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771. ACISCLO ANTONIO PALOMINO Y VELASCO (Bujalance, Córdoba, 1655 - Madrid, 1726) Inmaculada Concepción

Óleo sobre lienzo. 186 x 122 cm.
Firmado con anagrama en la parte inferior central del lienzo.
En el reverso con etiqueta de colección inscrita: "225".
Con importante marco en madera tallada, policromada y parcialmente dorada.
 
PROCEDENCIA:  
Antigua colección particular de María Esclasans, Barcelona.
 
Acisclo Antonio Palomino y Velasco, destacado pintor y teórico del arte español en pleno Barroco, inició su formación en Sevilla bajo la influencia de Juan de Valdés Leal. Más tarde se trasladó a Madrid, donde, bajo el mecenazgo de Juan de Alfaro, se convirtió en pintor de las cortes de Carlos II y Felipe V. La llegada del napolitano Luca Giordano a Madrid en 1692 marcó un punto de inflexión en su carrera, despertando en él un gran interés por la técnica del fresco, en la que logró destacarse como uno de los máximos exponentes de la segunda mitad del siglo XVII.
 
Palomino también es reconocido por su labor como escritor y teórico, erigiéndose como un firme defensor del pintor erudito e intelectual, algo que queda patente en la profundidad de sus escritos. Su obra más destacada en este ámbito es el tratado Museo pictórico y escala óptica, considerado uno de los más completos sobre la pintura en España. Esta obra, publicada entre 1715 y 1724, consta de tres volúmenes: La teórica de la pintura (1715), La práctica de la pintura (1724) y El parnaso español pintoresco laureado (1724).
 
La proclamación oficial del dogma de la Inmaculada Concepción por la Iglesia no se realizó hasta 1854, bajo el papado de Pío IX. Este acto culminó una de las controversias teológicas más intensas y prolongadas de la historia de la doctrina católica, que se extendió a lo largo de varios siglos e involucró a numerosos teólogos y directrices de la Santa Sede. A principios del siglo XVII, los eclesiásticos españoles intensificaron sus esfuerzos para promover este culto con la esperanza de elevar la doctrina al rango de dogma. Durante los siglos XVI y XVII, España mostró una devoción especial por la creencia de que María, la madre de Dios, fue concebida sin pecado original. En Sevilla, este fervor se manifestó en un encarnizado debate y en numerosas manifestaciones públicas, como la gran procesión de 1616 en la Catedral, que fueron cruciales para la defensa del dogma.
 
La obra que presentamos, firmada con un monograma, es una monumental representación de la Inmaculada Concepción que captura la magnificencia del Barroco español en su máximo esplendor. Palomino jugó un papel crucial en la formulación de la iconografía inmaculista, contribuyendo de manera decisiva a su desarrollo durante los siglos XVII y XVIII. Esta obra refleja, sin duda, la notable maestría del pintor, así como el enriquecimiento y la evolución de la temática de la Inmaculada Concepción, que se inicia con la tradición de Francisco de Zurbarán y sigue los preceptos iconográficos de Francisco Pacheco.
 
En el centro de la composición, el pintor sitúa a la Virgen en una estructura vertical que se alza con una solidez inigualable. Ella viste una túnica blanca y un manto azul de abundantes pliegues ricamente matizados que envuelven su figura con elegancia. Su largo cabello castaño cae sobre los hombros, y está coronada por un halo de doce estrellas, evocando la descripción del capítulo 12 del Libro del Apocalipsis. A diferencia de otras representaciones de la Inmaculada, en esta obra las manos de la Virgen no están unidas en oración; la mano derecha descansa sobre su corazón, mientras que la izquierda se extiende en un gesto de protección hacia sus fieles. La rodean un celaje de nubes pobladas de querubines alados, subrayando su elevación celestial. A sus pies, un grupo de ángeles cantores sostiene dos atributos vegetales marianos, el iris y el lirio, mientras que el dragón infernal o serpiente, con su cabeza demoníaca asomando inquietante desde el ángulo inferior derecho, es contenido bajo una serpiente enroscada alrededor de la luna. Esta serpiente simboliza al demonio, con la manzana del pecado original entre sus dientes, estableciendo un vínculo con el relato bíblico del Jardín del Edén. El magistral juego cromático del pintor, acentuado por un fuerte contraste de azules, rojos y blancos, realza tanto la monumentalidad como la espiritualidad de la obra.
 
Otra Inmaculada Concepción firmada con monograma por Palomino (óleo sobre lienzo, 193 x 137 cm), pintada alrededor de 1712, se encuentra en el Museo del Prado, depositada en el Museo de Córdoba.

Precio salida

45.000 €

VENDIDO POR

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771. ACISCLO ANTONIO PALOMINO Y VELASCO (Bujalance, Córdoba, 1655 - Madrid, 1726) Inmaculada Concepción

Óleo sobre lienzo. 186 x 122 cm.
Firmado con anagrama en la parte inferior central del lienzo.
En el reverso con etiqueta de colección inscrita: "225".
Con importante marco en madera tallada, policromada y parcialmente dorada.
 
PROCEDENCIA:  
Antigua colección particular de María Esclasans, Barcelona.
 
Acisclo Antonio Palomino y Velasco, destacado pintor y teórico del arte español en pleno Barroco, inició su formación en Sevilla bajo la influencia de Juan de Valdés Leal. Más tarde se trasladó a Madrid, donde, bajo el mecenazgo de Juan de Alfaro, se convirtió en pintor de las cortes de Carlos II y Felipe V. La llegada del napolitano Luca Giordano a Madrid en 1692 marcó un punto de inflexión en su carrera, despertando en él un gran interés por la técnica del fresco, en la que logró destacarse como uno de los máximos exponentes de la segunda mitad del siglo XVII.
 
Palomino también es reconocido por su labor como escritor y teórico, erigiéndose como un firme defensor del pintor erudito e intelectual, algo que queda patente en la profundidad de sus escritos. Su obra más destacada en este ámbito es el tratado Museo pictórico y escala óptica, considerado uno de los más completos sobre la pintura en España. Esta obra, publicada entre 1715 y 1724, consta de tres volúmenes: La teórica de la pintura (1715), La práctica de la pintura (1724) y El parnaso español pintoresco laureado (1724).
 
La proclamación oficial del dogma de la Inmaculada Concepción por la Iglesia no se realizó hasta 1854, bajo el papado de Pío IX. Este acto culminó una de las controversias teológicas más intensas y prolongadas de la historia de la doctrina católica, que se extendió a lo largo de varios siglos e involucró a numerosos teólogos y directrices de la Santa Sede. A principios del siglo XVII, los eclesiásticos españoles intensificaron sus esfuerzos para promover este culto con la esperanza de elevar la doctrina al rango de dogma. Durante los siglos XVI y XVII, España mostró una devoción especial por la creencia de que María, la madre de Dios, fue concebida sin pecado original. En Sevilla, este fervor se manifestó en un encarnizado debate y en numerosas manifestaciones públicas, como la gran procesión de 1616 en la Catedral, que fueron cruciales para la defensa del dogma.
 
La obra que presentamos, firmada con un monograma, es una monumental representación de la Inmaculada Concepción que captura la magnificencia del Barroco español en su máximo esplendor. Palomino jugó un papel crucial en la formulación de la iconografía inmaculista, contribuyendo de manera decisiva a su desarrollo durante los siglos XVII y XVIII. Esta obra refleja, sin duda, la notable maestría del pintor, así como el enriquecimiento y la evolución de la temática de la Inmaculada Concepción, que se inicia con la tradición de Francisco de Zurbarán y sigue los preceptos iconográficos de Francisco Pacheco.
 
