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829. ANTONIO ARIAS (1614- 1684)San Antonio de Padua

Óleo sobre lienzo. 120 x 94,5 cm.
En el reverso con etiqueta de la Junta Delegada de Incautación con número de inventario "21142".
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección del Duque del Infantado.
 
Antonio Arias (1614-1684), pintor madrileño discípulo de Pedro de las Cuevas. Mostró ya desde los 14 años su excepcional precocidad, momento en el que recibió un encargo importante; el retablo de las carmelitas Descalzas de Toledo, hoy perdido. En palabras de Ceán Bermúdez “los elogios que mereció, lejos de envanecerle, fueron un nuevo estímulo que le inspiró mayor aplicación y mayores adelantamientos”. En 1639, interviene junto a Polo en la decoración del salón dorado del Alcázar por encargo del Conde Duque de Olivares, siendo la obra de “Carlos V y Felipe II”, hoy en el Museo del Prado y la única conservada de este conjunto. A partir de 1645, año en el que abrió su estudio en Madrid, recibió numerosos encargos de carácter religioso, tanto obras devocionales como lienzos destinados a series conventuales.
La obra que presentamos, hasta ahora en paradero desconocido, es una interesante aportación a la producción artística de este pintor. Con una severidad monumental y sobre un fondo de paisaje emerge la figura de San Antonio de Padua con el Niño. Ambas figuras, definidas con un dibujo preciso, nos muestran la maestría del pintor. Cabe destacar el inconfundible tratamiento del ropaje del Santo definidos sus pliegues de forma casi escultórica con perfil anguloso y rotundo que dotan a la obra de una infinidad de texturas y claroscuros, motivo que nos remiten a las formas extraídas de algún grabado de Durero. Tanto en el modelado de las figuras, en cómo están iluminadas, así como en la utilización de un colorido claro e intenso nos acerca a los métodos ya utilizados por el pintor Juan Bautista Maino. Antonio Arias se definió como un artista del momento, ligado a la corriente artística de mediados del siglo XVIII, el naturalismo que queda patente en la caracterización del rostro de San Antonio y la delicadeza infantil del niño.
Se puede relacionar con la Virgen con el Niño de Antonio Arias conservada en el Museo del Prado en el tratamiento del paisaje así como en el rostro del Niño y con la Santa María Egipciaca fechada en 1641 conservada en una colección particular (Ver: Angulo, D. y Pérez Sánchez, A.E. : “Pintura madrileña del segundo tercio del S. XVII". C.S.I.C., 1983, lám. 2 y lám. 5.

Precio salida

15.000 €

VENDIDO POR

19.000 €
VENDIDO
829. ANTONIO ARIAS (1614- 1684)San Antonio de Padua

Óleo sobre lienzo. 120 x 94,5 cm.
En el reverso con etiqueta de la Junta Delegada de Incautación con número de inventario "21142".
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección del Duque del Infantado.
 
Antonio Arias (1614-1684), pintor madrileño discípulo de Pedro de las Cuevas. Mostró ya desde los 14 años su excepcional precocidad, momento en el que recibió un encargo importante; el retablo de las carmelitas Descalzas de Toledo, hoy perdido. En palabras de Ceán Bermúdez “los elogios que mereció, lejos de envanecerle, fueron un nuevo estímulo que le inspiró mayor aplicación y mayores adelantamientos”. En 1639, interviene junto a Polo en la decoración del salón dorado del Alcázar por encargo del Conde Duque de Olivares, siendo la obra de “Carlos V y Felipe II”, hoy en el Museo del Prado y la única conservada de este conjunto. A partir de 1645, año en el que abrió su estudio en Madrid, recibió numerosos encargos de carácter religioso, tanto obras devocionales como lienzos destinados a series conventuales.
La obra que presentamos, hasta ahora en paradero desconocido, es una interesante aportación a la producción artística de este pintor. Con una severidad monumental y sobre un fondo de paisaje emerge la figura de San Antonio de Padua con el Niño. Ambas figuras, definidas con un dibujo preciso, nos muestran la maestría del pintor. Cabe destacar el inconfundible tratamiento del ropaje del Santo definidos sus pliegues de forma casi escultórica con perfil anguloso y rotundo que dotan a la obra de una infinidad de texturas y claroscuros, motivo que nos remiten a las formas extraídas de algún grabado de Durero. Tanto en el modelado de las figuras, en cómo están iluminadas, así como en la utilización de un colorido claro e intenso nos acerca a los métodos ya utilizados por el pintor Juan Bautista Maino. Antonio Arias se definió como un artista del momento, ligado a la corriente artística de mediados del siglo XVIII, el naturalismo que queda patente en la caracterización del rostro de San Antonio y la delicadeza infantil del niño.
Se puede relacionar con la Virgen con el Niño de Antonio Arias conservada en el Museo del Prado en el tratamiento del paisaje así como en el rostro del Niño y con la Santa María Egipciaca fechada en 1641 conservada en una colección particular (Ver: Angulo, D. y Pérez Sánchez, A.E. : “Pintura madrileña del segundo tercio del S. XVII". C.S.I.C., 1983, lám. 2 y lám. 5.

