Óleo sobre lienzo. 73 x 92 cms. Firmado áng.inf.izq. Firmado en el reverso. PROCEDENCIA: Galería Fauna’s, Madrid. Colección particular. Por herencia al actual propietario. BIBLIOGRAFÍA: Raúl Chávarri, “La pintura española actual”, Madrid, Ibérico Europea de Ediciones, 1973, rep.b/n.pág.281. María Jesús Ávila Corchero, “El pintor Ortega Muñoz 1899 - 1982”, Tesis doctoral inédita, Cáceres, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Extremadura, noviembre de 1994, rep. Tomo III, s/p. Isabel García García, “Godofredo Ortega Muñoz. Catálogo razonado”, Fundación Ortega Muñoz, nº.291. rep.b/n.pág.424 (cat.online en: www.ortegamunoz.com). La presente obra, pintada c.1965, nos muestra en toda su grandeza la personal forma de representar el paisaje que tenía Godofredo Ortega Muñoz y que tantos éxitos y reconocimientos le proporcionó ya en vida, especialmente en los años 50 y 60, con exposiciones en la Tate Gallery de Londes (1955), Fundación Solomon R.Guggenheim de Nueva York (1960), La Maison de la Pensée Française, París (1962), Salas de honor en la Nacional de Bellas Artes de Barcelona (1968) y la antológica en el Casón del Buen Retiro (1970), entre otras. Al final de la guerra civil, el artista se instaló definitivamente en España entre San Vicente de Alcántara; donde situó su estudio y Madrid; donde participó activamente de la llamada Escuela de Madrid, siendo uno de los grandes protagonistas de la renovación del género paisajístico, junto con Benjamín Palencia, Juan Manuel Díaz-Caneja, Vaquero Palacios y Rafael Zabaleta entre otros. Esta nueva forma de representar el paisaje es especialmente interesante en la obra de Godofredo, principalmente a partir de los años 50, cuándo empieza a centrarse casi exclusivamente y de manera obsesiva en el paisaje rural con sus campos plagados de castaños, olivos, caminos y cercas de piedra. Estas obras no están pintadas “au plain air”, sino en el estudio, resultado de largo tiempo de reflexión y asimilación de los recuerdos y sensaciones que la observación detenida del paisaje le ha proporcionado. El artista comienza estructurando con líneas geométricas las diversas partes de lienzo. En este caso, la composición del paisaje está formada por tres partes, una superior y dos inferiores, separadas cada una por dos cercas o vallados de bloques de piedra que delimitan los diversos campos. Entre estas dos cercas se abre un camino de tierra que desde la parte inferior derecha recorre en diagonal la parte inferior del paisaje. A ambos lados de las cercas, unos castaños sin flor permanecen estáticos al paso del tiempo. Godofredo utiliza una interesante perspectiva aérea situando la línea del horizonte muy arriba en la composición, otorgando así, mucho más protagonismo a los campos que al cielo. La paleta de color es muy sobria, reducida a amarillos, ocres, pardos, grises y negros. El producto final es una obra maestra dónde se ha eliminado todo lo superfluo, pasajero o anecdótico. Un paisaje vacío de seres humanos o animales que muestra la esencia, lo definitorio, lo raigal, la identidad con un lugar. Una imagen que permanecerá en el tiempo como una seña de identidad de nuestro país.