En el centro de la composición, el pintor sitúa a la Virgen en una estructura vertical que se alza con una solidez inigualable. Ella viste una túnica blanca y un manto azul de abundantes pliegues ricamente matizados que envuelven su figura con elegancia. Su largo cabello castaño cae sobre los hombros, y está coronada por un halo de doce estrellas, evocando la descripción del capítulo 12 del Libro del Apocalipsis. A diferencia de otras representaciones de la Inmaculada, en esta obra las manos de la Virgen no están unidas en oración; la mano derecha descansa sobre su corazón, mientras que la izquierda se extiende en un gesto de protección hacia sus fieles. La rodean un celaje de nubes pobladas de querubines alados, subrayando su elevación celestial. A sus pies, un grupo de ángeles cantores sostiene dos atributos vegetales marianos, el iris y el lirio, mientras que el dragón infernal o serpiente, con su cabeza demoníaca asomando inquietante desde el ángulo inferior derecho, es contenido bajo una serpiente enroscada alrededor de la luna. Esta serpiente simboliza al demonio, con la manzana del pecado original entre sus dientes, estableciendo un vínculo con el relato bíblico del Jardín del Edén. El magistral juego cromático del pintor, acentuado por un fuerte contraste de azules, rojos y blancos, realza tanto la monumentalidad como la espiritualidad de la obra.
 
Otra Inmaculada Concepción firmada con monograma por Palomino (óleo sobre lienzo, 193 x 137 cm), pintada alrededor de 1712, se encuentra en el Museo del Prado, depositada en el Museo de Córdoba.

Precio salida: 45.000 €

VENDIDO POR: 45.000 €

776. FRANCESCO SALVATORE FONTEBASSO (Venecia, 1709-1769)Escena de batallah. 1745- 1755

Óleo sobre lienzo. 83,5 x 98 cm.
 
Francesco Salvatore Fontebasso fue un destacado dibujante, grabador y pintor, reconocido como uno de los principales artistas de la Venecia del siglo XVIII, especialmente solicitado para la realización de frescos y grandes escenas históricas. Formado por Sebastiano Ricci, su obra estuvo profundamente influenciada por Giovanni Battista Tiepolo. Aunque su carrera se desarrolló principalmente en Venecia, al inicio de su trayectoria realizó estancias en Roma y Bolonia. Fue miembro fundador de la Academia Veneciana, llegando a presidirla en 1768. Entre 1761 y 1762, fue invitado por la corte rusa a San Petersburgo, donde realizó composiciones decorativas para el Palacio de Invierno y el Palacio Ducal de Mitau. Su obra abarcó tanto composiciones religiosas como históricas, sin olvidar sus incursiones en la pintura de género. Entre sus encargos más notables destacan los frescos para la iglesia de los Jesuitas en Venecia, la iglesia de la Anunciación en Trento, y las decoraciones en los palacios venecianos de Barbarigo y Duodo.
 
La influencia de Giambattista Tiepolo se volvió cada vez más evidente a lo largo de la carrera de Francesco Fontebasso, manifestándose en una paleta más luminosa y en una pincelada audaz y libre. Esta influencia se percibe en la escena de batalla que presentamos, posiblemente pintada entre 1745 y 1755, durante su periodo de madurez. Con una pincelada suelta y difuminada, el pintor captura el tumulto propio de una batalla con una vivacidad y un dominio excepcionales dentro de su producción. El uso de tonos rojos, azules, ocres, verdes y amarillos crea un diálogo visual que guía la mirada de un personaje a otro, de una tensión palpable a otra más contenida. Además, se aprecia su maestría en el dibujo, como lo demuestran los destacados ejemplos de sus obras conservados en el Museo del Prado. Entre los elementos más notables de la escena, destaca la figura de un soldado romano montado sobre un caballo blanco, posiblemente un emperador, lo que podría ayudar a identificar el hecho histórico representado.
 
Desde el punto de vista compositivo, la inclusión de un caballo en corbeta y un soldado tumbado en primer plano remite a otras escenas de batalla del pintor, como la que se conserva en una colección particular en Venecia, o El milagro del sol en la batalla con los amorreos que forma parte de la colección del Kunstmuseum de Basilea. (Ver: Magrini, Marina, Fontebasso Francesco Fontebasso (1707-1769), Neri Pozza, Vicenza, 1988, números 116 y 134).

Precio salida

25.000 €

NO VENDIDO

776. FRANCESCO SALVATORE FONTEBASSO (Venecia, 1709-1769)Escena de batallah. 1745- 1755

Óleo sobre lienzo. 83,5 x 98 cm.
 
Francesco Salvatore Fontebasso fue un destacado dibujante, grabador y pintor, reconocido como uno de los principales artistas de la Venecia del siglo XVIII, especialmente solicitado para la realización de frescos y grandes escenas históricas. Formado por Sebastiano Ricci, su obra estuvo profundamente influenciada por Giovanni Battista Tiepolo. Aunque su carrera se desarrolló principalmente en Venecia, al inicio de su trayectoria realizó estancias en Roma y Bolonia. Fue miembro fundador de la Academia Veneciana, llegando a presidirla en 1768. Entre 1761 y 1762, fue invitado por la corte rusa a San Petersburgo, donde realizó composiciones decorativas para el Palacio de Invierno y el Palacio Ducal de Mitau. Su obra abarcó tanto composiciones religiosas como históricas, sin olvidar sus incursiones en la pintura de género. Entre sus encargos más notables destacan los frescos para la iglesia de los Jesuitas en Venecia, la iglesia de la Anunciación en Trento, y las decoraciones en los palacios venecianos de Barbarigo y Duodo.
 
La influencia de Giambattista Tiepolo se volvió cada vez más evidente a lo largo de la carrera de Francesco Fontebasso, manifestándose en una paleta más luminosa y en una pincelada audaz y libre. Esta influencia se percibe en la escena de batalla que presentamos, posiblemente pintada entre 1745 y 1755, durante su periodo de madurez. Con una pincelada suelta y difuminada, el pintor captura el tumulto propio de una batalla con una vivacidad y un dominio excepcionales dentro de su producción. El uso de tonos rojos, azules, ocres, verdes y amarillos crea un diálogo visual que guía la mirada de un personaje a otro, de una tensión palpable a otra más contenida. Además, se aprecia su maestría en el dibujo, como lo demuestran los destacados ejemplos de sus obras conservados en el Museo del Prado. Entre los elementos más notables de la escena, destaca la figura de un soldado romano montado sobre un caballo blanco, posiblemente un emperador, lo que podría ayudar a identificar el hecho histórico representado.
 
Desde el punto de vista compositivo, la inclusión de un caballo en corbeta y un soldado tumbado en primer plano remite a otras escenas de batalla del pintor, como la que se conserva en una colección particular en Venecia, o El milagro del sol en la batalla con los amorreos que forma parte de la colección del Kunstmuseum de Basilea. (Ver: Magrini, Marina, Fontebasso Francesco Fontebasso (1707-1769), Neri Pozza, Vicenza, 1988, números 116 y 134).

