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VENDIDO
945. JUAN BAUTISTA ROMERO (Valencia, 1754-1804)Florero en un paisaje.

Óleo sobre lienzo. 52 x 66 cm. Firmado: “J. B. Romero” (en el tallo) Bibliografía: Andrés Sánchez López, La pintura de bodegones y floreros en España en el siglo XVIII, Madrid, 2006 (pág. 347, lám. 266, tesis doctoral en la UCM) y Fundación Arte Hispánico, 2008. Juan Bautista Romero fue, sin duda, uno los pintores de género españoles más destacados de la segunda mitad del siglo XVIII. Discípulo del reconocido especialista en flores Benito Espinós, se formó entre la Academia de Bellas Artes de Valencia y la de Madrid, para terminar trabajando desde 1797 -gracias a la intercesión de Manuel Godoy- en la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro con Mariano Nani, y colaborar, entre otros, con Zacarías González Velázquez en la decoración de la Casita del Labrador de Aranjuez. La obra que presentamos es un buen ejemplo de la gran calidad de la que Romero era capaz. Siguiendo el ejemplo de su otro maestro valenciano, José Ferrer, dispone sobre el suelo un cestillo volcado con amplia variedad de flores; al fondo a la izquierda, sobre unos restos de arquitectura clásica, se alzan en la lejanía las copas de algunos árboles mientras la parte derecha queda despejada y luminosa. Además del minucioso tratamiento de cada una de las flores, y de la representación de la mosca sobre la azucena y de las gotas de agua, destaca especialmente el buscado contraste en los colores elegidos; gracias a su dominio técnico, con efectos tardobarrocos a base de un veladuras y un cuidado dibujo, la luz parece más brillante, de tal modo que su estilo perdurará a lo largo del siglo XIX y será ampliamente imitado. A comparar con otras obras de este pintor, especialmente la conservada en el Museo de Carolina del Norte, y en menor medida las de Patrimonio Nacional y Academia de San Fernando.

Precio salida

10.000 €

VENDIDO

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945. JUAN BAUTISTA ROMERO (Valencia, 1754-1804)Florero en un paisaje.

Óleo sobre lienzo. 52 x 66 cm. Firmado: “J. B. Romero” (en el tallo) Bibliografía: Andrés Sánchez López, La pintura de bodegones y floreros en España en el siglo XVIII, Madrid, 2006 (pág. 347, lám. 266, tesis doctoral en la UCM) y Fundación Arte Hispánico, 2008. Juan Bautista Romero fue, sin duda, uno los pintores de género españoles más destacados de la segunda mitad del siglo XVIII. Discípulo del reconocido especialista en flores Benito Espinós, se formó entre la Academia de Bellas Artes de Valencia y la de Madrid, para terminar trabajando desde 1797 -gracias a la intercesión de Manuel Godoy- en la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro con Mariano Nani, y colaborar, entre otros, con Zacarías González Velázquez en la decoración de la Casita del Labrador de Aranjuez. La obra que presentamos es un buen ejemplo de la gran calidad de la que Romero era capaz. Siguiendo el ejemplo de su otro maestro valenciano, José Ferrer, dispone sobre el suelo un cestillo volcado con amplia variedad de flores; al fondo a la izquierda, sobre unos restos de arquitectura clásica, se alzan en la lejanía las copas de algunos árboles mientras la parte derecha queda despejada y luminosa. Además del minucioso tratamiento de cada una de las flores, y de la representación de la mosca sobre la azucena y de las gotas de agua, destaca especialmente el buscado contraste en los colores elegidos; gracias a su dominio técnico, con efectos tardobarrocos a base de un veladuras y un cuidado dibujo, la luz parece más brillante, de tal modo que su estilo perdurará a lo largo del siglo XIX y será ampliamente imitado. A comparar con otras obras de este pintor, especialmente la conservada en el Museo de Carolina del Norte, y en menor medida las de Patrimonio Nacional y Academia de San Fernando.

Precio salida: 10.000 €

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951. JAN MIENSE MOLENAER (Haarlem, Holanda, 1610-1668)Interior con figuras.