Precio salida: 15.000 €

VENDIDO POR: 19.000 €

VENDIDO
838. ATRIBUIDO A JOSÉ DE PAEZ (Ciudad de México, 1727 - c. 1780)Virgen con Niño inserta en una guirnalda de flores con juegos de acanto de inspiración barroca rodeada de cuatro ángelesH. 1754

Óleo sobre cobre. 16 x 11,6 cm.
Con inscripción: “Por cada vez que se reze de rodillas una salve: y Ave María delante de ella Divina Señora de la Paz pidiendo por la Exaltación de la Sta Fee Catholica tiene concedidas indulgencias por 6 Señores Cardenales Arzobispos y obispos. año 1754".
 
Fechado en 1754, año muy significativo para los mejicanos ya que se proclama la Virgen de Guadalupe como patrona de México por el Papa Benedicto XIV. Nuestro cobre, por su tamaño, probablemente, fuera concebido como cuadro de devoción privada para un pequeño oratorio, una joya indiscutible de este periodo.  En la obra que presentamos queda patente el interés José de Paéz, pintor prolífico del siglo XVIII, por los temas religiosos y fundamentalmente por las advocaciones marianas. Los grabados, de origen europeo, fueron una fuente inagotable de inspiración para los artistas novohispanos. Nuestra obra, pudiera ser que estuviera basada en algún grabado, pero no hemos podido localizarlo dando originalidad a nuestra obra.  La Virgen con Niño, Divina Señora de la Paz, emerge de un fondo neutro y queda enmarcada con un juego de flores de acanto con cuatro ángeles portadores de una serie de filacterias inscritas en latín en las esquinas. Abajo podemos leer una inscripción que concede indulgencias al que rece una salve y un ave maría de rodillas ante esta imagen. Vemos la mano de artista en toda la composición, pero nos detenemos en ese cuidado modelado de los rostros ovales cargados de una dulzura contenida y concebidos con una belleza ideal que son rasgos característicos del estilo del pintor.

Precio salida

2.000 €

VENDIDO POR

3.750 €
VENDIDO
838. ATRIBUIDO A JOSÉ DE PAEZ (Ciudad de México, 1727 - c. 1780)Virgen con Niño inserta en una guirnalda de flores con juegos de acanto de inspiración barroca rodeada de cuatro ángelesH. 1754

Óleo sobre cobre. 16 x 11,6 cm.
Con inscripción: “Por cada vez que se reze de rodillas una salve: y Ave María delante de ella Divina Señora de la Paz pidiendo por la Exaltación de la Sta Fee Catholica tiene concedidas indulgencias por 6 Señores Cardenales Arzobispos y obispos. año 1754".
 
Fechado en 1754, año muy significativo para los mejicanos ya que se proclama la Virgen de Guadalupe como patrona de México por el Papa Benedicto XIV. Nuestro cobre, por su tamaño, probablemente, fuera concebido como cuadro de devoción privada para un pequeño oratorio, una joya indiscutible de este periodo.  En la obra que presentamos queda patente el interés José de Paéz, pintor prolífico del siglo XVIII, por los temas religiosos y fundamentalmente por las advocaciones marianas. Los grabados, de origen europeo, fueron una fuente inagotable de inspiración para los artistas novohispanos. Nuestra obra, pudiera ser que estuviera basada en algún grabado, pero no hemos podido localizarlo dando originalidad a nuestra obra.  La Virgen con Niño, Divina Señora de la Paz, emerge de un fondo neutro y queda enmarcada con un juego de flores de acanto con cuatro ángeles portadores de una serie de filacterias inscritas en latín en las esquinas. Abajo podemos leer una inscripción que concede indulgencias al que rece una salve y un ave maría de rodillas ante esta imagen. Vemos la mano de artista en toda la composición, pero nos detenemos en ese cuidado modelado de los rostros ovales cargados de una dulzura contenida y concebidos con una belleza ideal que son rasgos característicos del estilo del pintor.