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779. GUISEPPE BONITO (Castellamare di Stabia, Nápoles, 1707 - Nápoles, 1789)Posible retrato del relojero napolitano Francesco Barlettah. 1750

Óleo sobre lienzo. 157,5 x 116,8 cm.
Con importante marco en madera tallada.
 
Giuseppe Bonito fue uno de los pintores napolitanos más influyentes de mediados del siglo XVIII. En 1751, fue nombrado pintor de cámara del Rey de Nápoles. Un año después, en 1752, era miembro de la Accademia di San Luca y en 1755 fue elegido como director de la Accademia del Disegno di Napoli.
 
En su carrera artística, comenzó influenciado por el tenebrismo de Francesco Solimena, un estilo claramente presente en sus primeras obras, como en la composición Los arcángeles Rafael y Tobías, firmada en 1730 para la iglesia de Santa María la Mayor en Nápoles. Más tarde, su estilo evolucionó hacia un barroco tardío más personal, destacándose especialmente en el género del retrato. A partir de 1749, Bonito inició una extensa serie de retratos de la Familia Real (actualmente conservados en el Palacio Real de Madrid, el Palacio Real del Pardo y el Palacio Real de Caserta), así como de la nobleza y de importantes personalidades napolitanas.
 
El presente retrato podría representar al relojero napolitano Francesco Barletta, mencionado por Gaetano Filangieri en su obra Indice degli artefici delle arti Maggiore e Mitiori (Nápoles, Tipografía dell’Accademia Reale delle Scienze, 1891, vol. I, p. 45). Filangieri lo cita como el restaurador del reloj de la Santissima Annunziata de Nápoles en 1748. Además, en 1746, Barletta realizó el reloj de la torre de Gallipoli, en Puglia, y por último, se conoce un contrato firmado para el mantenimiento del reloj del Palazzo Abbaziale di Loreto. Conocemos esta información por la Dott. Linda Martino, conservadora de relojes del Museo de Capodimonte.
 
En un interior adornado con cortinajes, el retratado aparece en su estudio, envuelto en una atmósfera de suave iluminación y vaporosidad. Como en otros retratos de Bonito, se aprecia su interés por individualizar al modelo, resaltando una intensa expresividad en la mirada y una clara caracterización psicológica. En su mano derecha, el relojero sostiene un boceto a lápiz de un reloj, que se corresponde con el reloj de bronce que descansa sobre la mesa de mármol. Es notable el refinamiento de la composición, especialmente en los detalles de los bordados del chaleco y las diferentes texturas de sus ropajes, bañadas por una luz grisácea y suave, típica del estilo rococó.
 
Algunos estudiosos han sugerido que el retratado podría ser un noble aficionado a la relojería, basándose en su porte distinguido y en la elegancia de su vestimenta.

Precio salida

8.000 €

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779. GUISEPPE BONITO (Castellamare di Stabia, Nápoles, 1707 - Nápoles, 1789)Posible retrato del relojero napolitano Francesco Barlettah. 1750

Óleo sobre lienzo. 157,5 x 116,8 cm.
Con importante marco en madera tallada.
 
Giuseppe Bonito fue uno de los pintores napolitanos más influyentes de mediados del siglo XVIII. En 1751, fue nombrado pintor de cámara del Rey de Nápoles. Un año después, en 1752, era miembro de la Accademia di San Luca y en 1755 fue elegido como director de la Accademia del Disegno di Napoli.
 
En su carrera artística, comenzó influenciado por el tenebrismo de Francesco Solimena, un estilo claramente presente en sus primeras obras, como en la composición Los arcángeles Rafael y Tobías, firmada en 1730 para la iglesia de Santa María la Mayor en Nápoles. Más tarde, su estilo evolucionó hacia un barroco tardío más personal, destacándose especialmente en el género del retrato. A partir de 1749, Bonito inició una extensa serie de retratos de la Familia Real (actualmente conservados en el Palacio Real de Madrid, el Palacio Real del Pardo y el Palacio Real de Caserta), así como de la nobleza y de importantes personalidades napolitanas.
 
El presente retrato podría representar al relojero napolitano Francesco Barletta, mencionado por Gaetano Filangieri en su obra Indice degli artefici delle arti Maggiore e Mitiori (Nápoles, Tipografía dell’Accademia Reale delle Scienze, 1891, vol. I, p. 45). Filangieri lo cita como el restaurador del reloj de la Santissima Annunziata de Nápoles en 1748. Además, en 1746, Barletta realizó el reloj de la torre de Gallipoli, en Puglia, y por último, se conoce un contrato firmado para el mantenimiento del reloj del Palazzo Abbaziale di Loreto. Conocemos esta información por la Dott. Linda Martino, conservadora de relojes del Museo de Capodimonte.
 
En un interior adornado con cortinajes, el retratado aparece en su estudio, envuelto en una atmósfera de suave iluminación y vaporosidad. Como en otros retratos de Bonito, se aprecia su interés por individualizar al modelo, resaltando una intensa expresividad en la mirada y una clara caracterización psicológica. En su mano derecha, el relojero sostiene un boceto a lápiz de un reloj, que se corresponde con el reloj de bronce que descansa sobre la mesa de mármol. Es notable el refinamiento de la composición, especialmente en los detalles de los bordados del chaleco y las diferentes texturas de sus ropajes, bañadas por una luz grisácea y suave, típica del estilo rococó.
 
Algunos estudiosos han sugerido que el retratado podría ser un noble aficionado a la relojería, basándose en su porte distinguido y en la elegancia de su vestimenta.

Precio salida: 8.000 €

VENDIDO POR: 8.000 €

782. ALONSO DEL ARCO (Madrid, h. 1635-1704)Predicación de Santo Domingo de Guzmán

Óleo sobre lienzo. 262 x 175 cms.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: "Alonso del Arco f."
 
PROCEDENCIA:
Palacio de Santianes de Tuña- Casa solar de los Queipo de Llano- en Tineo (Asturias)
 
BIBLIOGRAFÍA
 
Méndez García, Zolio: Los siglos de Oro de Tuña. Historia Documental de Tuña. Libro I. Luarca, (Talleres Gráficos Heredera R.P. del Río), 1932, páginas 107-108.
Valdivieso, Enrique: Tres pinturas de Alonso del Arco. Boletín del Semanario del Arte y Arqueología. T.XXXVI. Valladolid, 1970, págs.521-524, lámina II (ilustrado).
 
El profesor Enrique Valdivieso, en su artículo Tres pinturas de Alonso del Arco, menciona que esta obra, según comunicación de su propietario en ese momento, procedía de la Universidad de Alcalá de Henares, de donde pasó a la Universidad de Oviedo y de ahí a una colección particular. (Ver: Valdivieso: Tres pinturas de Alonso del Arco, página 523). Lo que es indudable es que este lienzo formó parte de uno de los amplios salones del Palacio de Santianes de Tuña, junto a otra pintura que representa la Reina de los Angeles, rodeada de multitud de estos celestiales espíritus. Ambas obras, de iguales dimensiones, fueron consideradas por Méndez García como magníficos y valiosos cuadros (Ver: Méndez García, Zolio: Los siglos de Oro de Tuña. Historia Documental de Tuña, página 108).
 
Alonso del Arco apodado El Sordillo de Pereda, fue uno de los pintores más prolíficos de la escuela madrileña de la segunda mitad del siglo XVII. Discípulo de Antonio de Pereda, es considerado uno de sus principales colaboradores. Participó en los preparativos de las fiestas de la entrada de la reina María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II, entre 1679-1680, junto a los artistas Claudio Coello, José Jiménez Donoso, Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia y Matías de Torres, entre otros.
 