Óleo sobre tabla. 46,5 x 63,2 cm. Firmado: “Jan Molenaer”. Con etiqueta al dorso de la Sala Parés, nº 12861, y etiqueta de “Gander & WhiXXX, Mr. Maragall”. La tabla de Molenaer representa un juego popular, cuyo origen parece remontarse hasta la Edad Media, denominado Handjeklap, algo así como choque de manos (main chaude). Uno de los participantes en el juego, de espaldas para no ver, ofrece la palma de su mano al resto para que sea chocada o golpeada según se quiera; por el tacto, debe adivinar quién se trata y, lógicamente, hasta que no lo adivine, seguirá ofreciéndola. La escena de taberna, que debía ser muy común en la Holanda de Molenaer, es presentada cargada de teatralidad, con un cierto carácter satírico; se percibe la alegría del juego en unos, en otros la del vino y en los terceros, el intento de establecer relaciones amorosas. Todo ello no deja de ser una excusa para presentar unos caracteres provincianos en un espacio cerrado y la oportunidad de mostrar distintos objetos con texturas y colores variados, con un marcado efecto de claroscuro. A comparar con otras dos tablas (lotes 75 y 79) de misma temática vendidas en Sotheby´s Amsterdam el 15 de noviembre del 2015, y según el especialista Dennis P. Weller realizadas en la década de 1640 o ligeramente después, y una tercera de mayor tamaño, y hacia 1650, conservada en el Fine Arts Museum de Budapest (núm. 264).

Precio salida

6.000 €

VENDIDO

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951. JAN MIENSE MOLENAER (Haarlem, Holanda, 1610-1668)Interior con figuras.

Óleo sobre tabla. 46,5 x 63,2 cm. Firmado: “Jan Molenaer”. Con etiqueta al dorso de la Sala Parés, nº 12861, y etiqueta de “Gander & WhiXXX, Mr. Maragall”. La tabla de Molenaer representa un juego popular, cuyo origen parece remontarse hasta la Edad Media, denominado Handjeklap, algo así como choque de manos (main chaude). Uno de los participantes en el juego, de espaldas para no ver, ofrece la palma de su mano al resto para que sea chocada o golpeada según se quiera; por el tacto, debe adivinar quién se trata y, lógicamente, hasta que no lo adivine, seguirá ofreciéndola. La escena de taberna, que debía ser muy común en la Holanda de Molenaer, es presentada cargada de teatralidad, con un cierto carácter satírico; se percibe la alegría del juego en unos, en otros la del vino y en los terceros, el intento de establecer relaciones amorosas. Todo ello no deja de ser una excusa para presentar unos caracteres provincianos en un espacio cerrado y la oportunidad de mostrar distintos objetos con texturas y colores variados, con un marcado efecto de claroscuro. A comparar con otras dos tablas (lotes 75 y 79) de misma temática vendidas en Sotheby´s Amsterdam el 15 de noviembre del 2015, y según el especialista Dennis P. Weller realizadas en la década de 1640 o ligeramente después, y una tercera de mayor tamaño, y hacia 1650, conservada en el Fine Arts Museum de Budapest (núm. 264).

Precio salida: 6.000 €

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977. PEDRO DE CAMPROBÍN (Almagro, Ciudad Real, 1605 - Sevilla, 1674)Pareja de floreros en jarrones de bronce.

