Lápiz sobre papel, 36.3 x 27.5 cms. Firmado y fechado dcha.
PROCEDENCIA:
Galerie Alain Blondel, Paris.
Millon & Associés, 25 marzo 2005, lote 451.
Christie’s Londres, 26 junio 2015, lote 705.
Colección particular.
BIBLIOGRAFÍA:
Alain Blondel, “Tamara de Lempicka. Catalogue Raisonné, 1921-1979”, Ed.Acatos, 1999, no. A.115, rep.b/n.pág.461.
Tamara de Lempicka, originalmente Maria Gurwik-Górska, nació según su biografía en 1898 en Varsovia, en el seno de una familia acaudalada, si bien se piensa que podría haber nacido en Rusia años antes. Su primer gran contacto con el arte fue de la mano de su abuela, quien la llevó de viaje por Europa a conocer los museos más importantes, quedando rendida ante los Grandes Maestros del Renacimiento, de gran influencia en su obra. En 1916 se casó en San Petersburgo con el abogado polaco Tadeusz Łempicki (1888-1951), con quien llevó una vida lujosa hasta el estallido de la Revolución de octubre y la encarcelación de Tadeusz. La mayoría de sus amigos aristócratas huyeron a Europa, incluso sus propios familiares, pero ella permaneció hasta conseguir liberar a Tadeusz gracias a la intercesión del cónsul sueco. Una vez liberado, la familia, tras un breve paso por los países nórdicos, recaló en París. Los primeros años en París fueron muy duros. Como tantos otros miembros de la clase alta y nobleza rusa que tuvieron que huir tras la Revolución, la familia de Tamara vivió pobremente de la venta de las pocas joyas que consiguieron llevarse y la ayuda de amigos. Tadeusz, depresivo, no trabajaba y Tamara, madre de una niña pequeña, se vio en la necesidad de hacer algo por sí misma. Animada por su hermana Adrienne, Tamara comenzó a estudiar pintura en la Academie de la Grande Chaumière, donde los cursos eran gratuitos. Después estudió con Maurice Denis y, más tarde, con André Lhote. De Maurice Denis aprendió la técnica copiando los clásicos hasta familiarizarse con cada técnica y género hasta ser capaz de emplear todos los esfumatos y tonalidades de un color. Además, aprendió a simplificar líneas y colores para así definir mejor las formas y dotarlas de mayor carga decorativa en beneficio de la belleza. De André Lhote aprendió el cubismo aplicado a los temas tradicionales y a someter la sensualidad del cuerpo humano a la desintegración geométrica y decorativa.
Su vida se dividió entre asistir a clases de pintura, largas horas delante del caballete, ocupaciones familiares y frecuentar los ambientes artísticos de París, así como a sus antiguos amigos de clase alta al margen de su marido, del que se divorciaría en 1928.
Animada por las opiniones favorables sobre su obra, presentó dos cuadros y fotografías a la importante galerista Colette Weil, con la que empezó a trabajar y a vender su obra. Pronto consiguió el éxito y a comienzos de los años 20 ya estaba ganando importantes sumas de dinero y exponiendo regularmente en el Salon des Independants, Salon d’Automne, etc... El dinero la permitió volver a su vida de lujo: joyas, elegantes vestidos, viajes a Italia y a Montecarlo, etc.. Frecuentó la vida bohemia de París, los night club, los cafés, la ópera. Acudió a fiestas de amigos y clientes, artistas, escritores, duques y condes. Huyó de lo mediocre y burgués, de las normas de la sociedad. Escondió su pasado bajo un halo de misterio y eligió cuidadosamente sus amistades de entre aquellas que le pudieran aportar algo o servir para satisfacer su propio ego. Los miembros de la alta sociedad posaron para ella y sus retratos comenzaron a ser de los más cotizados. Se convirtió en uno de los personajes más famosos y relevantes del París de la época, representante de una clase social dedicada a la búsqueda del placer y la belleza en todas sus formas.
“Tête de Femme” es uno de aquellos maravillosos retratos que Tamara produjo en el período de entreguerras y que constituyen su obra más importante y reconocible. Realizado a lápiz, demuestra la destreza técnica y el estilo único de Tamara de Lempicka con el dibujo para transmitir sutiles emociones con unas pocas líneas y sombreados.
Como es habitual en muchos de sus dibujos y pinturas, la composición la ocupa una joven figura femenina de medio cuerpo que se muestra en un contraposto claramente influenciado por “Leda y el cisne” de Leonardo Da Vinci, que le otorga movimiento, belleza y elegancia. La cabeza, mucho más trabajada que el resto del cuerpo, muestra unos rasgos bellos y sensuales, pero, al mismo tiempo, fríos y distantes debido a lo marcado de las facciones y al fuerte claroscuro. La joven retratada nos mira de abajo arriba, como era típico de las imágenes de moda de la época, sabiéndose bella y seductora, y, al mismo tiempo, inalcanzable.
Tamara de Lempicka dijo una vez que todos sus retratos tenían algo de ella misma. Sin duda, la elegancia fría y seductora de este retrato es un fiel reflejo de su propia personalidad, aquella que la convirtió en la reina del París de los años 20 y 30.