La obra que presentamos, firmada por Alonso del Arco, representa la predicación de Santo Domingo de Guzmán. La composición sigue un esquema clásico, repetido en numerosas ocasiones por distintos artistas, especialmente en escenas de predicación. En un paisaje con la vista de una ciudad amurallada, con torres y cúpulas de aspecto ficticio, se sitúa a la derecha la figura del santo, en un lugar elevado, predicando bajo las ramas de un árbol. A sus pies, un grupo de mujeres lo escucha atentamente, destacando entre ellas una madre con un niño en brazos. En un segundo plano, se observa a un grupo de caballeros, entre los cuales sobresale una pareja con sombreros, uno de ellos adornado con plumas, todos centrados en la predicación del santo.
 
Otra obra de Alonso del Arco que representa la predicación de San Antonio se conserva en la Iglesia- museo de San Antolín en Tordesillas (Ver: Enrique Valdivieso: Tres nuevas pinturas de Alonso del Arco, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 1972, página 535, lámina I).

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8.000 €

NO VENDIDO

782. ALONSO DEL ARCO (Madrid, h. 1635-1704)Predicación de Santo Domingo de Guzmán

Óleo sobre lienzo. 262 x 175 cms.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: "Alonso del Arco f."
 
PROCEDENCIA:
Palacio de Santianes de Tuña- Casa solar de los Queipo de Llano- en Tineo (Asturias)
 
BIBLIOGRAFÍA
 
Méndez García, Zolio: Los siglos de Oro de Tuña. Historia Documental de Tuña. Libro I. Luarca, (Talleres Gráficos Heredera R.P. del Río), 1932, páginas 107-108.
Valdivieso, Enrique: Tres pinturas de Alonso del Arco. Boletín del Semanario del Arte y Arqueología. T.XXXVI. Valladolid, 1970, págs.521-524, lámina II (ilustrado).
 
El profesor Enrique Valdivieso, en su artículo Tres pinturas de Alonso del Arco, menciona que esta obra, según comunicación de su propietario en ese momento, procedía de la Universidad de Alcalá de Henares, de donde pasó a la Universidad de Oviedo y de ahí a una colección particular. (Ver: Valdivieso: Tres pinturas de Alonso del Arco, página 523). Lo que es indudable es que este lienzo formó parte de uno de los amplios salones del Palacio de Santianes de Tuña, junto a otra pintura que representa la Reina de los Angeles, rodeada de multitud de estos celestiales espíritus. Ambas obras, de iguales dimensiones, fueron consideradas por Méndez García como magníficos y valiosos cuadros (Ver: Méndez García, Zolio: Los siglos de Oro de Tuña. Historia Documental de Tuña, página 108).
 
Alonso del Arco apodado El Sordillo de Pereda, fue uno de los pintores más prolíficos de la escuela madrileña de la segunda mitad del siglo XVII. Discípulo de Antonio de Pereda, es considerado uno de sus principales colaboradores. Participó en los preparativos de las fiestas de la entrada de la reina María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II, entre 1679-1680, junto a los artistas Claudio Coello, José Jiménez Donoso, Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia y Matías de Torres, entre otros.
 
La obra que presentamos, firmada por Alonso del Arco, representa la predicación de Santo Domingo de Guzmán. La composición sigue un esquema clásico, repetido en numerosas ocasiones por distintos artistas, especialmente en escenas de predicación. En un paisaje con la vista de una ciudad amurallada, con torres y cúpulas de aspecto ficticio, se sitúa a la derecha la figura del santo, en un lugar elevado, predicando bajo las ramas de un árbol. A sus pies, un grupo de mujeres lo escucha atentamente, destacando entre ellas una madre con un niño en brazos. En un segundo plano, se observa a un grupo de caballeros, entre los cuales sobresale una pareja con sombreros, uno de ellos adornado con plumas, todos centrados en la predicación del santo.
 
Otra obra de Alonso del Arco que representa la predicación de San Antonio se conserva en la Iglesia- museo de San Antolín en Tordesillas (Ver: Enrique Valdivieso: Tres nuevas pinturas de Alonso del Arco, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 1972, página 535, lámina I).

Precio salida: 8.000 €

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786. ATRIBUIDO A JERÓNIMO JACINTO ESPINOSA (Cocentaina, Alicante, 1600- Valencia, 1667)San Juan el Evangelista con el águilaH. 1640- 60

Óleo sobre lienzo. 71 x 58,5 cm.
Con marco en madera tallada y dorada.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular del Norte de España.
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
 
Pérez Sánchez, Alfonso. Jerónimo Jacinto de Espinosa (1600-1667). Valencia: Generalitat Valenciana, 2000.
Marco García, Victor, Pintura barroca en Valencia, 1600-1737, CEEH, Centro de Estudios de Europa Hispánica, Madrid, 2021, pp. 383- 390.
 
Jerónimo Jacinto Espinosa es considerado uno de los pintores más relevantes de la pintura valenciana del siglo XVII. A lo largo de su carrera, recibió numerosos encargos de conventos y órdenes religiosas, permaneciendo siempre fiel al naturalismo y tenebrismo. Formado junto a su padre, Jerónimo Rodríguez de Espinosa, a los 16 años ya estaba inscrito en el Colegio de Pintores de Valencia, y en 1623 firmó su primera obra importante, *El milagro del Cristo del Rescate*. La influencia de Francisco Ribalta fue determinante en su formación, de quien aprendió el naturalismo tenebrista, el uso extraordinario del color y la habilidad para representar las calidades de los materiales.
 
Esta obra inédita de Jerónimo Jacinto de Espinosa, preservada hasta ahora en una colección privada en el Norte de España, constituye un magnífico ejemplo de su madurez artística. Probablemente realizada entre 1640 y 1665, en el periodo de mayor plenitud creativa del artista, la obra refleja con claridad la influencia del caravaggismo, evidente en el dramático contraste lumínico que define la figura de San Juan, retratado de medio cuerpo, sobre un fondo sombrío.
 
San Juan aparece vestido con una túnica en tonos verdes y un manto rojo intenso, tejidos que Espinosa trabaja con su característico tratamiento de pliegues menudos, quebrados y ondulantes, que caen con asombrosa naturalidad. El rostro del santo, sumamente expresivo y lleno de energía, se alza en una mirada dirigida al cielo, mostrando una poderosa individualización. El cabello rizado y ensortijado, los labios carnosos, los grandes ojos oscuros y la barbilla redondeada son elementos que sitúan esta obra entre los ejemplos más destacados del arte de Espinosa.
 
Las manos alzadas del santo, en un gesto de sorpresa ante la visión celeste, junto con la intensa iluminación tenebrista que acentúa los volúmenes y resalta con fuerza el rostro, son detalles que confirman la maestría del artista. Detrás de San Juan, el pintor nos presenta la figura del águila, símbolo tradicional del evangelista.
 
Por la disposición y el carácter de la figura permite relacionar esta obra con otras de Espinosa como el San Juan Bautista conservado en el Museo Nacional del Prado (óleo sobre lienzo, 112 x 91 cm, hacia 1645 [P000701]), la Magdalena penitente, óleo sobre lienzo, 112 x 88,7 cm, siglo XVII [P007621] en el Museo del Prado y otra Magdalena conservada en el Museo de Valencia.

