIII y XX, donde la fecha de 1851 fue erróneamente transcrita como 1861. No obstante, la comparación entre la fotografía ilustrada y el lienzo presentado confirma inequívocamente que se trata de la misma obra.

Starting price

4.000 €

814. ANDRÉS CORTÉS Y AGUILAR (Sevilla, 1812- 1879)Pescadores de río y campesinos1851

Óleo sobre lienzo. 109 x 159,5 cm.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo: "Andrés Cortés f. Sevilla 1851".
 
BIBLIOGRAFÍA:
Quesada, Luis, Los Cortés: una dinastía de pintores en Sevilla y Francia entre los siglos XVIII y XX, Guadalquivir Ediciones, Sevilla, 2001, p. 86, lám. 63.
 
Fue miembro de una importante saga de pintores de la escuela Sevilla, y uno de los máximos representantes del paisajismo romántico y del costumbrismo andaluz. Formado en la Real Escuela de las Tres Nobles Artes de Sevilla, pintó paisajes y escenas costumbristas de Sevilla y Granada, aunque también realizó, retratos y bodegones. De toda su producción, destacamos la vista de la Feria de Sevilla, pintada en 1856.
 
La obra que presentamos, firmada, fechada y localizada por Andrés Cortés en Sevilla en el año 1851, responde a la serie de paisajes que el artista realizó inspirados en el paisajismo holandés del siglo XVII, de influencia italiana. Cortés, inmortaliza en esta obra una amplia vista de un entorno rural en los alrededores de Sevilla, capturando con maestría la serenidad y el encanto de la vida cotidiana. Con un trazo suelto, fresco y vibrante, nos transporta al mundo rural idílico en el que el paisaje, y los frondosos árboles sirven de escenario para un conjunto de campesinos inmersos en su día a día. En primer plano, un padre y su hijo se preparan para pescar con sus cañas, mientras que, sobre un montículo, un grupo de cabras pastorea junto a sus pastores. A la izquierda, unos campesinos conducen su ganado hacia el arroyo, y en el agua, unos pescadores faenan en su barca.
 
Lienzo, publicado en el catálogo razonado del pintor, Los Cortés: una dinastía de pintores en Sevilla y Francia entre los siglos XVIII y XX, donde la fecha de 1851 fue erróneamente transcrita como 1861. No obstante, la comparación entre la fotografía ilustrada y el lienzo presentado confirma inequívocamente que se trata de la misma obra.

Starting price: 4.000 €

831. MANUEL GARCÍA Y RODRÍGUEZ (Sevilla, 1863-1925)Damas vestidas de majas en los jardínes del Alcázar de Sevilla

Óleo sobre lienzo
75 x 100 cm
Firmado y fechado áng. inf. der: García y Rodríguez 1918
 
PROCEDENCIA:
Colección particular
 
BIBLIOGRAFÍA:
G.Pérez Calero, Manuel García y Rdríguez, Pintor regionalista andaluz (1863-1925), pág. 130.
 
“La pintura de paisaje tuvo en Sevilla un desarrollo excepcional en el último cuarto del siglo XIX y en el primero del siglo XX. En este periodo Manuel García Rodríguez fue uno de sus mejores intérpretes en su peculiar interpretación en la que reflejó sus emociones y sentimientos. Este artista desde su época juvenil tuvo siempre un carácter silencioso y melancólico, profundamente interior, aspectos que le ayudaron a dar a sus paisajes una intensa palpitación anímica. Caminante solitario, fue un excepcional intérprete de las orillas de los ríos poblados de álamos y también de plazuelas, callejas y jardines floridos. En todas estas obras supo siempre captar el ambiente con espontaneidad propia en la que se refleja su recóndito temperamento.
Esta pintura de García y Rodríguez es uno de los muchos testimonios que se conocen de su trabajo en los jardines del Alcázar, cuya luz y color interpretó en numerosas ocasiones. En este caso el artista ha pintado la pérgola ajardinada que está frente a la puerta de Marchena, que aparece en segundo término. Sus tonos blancos, azules y malvas están perfectamente armonizados unos con otros. En segundo plano, junto a la puerta de Marchena de estilo gótico tardío, aparecen dos elegantes damas en amble conversación, detalle que intensifica la belleza visual y la apacibilidad de esta escena”. (Texto extractado de Colección de pintura, Enrique Valdivieso, pág. 92)

Starting price

16.000 €

831. MANUEL GARCÍA Y RODRÍGUEZ (Sevilla, 1863-1925)Damas vestidas de majas en los jardínes del Alcázar de Sevilla

Óleo sobre lienzo
75 x 100 cm
Firmado y fechado áng. inf. der: García y Rodríguez 1918
 
PROCEDENCIA:
Colección particular
 
BIBLIOGRAFÍA:
G.Pérez Calero, Manuel García y Rdríguez, Pintor regionalista andaluz (1863-1925), pág. 130.
 
“La pintura de paisaje tuvo en Sevilla un desarrollo excepcional en el último cuarto del siglo XIX y en el primero del siglo XX. En este periodo Manuel García Rodríguez fue uno de sus mejores intérpretes en su peculiar interpretación en la que reflejó sus emociones y sentimientos. Este artista desde su época juvenil tuvo siempre un carácter silencioso y melancólico, profundamente interior, aspectos que le ayudaron a dar a sus paisajes una intensa palpitación anímica. Caminante solitario, fue un excepcional intérprete de las orillas de los ríos poblados de álamos y también de plazuelas, callejas y jardines floridos. En todas estas obras supo siempre captar el ambiente con espontaneidad propia en la que se refleja su recóndito temperamento.
Esta pintura de García y Rodríguez es uno de los muchos testimonios que se conocen de su trabajo en los jardines del Alcázar, cuya luz y color interpretó en numerosas ocasiones. En este caso el artista ha pintado la pérgola ajardinada que está frente a la puerta de Marchena, que aparece en segundo término. Sus tonos blancos, azules y malvas están perfectamente armonizados unos con otros. En segundo plano, junto a la puerta de Marchena de estilo gótico tardío, aparecen dos elegantes damas en amble conversación, detalle que intensifica la belleza visual y la apacibilidad de esta escena”. (Texto extractado de Colección de pintura, Enrique Valdivieso, pág. 92)

Starting price: 16.000 €

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