Pareja de óleos sobre lienzo. 90,2 x 71,5 cm. y 95 x 71 cm. Firmados. El primero, con etiqueta al dorso del Ministerio de Cultura, de la exposición El bodegón español desde el siglo XVI a Goya. Coleccionista: José María Barraca Sipán, y otra de exposición en Japón. Literatura: Pérez Sánchez, A. E., Pintura española de bodegones y floreros de 1600 a Goya, Museo del Prado, 1983, p. 88, nº 61. La justa fama de Pedro de Camprobín se prolongó a lo largo del siglo XVIII de tal manera que, en el comienzo del siglo XIX, el erudito Juan Antonio Ceán Bermúdez seguía citándolo: “la ligereza con que dibuxaba las flores, frutas y confituras Pedro de Camprobín, competidor de Arellano y Vanderhamen” (Ceán, 1806, págs. 118 y 119). Para Peter Cherry, en la década entre 1650 y 1650, “empezó a pintar de una manera más meticulosa y comenzó a emplear cada vez con más frecuencia una técnica de barnizado para definir las formas y modular la luz de sus cuadros” (Arte y Naturaleza. El Bodegón español en el Siglo de Oro, Fundación de apoyo 1999, pág. 265). De esta manera, llegó a ser el primero de los especialistas en pintura de flores en Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII. Al decir del especialista, “en sus pinturas de flores, Camprobín establecía un cuidado equilibrio entre la copiosidad y la moderación. Sus pinturas no presentan la cantidad y variedad de flores de, por ejemplo, Juan de Arellano, y evitaba llenar de flores el campo pictórico completo. En sus obras, las flores se presentan rodeadas de aire y de espacio, y la luz que las ilumina es suave, apagando los colores de las flores y cayendo sobre la pared trasera. La extraña belleza de las piezas florales de Camprobín y la atmósfera de calma que evocaban eran, evidentemente, cualidades muy apreciadas por sus clientes” (pág. 267). Sobre el primero de los bodegones, escribió Pérez Sánchez lo siguiente: “Ejemplo excelente del arte refinado y sutil de Camprobín que, partiendo de la precisión objetiva de las composiciones de principios de siglo, encuentra en su madurez un lenguaje propio, hecho de un sutil equilibrio entre el volumen, que se define con precisión por un juego luminoso que no renuncia a recursos del tenebrismo, al arabesco lineal de tallos y flores, y la elegancia del color, mantenido siempre en una gama reducida, sobre la que hace cantar tonalidades claras y enteras. Son constantes también sus jarrones metálicos, gallonados y decorados con cartelas y chatones, de los que éste es un buen ejemplo” (pág. 88; il. 61).

Precio salida

65.000 €

VENDIDO

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977. PEDRO DE CAMPROBÍN (Almagro, Ciudad Real, 1605 - Sevilla, 1674)Pareja de floreros en jarrones de bronce.

Pareja de óleos sobre lienzo. 90,2 x 71,5 cm. y 95 x 71 cm. Firmados. El primero, con etiqueta al dorso del Ministerio de Cultura, de la exposición El bodegón español desde el siglo XVI a Goya. Coleccionista: José María Barraca Sipán, y otra de exposición en Japón. Literatura: Pérez Sánchez, A. E., Pintura española de bodegones y floreros de 1600 a Goya, Museo del Prado, 1983, p. 88, nº 61. La justa fama de Pedro de Camprobín se prolongó a lo largo del siglo XVIII de tal manera que, en el comienzo del siglo XIX, el erudito Juan Antonio Ceán Bermúdez seguía citándolo: “la ligereza con que dibuxaba las flores, frutas y confituras Pedro de Camprobín, competidor de Arellano y Vanderhamen” (Ceán, 1806, págs. 118 y 119). Para Peter Cherry, en la década entre 1650 y 1650, “empezó a pintar de una manera más meticulosa y comenzó a emplear cada vez con más frecuencia una técnica de barnizado para definir las formas y modular la luz de sus cuadros” (Arte y Naturaleza. El Bodegón español en el Siglo de Oro, Fundación de apoyo 1999, pág. 265). De esta manera, llegó a ser el primero de los especialistas en pintura de flores en Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII. Al decir del especialista, “en sus pinturas de flores, Camprobín establecía un cuidado equilibrio entre la copiosidad y la moderación. Sus pinturas no presentan la cantidad y variedad de flores de, por ejemplo, Juan de Arellano, y evitaba llenar de flores el campo pictórico completo. En sus obras, las flores se presentan rodeadas de aire y de espacio, y la luz que las ilumina es suave, apagando los colores de las flores y cayendo sobre la pared trasera. La extraña belleza de las piezas florales de Camprobín y la atmósfera de calma que evocaban eran, evidentemente, cualidades muy apreciadas por sus clientes” (pág. 267). Sobre el primero de los bodegones, escribió Pérez Sánchez lo siguiente: “Ejemplo excelente del arte refinado y sutil de Camprobín que, partiendo de la precisión objetiva de las composiciones de principios de siglo, encuentra en su madurez un lenguaje propio, hecho de un sutil equilibrio entre el volumen, que se define con precisión por un juego luminoso que no renuncia a recursos del tenebrismo, al arabesco lineal de tallos y flores, y la elegancia del color, mantenido siempre en una gama reducida, sobre la que hace cantar tonalidades claras y enteras. Son constantes también sus jarrones metálicos, gallonados y decorados con cartelas y chatones, de los que éste es un buen ejemplo” (pág. 88; il. 61).

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