Precio salida: 2.000 €

VENDIDO POR: 3.750 €

VENDIDO
841. ATRIBUIDO A JOSÉ DE ALCIBAR (1730-1803)Patrocionio de San José con el Papa Pío IV y el rey Carlos III

Óleo sobre cobre. 53 x 38,5 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular de Málaga.
 
El culto a San José constituyó un lugar privilegiado en la sociedad novohispana ya desde el siglo XVI, momento en el que es declarado en el Primer Concilio Provincial Mexicano patrón y abogado de Nueva España, por la “gran devoción” que los indios y españoles le profesaban. El reconocimiento impulsado por los franciscanos como intercesor en la evangelización de los naturales dio lugar en el siglo XVII a un discurso que lo situaba como paradigma político del buen gobernante.
En la representación de este cobre aparece San José como patrono de Nueva España. Cubre con su manto a los dos poderes: la iglesia presidida por el Papa Pío IV y el poder político por el Rey Carlos III. En la parte inferior de la obra se observan tanto la mitra papal, como la corona real que se encuentran a los pies de San José, en señal de respeto ante su devoción. Destacamos la forma atípica con que el pintor resuelve la túnica de San José ricamente decorada con estofado, probablemente inspirándose en la imagen de una escultura.
Se conocen otras dos versiones del pintor José de Alcibar, una conservada en una colección particular (Ver: Gutiérrez, Ramón. “Pintura, escultura y artes útiles en Iberoamérica, 1500- 1825. Cátedra, 1995, pág. 135, lám. 116) y otra en de mayor tamaño y pintada sobre lienzo en el Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo de Guadalupe.

Precio salida

5.000 €

VENDIDO POR

5.000 €
VENDIDO
841. ATRIBUIDO A JOSÉ DE ALCIBAR (1730-1803)Patrocionio de San José con el Papa Pío IV y el rey Carlos III

Óleo sobre cobre. 53 x 38,5 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular de Málaga.
 
El culto a San José constituyó un lugar privilegiado en la sociedad novohispana ya desde el siglo XVI, momento en el que es declarado en el Primer Concilio Provincial Mexicano patrón y abogado de Nueva España, por la “gran devoción” que los indios y españoles le profesaban. El reconocimiento impulsado por los franciscanos como intercesor en la evangelización de los naturales dio lugar en el siglo XVII a un discurso que lo situaba como paradigma político del buen gobernante.
En la representación de este cobre aparece San José como patrono de Nueva España. Cubre con su manto a los dos poderes: la iglesia presidida por el Papa Pío IV y el poder político por el Rey Carlos III. En la parte inferior de la obra se observan tanto la mitra papal, como la corona real que se encuentran a los pies de San José, en señal de respeto ante su devoción. Destacamos la forma atípica con que el pintor resuelve la túnica de San José ricamente decorada con estofado, probablemente inspirándose en la imagen de una escultura.
Se conocen otras dos versiones del pintor José de Alcibar, una conservada en una colección particular (Ver: Gutiérrez, Ramón. “Pintura, escultura y artes útiles en Iberoamérica, 1500- 1825. Cátedra, 1995, pág. 135, lám. 116) y otra en de mayor tamaño y pintada sobre lienzo en el Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo de Guadalupe.

Precio salida: 5.000 €

VENDIDO POR: 5.000 €

VENDIDO
842. ATRIBUIDO A JUAN PATRICIO MORLETE (1713- 1770)Virgen de Guadalupe

Óleo sobre cobre. 63,5 x 48 cm.
 
