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Descripción del lote
ATRIBUIDO A JUAN PATRICIO MORLETE (1713- 1770)
Virgen de Guadalupe
Óleo sobre cobre. 63,5 x 48 cm.
La Virgen de Guadalupe se apareció a un indígena, Juan Diego, en la colina de Tepeyac, cerca de la Ciudad de México en 1531. Hablando en su lengua nativa, el náhuatl, le pidió que fuera al obispo y le transmitiera su deseo de que construyera un templo en su honor cerca de la Ciudad de México. Ante la incredulidad del obispo la Virgen se apareció a Juan Diego en tres ocasiones. En la última, la Virgen le ordenó que recogiera las flores que crecían en la colina con su capa y las presentara como prueba. Al abrir el manto ante el obispo, se asombraron al ver la imagen de la Virgen de Guadalupe milagrosamente impresa en su manto.
La Virgen de Guadalupe de Tepeyac se ha convertido en una de las imágenes sagradas de la América Española, como símbolo de la identidad mexicana desde el siglo XVI. La imagen que presentamos conmemora el día del 24 de abril de 1754, en el que el Papa Benedicto XIV (1740-58) proclama oficialmente el patrocinio de la Virgen de Guadalupe en México. Dicha proclamación legitimó aún más la santidad de la imagen en dicha nación.
Sobre el centro se alza la figura de la Virgen rodeada de una abigarrada composición enmarcada por acantos. En la parte superior, seis figuras del Antiguo Testamento junto con dos querubines que le ofrecen una corona. Subrayando el nuevo estatus oficial revelado en 1754 se representa, abajo a la izquierda, el Papa Benedicto XIV quien emite su proclamación y señala a la imagen de la Virgen con su mirada dirigida al espectador. A la derecha la personificación femenina de Nueva España, acompañada del escudo de la región que mira a la Virgen con devoción. Enmarcan la escena los distintos momentos y más claves de su aparición a Juan Diego, dando testimonio de su naturaleza milagrosa.
Se conocen otras composiciones similares de la mano de Sebastián Salcedo conservada en el Museo de Denver, un grabado de Joseph Sebastian Klauber (1700- 1768) y Johann Baptist Klauber (1712-1787) así como diversas versiones de la mano de Juan Patricio Morlete con las que podemos establecer ciertas similitudes con la obra que presentamos.
A pesar de la evidente suciedad del cobre, estamos convencidos que con una sencilla limpieza se devolverá a la obra todo su esplendor, esos tonos ahora desvaídos recuperarán su sentido colorista y vibrante.
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