Precio salida

12.000 €

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786. ATRIBUIDO A JERÓNIMO JACINTO ESPINOSA (Cocentaina, Alicante, 1600- Valencia, 1667)San Juan el Evangelista con el águilaH. 1640- 60

Óleo sobre lienzo. 71 x 58,5 cm.
Con marco en madera tallada y dorada.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular del Norte de España.
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
 
Pérez Sánchez, Alfonso. Jerónimo Jacinto de Espinosa (1600-1667). Valencia: Generalitat Valenciana, 2000.
Marco García, Victor, Pintura barroca en Valencia, 1600-1737, CEEH, Centro de Estudios de Europa Hispánica, Madrid, 2021, pp. 383- 390.
 
Jerónimo Jacinto Espinosa es considerado uno de los pintores más relevantes de la pintura valenciana del siglo XVII. A lo largo de su carrera, recibió numerosos encargos de conventos y órdenes religiosas, permaneciendo siempre fiel al naturalismo y tenebrismo. Formado junto a su padre, Jerónimo Rodríguez de Espinosa, a los 16 años ya estaba inscrito en el Colegio de Pintores de Valencia, y en 1623 firmó su primera obra importante, *El milagro del Cristo del Rescate*. La influencia de Francisco Ribalta fue determinante en su formación, de quien aprendió el naturalismo tenebrista, el uso extraordinario del color y la habilidad para representar las calidades de los materiales.
 
Esta obra inédita de Jerónimo Jacinto de Espinosa, preservada hasta ahora en una colección privada en el Norte de España, constituye un magnífico ejemplo de su madurez artística. Probablemente realizada entre 1640 y 1665, en el periodo de mayor plenitud creativa del artista, la obra refleja con claridad la influencia del caravaggismo, evidente en el dramático contraste lumínico que define la figura de San Juan, retratado de medio cuerpo, sobre un fondo sombrío.
 
San Juan aparece vestido con una túnica en tonos verdes y un manto rojo intenso, tejidos que Espinosa trabaja con su característico tratamiento de pliegues menudos, quebrados y ondulantes, que caen con asombrosa naturalidad. El rostro del santo, sumamente expresivo y lleno de energía, se alza en una mirada dirigida al cielo, mostrando una poderosa individualización. El cabello rizado y ensortijado, los labios carnosos, los grandes ojos oscuros y la barbilla redondeada son elementos que sitúan esta obra entre los ejemplos más destacados del arte de Espinosa.
 
Las manos alzadas del santo, en un gesto de sorpresa ante la visión celeste, junto con la intensa iluminación tenebrista que acentúa los volúmenes y resalta con fuerza el rostro, son detalles que confirman la maestría del artista. Detrás de San Juan, el pintor nos presenta la figura del águila, símbolo tradicional del evangelista.
 
Por la disposición y el carácter de la figura permite relacionar esta obra con otras de Espinosa como el San Juan Bautista conservado en el Museo Nacional del Prado (óleo sobre lienzo, 112 x 91 cm, hacia 1645 [P000701]), la Magdalena penitente, óleo sobre lienzo, 112 x 88,7 cm, siglo XVII [P007621] en el Museo del Prado y otra Magdalena conservada en el Museo de Valencia.

Precio salida: 12.000 €

NO VENDIDO

VENDIDO
790. SALVADOR MAYOL (Barcelona, 1775- 1834)Merienda en el campo, al fondo Santa Catalina, los molinos del Jonquet y el castillo de Bellver

Óleo sobre lienzo. 58 x 84,5 cm.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo: "Sar Mayol 1821".
En el reverso con etiqueta inscrita a tinta y numeración a tinta en el marco.
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección, Rhineland.
 
Mayol, discípulo del reconocido Joseph Flaugier, se destacó en una amplia variedad de géneros pictóricos, que incluyen el mitológico, bíblico y religioso. Sin embargo, alcanzó su mayor reconocimiento en el costumbrismo satírico, con una marcada influencia goyesca. En 1820, presentó a la Diputación de Barcelona su obra Alegoría de la Constitución de 1812. Posteriormente, en 1824, asumió la dirección interina de la clase de pintura al óleo en la prestigiosa Llotja de Barcelona, cargo que ocupó hasta su fallecimiento. En la Exposición de la Llotja de 1826, expuso dos de sus notables obras: Jesucristo bajando de la cruz y Baile de boleras.
 
Durante la ocupación napoleónica, Mayol se refugió en Palma de Mallorca, donde vivió los años más prolíficos y determinantes de su carrera. Fue en esta etapa cuando perfeccionó su identidad artística, enfocándose en la temática costumbrista, que más tarde se consolidó como uno de los sellos distintivos de su obra al regresar a Cataluña.
 
Este lienzo se erige como un hito dentro de la producción de costumbrismo satírico del artista, con claras influencias goyescas. En ella, se nos presenta una escena vibrante de la vida rural, enmarcada en una atmósfera pintoresca que captura con destreza las tradiciones de la época. Los personajes, retratados con un toque irónico y casi caricaturesco, nos sumergen en una escena de costumbres propias de la clase acomodada, reunida en un picnic donde se desarrollan alegres escenas de baile. En el fondo de la composición, podemos distinguir el barrio de Santa Catalina, situado en la Avenida de Argentina, junto al mar, cuyas costa se insinúa en la lejanía. Además, destacan elementos icónicos del paisaje mallorquín, como los molinos de Es Jonquet y el imponente castillo de Bellver, todo ello bañado por la cálida luz del atardecer que envuelve la escena.
 
Otra versión conocida como La merienda campestre pintada por Mayol, h. 1810, óleo sobre lienzo de 54 x 94,5 cm, se conservado en el Museo del Santuario de Lluc, en Mallorca ( Ver: catálogo de exposición, Paisajes sonoros del Madrid del siglo XVIII: La Tonadilla Escénica. Museo de San Isidro. Ayuntamiento de Madrid, 2003, pp. 156, cát. 23). Ambas obras comparten elementos compositivos, pero presentan notables diferencias en ciertos detalles, como el tratamiento de las vestimentas y la iluminación. Mientras La merienda campestre refleja una escena matutina, la obra que presentamos, fechada en 1821, se destaca por la luz crepuscular del atardecer, aportando una atmósfera más íntima y serena.
 
Actualmente, el Museo Nacional de Arte de Cataluña conserva su Autorretrato, y la Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi alberga varios lienzos, entre ellos: Baile de boleras, Un café en carnaval, En casa del capillero y En casa del sastre.

Precio salida

8.000 €

VENDIDO POR

8.000 €
VENDIDO
790. SALVADOR MAYOL (Barcelona, 1775- 1834)Merienda en el campo, al fondo Santa Catalina, los molinos del Jonquet y el castillo de Bellver

Óleo sobre lienzo. 58 x 84,5 cm.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo: "Sar Mayol 1821".
En el reverso con etiqueta inscrita a tinta y numeración a tinta en el marco.
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección, Rhineland.
 
Mayol, discípulo del reconocido Joseph Flaugier, se destacó en una amplia variedad de géneros pictóricos, que incluyen el mitológico, bíblico y religioso. Sin embargo, alcanzó su mayor reconocimiento en el costumbrismo satírico, con una marcada influencia goyesca. En 1820, presentó a la Diputación de Barcelona su obra Alegoría de la Constitución de 1812. Posteriormente, en 1824, asumió la dirección interina de la clase de pintura al óleo en la prestigiosa Llotja de Barcelona, cargo que ocupó hasta su fallecimiento. En la Exposición de la Llotja de 1826, expuso dos de sus notables obras: Jesucristo bajando de la cruz y Baile de boleras.
 