La Virgen de Guadalupe se apareció a un indígena, Juan Diego, en la colina de Tepeyac, cerca de la Ciudad de México en 1531. Hablando en su lengua nativa, el náhuatl, le pidió que fuera al obispo y le transmitiera su deseo de que construyera un templo en su honor cerca de la Ciudad de México. Ante la incredulidad del obispo la Virgen se apareció a Juan Diego en tres ocasiones. En la última, la Virgen le ordenó que recogiera las flores que crecían en la colina con su capa y las presentara como prueba. Al abrir el manto ante el obispo, se asombraron al ver la imagen de la Virgen de Guadalupe milagrosamente impresa en su manto.
La Virgen de Guadalupe de Tepeyac se ha convertido en una de las imágenes sagradas de la América Española, como símbolo de la identidad mexicana desde el siglo XVI. La imagen que presentamos conmemora el día del 24 de abril de 1754, en el que el Papa Benedicto XIV (1740-58) proclama oficialmente el patrocinio de la Virgen de Guadalupe en México. Dicha proclamación legitimó aún más la santidad de la imagen en dicha nación.
Sobre el centro se alza la figura de la Virgen rodeada de una abigarrada composición enmarcada por acantos. En la parte superior, seis figuras del Antiguo Testamento junto con dos querubines que le ofrecen una corona. Subrayando el nuevo estatus oficial revelado en 1754 se representa, abajo a la izquierda, el Papa Benedicto XIV quien emite su proclamación y señala a la imagen de la Virgen con su mirada dirigida al espectador. A la derecha la personificación femenina de Nueva España, acompañada del escudo de la región que mira a la Virgen con devoción. Enmarcan la escena los distintos momentos y más claves de su aparición a Juan Diego, dando testimonio de su naturaleza milagrosa.
Se conocen otras composiciones similares de la mano de Sebastián Salcedo conservada en el Museo de Denver, un grabado de Joseph Sebastian Klauber (1700- 1768) y Johann Baptist Klauber (1712-1787) así como diversas versiones de la mano de Juan Patricio Morlete con las que podemos establecer ciertas similitudes con la obra que presentamos.
A pesar de la evidente suciedad del cobre, estamos convencidos que con una sencilla limpieza se devolverá a la obra todo su esplendor, esos tonos ahora desvaídos recuperarán su sentido colorista y vibrante.

Precio salida

20.000 €

VENDIDO POR

47.500 €
VENDIDO
842. ATRIBUIDO A JUAN PATRICIO MORLETE (1713- 1770)Virgen de Guadalupe

Óleo sobre cobre. 63,5 x 48 cm.
 
La Virgen de Guadalupe se apareció a un indígena, Juan Diego, en la colina de Tepeyac, cerca de la Ciudad de México en 1531. Hablando en su lengua nativa, el náhuatl, le pidió que fuera al obispo y le transmitiera su deseo de que construyera un templo en su honor cerca de la Ciudad de México. Ante la incredulidad del obispo la Virgen se apareció a Juan Diego en tres ocasiones. En la última, la Virgen le ordenó que recogiera las flores que crecían en la colina con su capa y las presentara como prueba. Al abrir el manto ante el obispo, se asombraron al ver la imagen de la Virgen de Guadalupe milagrosamente impresa en su manto.
La Virgen de Guadalupe de Tepeyac se ha convertido en una de las imágenes sagradas de la América Española, como símbolo de la identidad mexicana desde el siglo XVI. La imagen que presentamos conmemora el día del 24 de abril de 1754, en el que el Papa Benedicto XIV (1740-58) proclama oficialmente el patrocinio de la Virgen de Guadalupe en México. Dicha proclamación legitimó aún más la santidad de la imagen en dicha nación.
Sobre el centro se alza la figura de la Virgen rodeada de una abigarrada composición enmarcada por acantos. En la parte superior, seis figuras del Antiguo Testamento junto con dos querubines que le ofrecen una corona. Subrayando el nuevo estatus oficial revelado en 1754 se representa, abajo a la izquierda, el Papa Benedicto XIV quien emite su proclamación y señala a la imagen de la Virgen con su mirada dirigida al espectador. A la derecha la personificación femenina de Nueva España, acompañada del escudo de la región que mira a la Virgen con devoción. Enmarcan la escena los distintos momentos y más claves de su aparición a Juan Diego, dando testimonio de su naturaleza milagrosa.
Se conocen otras composiciones similares de la mano de Sebastián Salcedo conservada en el Museo de Denver, un grabado de Joseph Sebastian Klauber (1700- 1768) y Johann Baptist Klauber (1712-1787) así como diversas versiones de la mano de Juan Patricio Morlete con las que podemos establecer ciertas similitudes con la obra que presentamos.
A pesar de la evidente suciedad del cobre, estamos convencidos que con una sencilla limpieza se devolverá a la obra todo su esplendor, esos tonos ahora desvaídos recuperarán su sentido colorista y vibrante.

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