Durante la ocupación napoleónica, Mayol se refugió en Palma de Mallorca, donde vivió los años más prolíficos y determinantes de su carrera. Fue en esta etapa cuando perfeccionó su identidad artística, enfocándose en la temática costumbrista, que más tarde se consolidó como uno de los sellos distintivos de su obra al regresar a Cataluña.
 
Este lienzo se erige como un hito dentro de la producción de costumbrismo satírico del artista, con claras influencias goyescas. En ella, se nos presenta una escena vibrante de la vida rural, enmarcada en una atmósfera pintoresca que captura con destreza las tradiciones de la época. Los personajes, retratados con un toque irónico y casi caricaturesco, nos sumergen en una escena de costumbres propias de la clase acomodada, reunida en un picnic donde se desarrollan alegres escenas de baile. En el fondo de la composición, podemos distinguir el barrio de Santa Catalina, situado en la Avenida de Argentina, junto al mar, cuyas costa se insinúa en la lejanía. Además, destacan elementos icónicos del paisaje mallorquín, como los molinos de Es Jonquet y el imponente castillo de Bellver, todo ello bañado por la cálida luz del atardecer que envuelve la escena.
 
Otra versión conocida como La merienda campestre pintada por Mayol, h. 1810, óleo sobre lienzo de 54 x 94,5 cm, se conservado en el Museo del Santuario de Lluc, en Mallorca ( Ver: catálogo de exposición, Paisajes sonoros del Madrid del siglo XVIII: La Tonadilla Escénica. Museo de San Isidro. Ayuntamiento de Madrid, 2003, pp. 156, cát. 23). Ambas obras comparten elementos compositivos, pero presentan notables diferencias en ciertos detalles, como el tratamiento de las vestimentas y la iluminación. Mientras La merienda campestre refleja una escena matutina, la obra que presentamos, fechada en 1821, se destaca por la luz crepuscular del atardecer, aportando una atmósfera más íntima y serena.
 
Actualmente, el Museo Nacional de Arte de Cataluña conserva su Autorretrato, y la Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi alberga varios lienzos, entre ellos: Baile de boleras, Un café en carnaval, En casa del capillero y En casa del sastre.

Precio salida: 8.000 €

VENDIDO POR: 8.000 €

VENDIDO
793. ESCUELA ESPAÑOLA, SIGLO XIXRetrato de Don Francisco Santa Cruz y Pacheco (Orihuela, Alicante, 1797 - Madrid, 1883), en un óvalo fingido

Óleo sobre lienzo. 95 x 76 cm.
Inscrito: "El Exmo. Sr. Dn. Francisco Santa Cruz, fué nombrado Ministro de Gobernación en 30 de Julio de 1854, y cesó en 6 de Junio de 1855".
 
Don Francisco Santa Cruz y Pacheco fue un destacado político español, cuyo legado abarca múltiples facetas de la vida pública durante el siglo XIX. Nacido en Orihuela, Alicante, en 1797, y fallecido en Madrid en 1883, desempeñó un papel crucial en diversas instituciones y cargos gubernamentales a lo largo de su vida.
 
Fue elegido diputado por Teruel en varias legislaturas durante el reinado de Isabel II y ocupó altos cargos como senador vitalicio, ministro de Gobernación y de Hacienda durante el bienio progresista, y presidente del Senado durante el reinado de Amadeo de Saboya (1871-1872). Además, fue gobernador del Banco de España, un cargo de gran relevancia en el ámbito económico de la época.
 
Hijo del notario José Santa Cruz y Marco y de María Teresa Pacheco Francia, Francisco Santa Cruz y Pacheco se destacó desde temprana edad por sus ideas liberales y su capacidad de liderazgo. Fiel defensor de los ideales de la Constitución de Cádiz, se alistó en 1820 en la Milicia Nacional, y en 1836 asumió la presidencia de la Comisión de Ganaderos de Teruel y los pueblos del partido de Albarracín.
 
Su trayectoria política continuó en ascenso, siendo nombrado jefe político de la Junta de Gobierno de Teruel en 1840. En 1848, ocupó los cargos de vocal y vicepresidente de la Junta de Agricultura de Teruel, además de ser miembro de la Junta General de Agricultura. En 1851, fue elegido diputado por el distrito de Albarracín bajo las filas del Partido Progresista, donde se destacó por su oposición a la reforma constitucional presentada por el entonces presidente del Gobierno, Bravo Murillo, en 1852.
 
Durante su carrera, ocupó cargos como ministro de Gobernación (1854-1855), miembro de la Junta Consultiva de Ultramar (1855), ministro de Hacienda (1856), presidente del Tribunal de Cuentas (1858) y gobernador del Banco de España (1863-1866). Tras la Revolución de 1868, se unió al Partido Constitucional, aunque posteriormente se adhirió al Partido Conservador durante la Restauración. En junio de 1874, fue nombrado presidente del Consejo de Estado, cargo que ocupó hasta enero de 1875.
 
Otro retrato de Don Francisco Santa Cruz y Pacheco, pintado por Rafael Benjumea, forma parte de la colección del Banco de España, que inmortaliza a este influyente personaje de la historia política española.
 
 

Precio salida

1.500 €

VENDIDO POR

3.250 €
VENDIDO
793. ESCUELA ESPAÑOLA, SIGLO XIXRetrato de Don Francisco Santa Cruz y Pacheco (Orihuela, Alicante, 1797 - Madrid, 1883), en un óvalo fingido

Óleo sobre lienzo. 95 x 76 cm.
Inscrito: "El Exmo. Sr. Dn. Francisco Santa Cruz, fué nombrado Ministro de Gobernación en 30 de Julio de 1854, y cesó en 6 de Junio de 1855".
 
Don Francisco Santa Cruz y Pacheco fue un destacado político español, cuyo legado abarca múltiples facetas de la vida pública durante el siglo XIX. Nacido en Orihuela, Alicante, en 1797, y fallecido en Madrid en 1883, desempeñó un papel crucial en diversas instituciones y cargos gubernamentales a lo largo de su vida.
 
Fue elegido diputado por Teruel en varias legislaturas durante el reinado de Isabel II y ocupó altos cargos como senador vitalicio, ministro de Gobernación y de Hacienda durante el bienio progresista, y presidente del Senado durante el reinado de Amadeo de Saboya (1871-1872). Además, fue gobernador del Banco de España, un cargo de gran relevancia en el ámbito económico de la época.
 
Hijo del notario José Santa Cruz y Marco y de María Teresa Pacheco Francia, Francisco Santa Cruz y Pacheco se destacó desde temprana edad por sus ideas liberales y su capacidad de liderazgo. Fiel defensor de los ideales de la Constitución de Cádiz, se alistó en 1820 en la Milicia Nacional, y en 1836 asumió la presidencia de la Comisión de Ganaderos de Teruel y los pueblos del partido de Albarracín.
 
Su trayectoria política continuó en ascenso, siendo nombrado jefe político de la Junta de Gobierno de Teruel en 1840. En 1848, ocupó los cargos de vocal y vicepresidente de la Junta de Agricultura de Teruel, además de ser miembro de la Junta General de Agricultura. En 1851, fue elegido diputado por el distrito de Albarracín bajo las filas del Partido Progresista, donde se destacó por su oposición a la reforma constitucional presentada por el entonces presidente del Gobierno, Bravo Murillo, en 1852.
 
Durante su carrera, ocupó cargos como ministro de Gobernación (1854-1855), miembro de la Junta Consultiva de Ultramar (1855), ministro de Hacienda (1856), presidente del Tribunal de Cuentas (1858) y gobernador del Banco de España (1863-1866). Tras la Revolución de 1868, se unió al Partido Constitucional, aunque posteriormente se adhirió al Partido Conservador durante la Restauración. En junio de 1874, fue nombrado presidente del Consejo de Estado, cargo que ocupó hasta enero de 1875.
 
Otro retrato de Don Francisco Santa Cruz y Pacheco, pintado por Rafael Benjumea, forma parte de la colección del Banco de España, que inmortaliza a este influyente personaje de la historia política española.
 
 

Precio salida: 1.500 €

VENDIDO POR: 3.250 €

VENDIDO
796. ESCUELA AMERICANA, SIGLO XIXRetrato de niña con guitarra

Óleo sobre lienzo. 104 x 81 cm.
 
El retrato infantil, como género independiente, experimentó un notable auge a partir del siglo XIX, encarnando valores esenciales de la infancia, como la espontaneidad, la gracia y la inocencia.
 
En este retrato, sobre un fondo en tonos marrones, el pintor presenta a una niña de cuerpo entero, probablemente de la aristocracia, y es un reflejo de los ideales educativos y culturales de la época. Según las normas de la alta sociedad, toda joven debía desarrollar habilidades artísticas y sociales, como el dominio de algún instrumento musical, el canto, la danza, el bordado, la lectura, la escritura, la pintura, y el manejo de varios idiomas. Siguiendo la moda europea, la niña luce un traje recatado con ricos bordados en tonos negros y plateados, una camisa bordada de delicadas transparencias. Ataviada con detalles lujosos, como los pendientes, las pulseras de oro en las muñecas. Las manos de la niña, cuidadosamente dispuestas a la altura del torso, sostienen una guitarra adornada con flores, un símbolo que refuerza su identidad como una joven instruida, conocedora de la música. Este detalle no solo subraya su privilegiada situación económica, sino también su participación activa en la vida cultural de la época.
 
La composición de la figura, la evidente ingenuidad en las proporciones de la retratada, así como la exuberante riqueza cromática del atuendo sugiere que este lienzo pertenece a la escuela americana, quizás México y constituye un valioso testimonio de la importancia de destacar, a través del arte, el papel de la infancia en la formación de la mujer instruida dentro de la sociedad decimonónica.

Precio salida

3.500 €

VENDIDO POR

3.500 €
VENDIDO
796. ESCUELA AMERICANA, SIGLO XIXRetrato de niña con guitarra

Óleo sobre lienzo. 104 x 81 cm.
 
El retrato infantil, como género independiente, experimentó un notable auge a partir del siglo XIX, encarnando valores esenciales de la infancia, como la espontaneidad, la gracia y la inocencia.
 
En este retrato, sobre un fondo en tonos marrones, el pintor presenta a una niña de cuerpo entero, probablemente de la aristocracia, y es un reflejo de los ideales educativos y culturales de la época. Según las normas de la alta sociedad, toda joven debía desarrollar habilidades artísticas y sociales, como el dominio de algún instrumento musical, el canto, la danza, el bordado, la lectura, la escritura, la pintura, y el manejo de varios idiomas. Siguiendo la moda europea, la niña luce un traje recatado con ricos bordados en tonos negros y plateados, una camisa bordada de delicadas transparencias. Ataviada con detalles lujosos, como los pendientes, las pulseras de oro en las muñecas. Las manos de la niña, cuidadosamente dispuestas a la altura del torso, sostienen una guitarra adornada con flores, un símbolo que refuerza su identidad como una joven instruida, conocedora de la música. Este detalle no solo subraya su privilegiada situación económica, sino también su participación activa en la vida cultural de la época.
 
La composición de la figura, la evidente ingenuidad en las proporciones de la retratada, así como la exuberante riqueza cromática del atuendo sugiere que este lienzo pertenece a la escuela americana, quizás México y constituye un valioso testimonio de la importancia de destacar, a través del arte, el papel de la infancia en la formación de la mujer instruida dentro de la sociedad decimonónica.

Precio salida: 3.500 €

VENDIDO POR: 3.500 €

VENDIDO
798. JOSÉ DE PÁEZ (Ciudad de México, 1721-1780)San José con Santa Teresa y San Bernardino de Siena

Óleo sobre lienzo. 45 x 32,5 cm, sin marco.
Firmado la parte inferior central del lienzo: "Paez, fecit".
Inscrito en el lienzo, en la cartela de la Santa: "Santa Theresa" y en el libro: "O morir o padecer" y en el santo: "San Bernardino de Sena" y IHS.
 
José de Páez fue un pintor prolífico perteneciente a la generación posterior de Miguel Cabrera, realizó excelentes retratos y pinturas de castas, así como composiciones religiosas, destacando especialmente sus advocaciones marianas. La obra que presentamos, firmada por Páez, probablemente fue concebido como una pieza de devoción privada para un pequeño oratorio. Ricamente enmarcada con una orla dorada adornada con un elegante juego de flores de acanto, la obra nos sugiere una posible inspiración en un grabado europeo aún no identificado. Los grabados fueron una fuente inagotable para los artistas novohispanos de la época.
 
En el centro de la composición, sobre un rompimiento de nubes, San José, esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús según la tradición cristiana. Venerado como patrono de la Iglesia universal y de los trabajadores, San José viste un hábito marrón ricamente decorado con detalles dorados y sostiene al Niño Jesús en sus brazos, mientras que con su mano izquierda sujeta un ramo de flores de lis. En la parte inferior izquierda se encuentra Santa Teresa de Ávila, reformadora del Carmelo en el siglo XVI y una de las grandes místicas de la Iglesia Católica. Reconocida por sus profundos escritos sobre la vida espiritual y la oración, Santa Teresa viste un hábito carmelita y sostiene una pluma en su mano derecha. Su mano izquierda descansa sobre un libro inscrito con la frase "O morir o padecer". En la parte inferior derecha, la figura de San Bernardino de Siena, fraile franciscano del siglo XV famoso por sus predicaciones y su devoción al Santo Nombre de Jesús. Viste hábito franciscano, en su mano izquierda sostiene un libro cerrado mientras que con su derecha sostiene un candelero rematado por el símbolo “IHS”, las tres primeras letras de “Jesús” en griego, que el mismo diseño y cuyo símbolo se representa en el arte hasta hoy día.
 
Santa Teresa de Ávila y San Bernardino de Siena compartieron una profunda devoción a San José, a quien consideraban un modelo ejemplar de vida cristiana y protector de sus obras. Esta devoción, que marcó sus vidas espirituales y pastorales, queda inmortalizada en este lienzo de José de Páez, donde el pintor capta y refleja la relevancia de San José.

Precio salida

8.000 €

VENDIDO POR

10.000 €
VENDIDO
798. JOSÉ DE PÁEZ (Ciudad de México, 1721-1780)San José con Santa Teresa y San Bernardino de Siena

Óleo sobre lienzo. 45 x 32,5 cm, sin marco.
Firmado la parte inferior central del lienzo: "Paez, fecit".
Inscrito en el lienzo, en la cartela de la Santa: "Santa Theresa" y en el libro: "O morir o padecer" y en el santo: "San Bernardino de Sena" y IHS.
 
José de Páez fue un pintor prolífico perteneciente a la generación posterior de Miguel Cabrera, realizó excelentes retratos y pinturas de castas, así como composiciones religiosas, destacando especialmente sus advocaciones marianas. La obra que presentamos, firmada por Páez, probablemente fue concebido como una pieza de devoción privada para un pequeño oratorio. Ricamente enmarcada con una orla dorada adornada con un elegante juego de flores de acanto, la obra nos sugiere una posible inspiración en un grabado europeo aún no identificado. Los grabados fueron una fuente inagotable para los artistas novohispanos de la época.
 
En el centro de la composición, sobre un rompimiento de nubes, San José, esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús según la tradición cristiana. Venerado como patrono de la Iglesia universal y de los trabajadores, San José viste un hábito marrón ricamente decorado con detalles dorados y sostiene al Niño Jesús en sus brazos, mientras que con su mano izquierda sujeta un ramo de flores de lis. En la parte inferior izquierda se encuentra Santa Teresa de Ávila, reformadora del Carmelo en el siglo XVI y una de las grandes místicas de la Iglesia Católica. Reconocida por sus profundos escritos sobre la vida espiritual y la oración, Santa Teresa viste un hábito carmelita y sostiene una pluma en su mano derecha. Su mano izquierda descansa sobre un libro inscrito con la frase "O morir o padecer". En la parte inferior derecha, la figura de San Bernardino de Siena, fraile franciscano del siglo XV famoso por sus predicaciones y su devoción al Santo Nombre de Jesús. Viste hábito franciscano, en su mano izquierda sostiene un libro cerrado mientras que con su derecha sostiene un candelero rematado por el símbolo “IHS”, las tres primeras letras de “Jesús” en griego, que el mismo diseño y cuyo símbolo se representa en el arte hasta hoy día.
 
Santa Teresa de Ávila y San Bernardino de Siena compartieron una profunda devoción a San José, a quien consideraban un modelo ejemplar de vida cristiana y protector de sus obras. Esta devoción, que marcó sus vidas espirituales y pastorales, queda inmortalizada en este lienzo de José de Páez, donde el pintor capta y refleja la relevancia de San José.

Precio salida: 8.000 €

VENDIDO POR: 10.000 €

799. VIRREINATO DEL PERÚ, FF. SIGLO XVII PP. SIGLO XVIIINacimiento de la Virgen

Óleo sobre lienzo. 242,5 x 129 cm.
Este lienzo, inspirado en el grabado Léonard Gaultier “Nacimiento de la Vigen” y publicado por Jean Messager en París, es una representación única del Nacimiento de la Virgen (Ver: https://colonialart.org/artworks/5464a). En el contexto de Bolivia, al igual que en toda la América española, los emigrantes europeos trajeron consigo la necesidad de imágenes religiosas para sus prácticas devocionales, mientras que el clero utilizó estas representaciones como herramientas en su campaña de conversión de los indígenas al catolicismo. La demanda de estas imágenes fue satisfecha a través de la importación de grabados, pinturas y esculturas que llegaban en los galeones desde Sevilla.
 
La composición de esta obra es un claro ejemplo de la mezcla de estilos y la adaptación de modelos europeos por parte de artistas locales. La iconografía se basa en los evangelios apócrifos, específicamente en el Proto Evangelio de Santiago, que narra que Santa Ana dio a luz a María en su vejez, mientras que San Joaquín, de la estirpe de David, recibió la noticia de su futura paternidad por un ángel. Siguiendo las recomendaciones iconográficas de Pacheco, en la escena se observa una cama con dosel, cuyos cortinajes abiertos y recogidos en el extremo nos permiten ver a San Joaquín, vestido como patriarca, y a Santa Ana, quien se recupera del parto. Ambos entrelazan sus manos en un gesto de alegría compartida. En un primer plano, la Virgen María, rodeada por mujeres ataviadas según la moda de la época y un conjunto de ángeles alados, es lavada en una olla, quizás de cobre, que constituye un bodegón de calidad.  Destacamos la figura de un indígena, que aparece en un segundo plano junto a San Joaquín y Santa Ana, en penumbra, mientras se dispone a llevar comida a Santa Ana en un plato hondo. El fondo presenta una doble arcada sustentada por una columna veteada con capitel corinto, ofreciendo una vista de un jardín que añade profundidad a la escena.
 
La obra destaca por la presencia de elementos decorativos subrayando su valor documental, ya que reflejan la opulencia de las casas de la nobleza de la época, con preciados textiles bordados con flores, alfombras de estilo persa, la cama de rico dosel.
 
Son pocas las representaciones localizadas con esta temática en Bolivia, una de ellas en la Iglesia de San Juan de Dios en la Paz Bolivia.

Precio salida

25.000 €

NO VENDIDO

799. VIRREINATO DEL PERÚ, FF. SIGLO XVII PP. SIGLO XVIIINacimiento de la Virgen

Óleo sobre lienzo. 242,5 x 129 cm.
Este lienzo, inspirado en el grabado Léonard Gaultier “Nacimiento de la Vigen” y publicado por Jean Messager en París, es una representación única del Nacimiento de la Virgen (Ver: https://colonialart.org/artworks/5464a). En el contexto de Bolivia, al igual que en toda la América española, los emigrantes europeos trajeron consigo la necesidad de imágenes religiosas para sus prácticas devocionales, mientras que el clero utilizó estas representaciones como herramientas en su campaña de conversión de los indígenas al catolicismo. La demanda de estas imágenes fue satisfecha a través de la importación de grabados, pinturas y esculturas que llegaban en los galeones desde Sevilla.
 
La composición de esta obra es un claro ejemplo de la mezcla de estilos y la adaptación de modelos europeos por parte de artistas locales. La iconografía se basa en los evangelios apócrifos, específicamente en el Proto Evangelio de Santiago, que narra que Santa Ana dio a luz a María en su vejez, mientras que San Joaquín, de la estirpe de David, recibió la noticia de su futura paternidad por un ángel. Siguiendo las recomendaciones iconográficas de Pacheco, en la escena se observa una cama con dosel, cuyos cortinajes abiertos y recogidos en el extremo nos permiten ver a San Joaquín, vestido como patriarca, y a Santa Ana, quien se recupera del parto. Ambos entrelazan sus manos en un gesto de alegría compartida. En un primer plano, la Virgen María, rodeada por mujeres ataviadas según la moda de la época y un conjunto de ángeles alados, es lavada en una olla, quizás de cobre, que constituye un bodegón de calidad.  Destacamos la figura de un indígena, que aparece en un segundo plano junto a San Joaquín y Santa Ana, en penumbra, mientras se dispone a llevar comida a Santa Ana en un plato hondo. El fondo presenta una doble arcada sustentada por una columna veteada con capitel corinto, ofreciendo una vista de un jardín que añade profundidad a la escena.
 
La obra destaca por la presencia de elementos decorativos subrayando su valor documental, ya que reflejan la opulencia de las casas de la nobleza de la época, con preciados textiles bordados con flores, alfombras de estilo persa, la cama de rico dosel.
 
Son pocas las representaciones localizadas con esta temática en Bolivia, una de ellas en la Iglesia de San Juan de Dios en la Paz Bolivia.

Precio salida: 25.000 €

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